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La contraofensiva ha puesto de manifiesto que ni siquiera la primera gran guerra tecnológica del siglo XXI es capaz de resistir una estrategia militar tan antigua como la de cavar en el suelo para esconderse del fuego enemigo. «La pala es vuestro mejor compañero». La frase la repetían los monitores ucranianos a los nuevos reclutas en las primeras semanas de la invasión. «Puede significar la diferencia entre vivir o morir», recalcaban. La pala se convirtió en aquellos días de marzo de 2022 en la herramienta más buscada por los soldados y la más regalada por sus allegados antes de partir hacia el frente. Miles de kilómetros de zanjas atestiguan, casi un año y medio más tarde, que la pala es, en efecto, la mejor arma de combate.
Occidente, y el propio Gobierno de Kiev, admiten que la contraofensiva para reconquistar el este y el sur de Ucrania transcurre con mayores dificultades de las previstas. En Estados Unidos y Alemania reconocen que el progreso de las tropas es constante, pero lento. El Instituto de la Guerra británico también apela la paciencia. Las conquistas son esta semana más escasas que en los días anteriores en cuanto a territorio recuperado, pese a que el ejército de Kiev ha hecho notables avances en Bajmut.
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Rafael M. Mañueco
A todo ello responde el presidente de Ucrania con una frase: «Algunas personas creen que esta es una película de Hollywood y esperan resultados ahora. Pero lo que está en juego es la vida de las personas». Consciente de que los limitados progresos pueden sembrar el desánimo entre algunos de los aliados, Volodímir Zelenski espera hacer la próxima semana, durante la cumbre de la OTAN, un dibujo fiel del brutal escenario en el que se mueven sus tropas y apelará a la Alianza para que le suministre nuevos arsenales.
Durante los siete meses en que la lucha se centró en el área de Bajmut de manera intensiva, los rusos han conseguido montar en el frente una densa maraña defensiva. Fortificaciones, erizos de metal, trincheras y minas antitanque y antipersonas cuya eficacia ni siquiera las agencias de Inteligencia habían logrado calibrar en su justa medida.
Las minas son la primera preocupación de las fuerzas ucranianas. Para avanzar, primero deben eliminarlas y han descubierto que en muchas zonas es imposible. «Todo está minado, en todas partes», advierte un general kievita, tan asombrado como el Estado Mayor ante la evidencia de que Moscú ha enterrado decenas de miles de trampas y «parece disponer de muchos más artefactos de las que podíamos calcular». En el frente sur del Donbás los ucranianos han comprobado que los rusos son capaces de reponer campos minados a la misma velocidad que ellos los desactivan. Esta circunstancia ha forzado a decenas de unidades a hacer un alto para reformular sus tácticas y encontrar las zonas de ruptura del frente invasor. Las minas también han frustrado parcialmente la estrategia ofensiva que Ucrania fía a los carros de combate occidentales. Blindados Bradley y tanques Leopard y Abrams enviados por EE UU y Alemania han sido fulminados por las trampas explosivas antes de acercarse a las posiciones rusas.
La guerra de trincheras es inquietante. Para muchos soldados de los dos bandos, enviados masivamente desde esta primavera a primera línea de fuego, el Donbás supone su primer contacto con ellas.
Primero está el agujero. Y a continuación el pánico a morir en un agujero. «Por supuesto que todo el mundo tiene miedo, todo el tiempo, yo también tengo miedo. Pero si mis hombres me ven asustado, entonces también tendrán miedo, así que oficialmente no tengo miedo», afirma un militar ucraniano, el comandante Seday, en un documental grabado por Euronews. «Con el tiempo ese miedo se vuelve una sensación sólida como una roca, se convierte en otra cosa. Sabes que tienes el enemigo a delante, a unos pocos cientos de metros, pero lo afrontas porque sabes que eres lo único que hay entre él y tu casa», añade Poliak, un militar que recuerda cómo el primer día de contacto con los rusos «tuvimos que movernos como orugas ante la caída de cohetes. Ni siquiera podíamos ponernos de pie. Poco a poco aprendimos a arrastrarnos a gatas y seguimos haciéndolo».
Las trincheras sirven para resistir. Conquistarlas exige cálculo porque quienes se lanzan a su captura son los más expuestos. Los mandos aseguran que es fundamental que cada combatiente tenga clara su función. Hay que estudiar los obstáculos, la orografía o si la tierra está seca o mojada. Es una labor militar compleja que inevitablemente se salda con vidas perdidas. En medio de la guerra de desinformación no hay una fuente fiable sobre el número de víctimas, pero algunos analistas aseguran que los últimos combates están provocando un «baño de sangre».
La primera trinchera excavada como tal tiene 109 años de antigüedad. Antes de eso, todo se reducía a avanzar lo más rápido posible contra las líneas enemigas. A caballo, a pie o en bicicleta. Eso explica los miles de muertos que quedaban abandonados en tierra de nadie. Los alemanes fueron los primeros en darse cuenta en 1914 que cavar un agujero y meterse dentro protegía de las ráfagas de ametralladora de los franceses. Aquello eran pozos. Pozos rudimentarios. Pozos del infierno llenos de lodo, garrapatas y ratas. Pero le dieron a los alemanes una ventaja sobre las tropas galas. Se refugiaban en hoyos y seleccionaban las zonas más elevadas del terreno para mejorar su capacidad de tiro. Ucranianos y rusos tratan de hacer ahora lo mismo.
Pasado el tiempo, de aquel rudimentario baluarte surgió la estructura de trinchera moderna, basada en tres tipos de líneas –«de fuego» (la más avanzada), apoyo y retaguardia– interconectadas por pasadizos de comunicación. El escritor Vicente Blasco Ibáñez fue uno de los primeros en documentar la forma sinuosa de aquellas «zanjas barrosas y angostas», que describió «llenas de ángulos y desviaciones» para «dificultar el avance de los enemigos».
La lucha de trincheras conserva la misma mecánica letal de hace un siglo. Para los ucranianos, consiste en cruzar lo más rápido posible el campo abierto y aproximarse a los rusos antes de que éstos les disparen aprovechando que es su momento de máxima vulnerabilidad. Hay que completar ese contexto con morteros, ametralladoras obuses y cañozasos. Es un momento en el que la confianza se concentra en las piernas. La fortaleza. La capacidad de colapsar física y psicológicamente al enemigo. «No permites que se oriente, que levante la cabeza o que pueda usar sus granadas. Para cuando comporende lo que sucecede, los nuestros ya deben estar en sus trincheras».
La II Guerra Mundial perfeccionó esta estrategia y generalizó en cierta medida las operaciones consistentes en lanzar grandes oleadas de tropas contra las defensas contrarias con el ánimo de abrumar y paralizar a los soldados. La compañía de mercenarios rusos Wagner ha empleado este mismo método en la conquista de Bajmut. Se calcula que perdió 20.000 hombres, exconvictos reclutados en las prisiones, usándolos como carne de cañón para agobiar a los defensores ucranianos y revelar los puestos de sus tiradores. Evgueni Prigozhin despreciaba la vida de los presos. En esa lucha resulta mucho más habitual recurrir a los blindados provistos de ametralladoras para cruzar por delante de las trincheras enemigas, atraer sus disparos y dar a conocer la posición de las unidades con el fin de comuncársela a la artillería.
Sin embargo, los drones han variado en cierta manera el contexto de la guerra de trincheras. Los aviones no tripulados permiten ubicar a los militares dentro de las zanjas e incluso bombardearlas. Un pequeño proyectil arrojado desde un dron transforma la trinchera en una ratonera al amplificar el efecto de la metralla y la onda expansiva. Además, obliga a sus integrantes a refugiarse dentro de las fortificaciones y abandonar la vigilancia del lugar. Los ucranianos se han convertido en auténticos expertos en su manejo. Por eso, los rusos no han construido sus trincheras en línea recta, sino en curva.
Cómo abordar una trinchera depende de numerosos factores. En función de su disposición, la hora o el número de tropas se utilizan pequeños grupos de asalto sigilosos o se organiza una guerra en miniatura. El ataque combinado es frecuente en Ucrania y uno de los motivos que explican el elevado consumo de municiones por los dos ejércitos. Utiliza drones, tanques y artillería para causar un formidable infierno de fuego y ruido que haga retroceder al enemigo o le obligue a refugiarse en sus búnkeres improvisados. El ruido es importante, Una sucesión de explosiones a gran escala a un puñado de metros, acompañada de sus intensas vibraciones, ensordece y bloquea los sentidos. «Y no hay nada más aterrador que un tanque aproximándose. Cuando se trata de un cohete, escuchas un silbido y tienes tres segundos para arrojarte al suelo. Un tanque es inmediato».
Ucrania dispone de varias unidades de asalto. Han sido entrenadas en el Reino Unido y Estados Unidos por militares especializados en planificar operaciones combinadas de infantería, brigadas mecanizadas y artillería. Son estos batallones los que ahora mismo lideran la contraofensiva y arañan metro a metro el suelo ocupado por Moscú, practicamente con una eficacia quirúrgica. Rusia, por su parte, aprovechó el pasado invierno para crear un nuevo monstruo bélico similar a los paramilitares o las milias chechenas: las brigadas 'Storm Z'. Formadas por veteranos de las fuerzas especializadas al margen del ejército regular, cada una de estas compañías la forman un centenar de reservistas que operan divividos en grupos técticos de ingeniería, asalto y apoyo. El pasado 14 de junio, cuatro de sus miembros fueron interceptados y detenidos por las tropas ucranianas cerca de Zaporiyia. Regresaban de Podgornoe, un pequeño pueblo donde habían acribillado a tiros a un matrimonio en su casa para robarle.
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