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G. E.
Sábado, 6 de mayo 2023, 18:18
Dos amigos se envolvieron en una disputa que acabó con la muerte de uno de ellos. La Policía tuvo que hacerse cargo de toda la familia del homicida. «La única manera de evitar la venganza fue que los parientes del asesino sacrificaran una res para ... que el padre de la víctima mojara su mano en la sangre que brotaba de la yugular de la vaca y aplacar, de esta manera, su deseo de introducirla en la del criminal». El jesuita leridano Alvar Sánchez fue testigo de este ritual en Sudán del Sur, un país en el que permaneció durante varios años y que le sorprendió. «El rito era muy ancestral, primario y simbólico».
El ganado no sólo supone el patrimonio familiar y constituye la moneda de cambio, sino también implica una relevante carga cultural, tal y como revela este episodio. El religioso trabajaba para el Servicio Jesuita a Refugiados y a su llegada, en 2014, se encontró un escenario en ebullición. «Silbaban las balas y, tras la primera semana, tuvimos que resguardarnos en un 'compound' de los cascos azules desplegados en el país». Él acudía para prestar apoyo a los exiliados procedentes de la vecina Sudán, otro drama acuciante, pero se encontró con una realidad mucho más sorprendente. «Estábamos en una región de 60.000 habitantes y 145.000 refugiados», recuerda. «Eran poblados que parecían extraídos del Neolítico, formados por cabañas hechas de adobe, y tribus que vivían de cultivos tradicionales y de la recolección de frutos. No parecía que estuviéramos en el siglo XXI».
La independencia de la vecina Sudán había permitido que afloraran viejas rivalidades entre los dinka y los nuer, las principales etnias. Pero los problemas se amontonaban. Cuando llegaban las lluvias de mayo, los mosquitos proliferaban y con ello enfermedades como las fiebres tifoideas y la malaria. A veces, el cielo parecía desplomarse. «Cuando llegué había una inundación anual y, a la partida, en 2017, ya eran tres», relata.
Sudán del Sur no sólo es el benjamín político, también el país del mundo que ostenta el mayor número de personal humanitario asesinado, tasas de analfabetismo superiores al 70%, falta de libertad de expresión y, al parecer, barra libre de fusiles Kalashnikov. «Hay una realidad que está en la base de su convulsa situación y es que los políticos benefician a un grupo étnico determinado, lo que favorece la confrontación con el otro», lamenta.
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