Las bombas de racimo contienen peligrosas submuniciones en su interior. AP

La guerra suma otra polémica al suministrar Washington bombas de racimo a Ucrania

La OTAN da libertad a sus aliados para el envío de esta munición prohibida por más de un centenar de países y Naciones Unidas

Viernes, 7 de julio 2023, 12:17

El nuevo paquete de ayuda militar que prepara Estados Unidos para Ucrania ha sembrado la polémica en la comunidad internacional. Valorado en 800 millones de euros, unos 734 al cambio en euros, contendrá bombas de racimo, un arma prohibida en más de un centenar de ... países por su terrible capacidad de destrucción contra posiciones militares pero también civiles. El anuncio de la controvertida medida llega en un momento de dudas sobre la contraofensiva ucraniana por su lentitud y por la munición disponible. «No es suficiente», había advertido esta misma semana el ministro de Defensa de Kiev, Oleksii Reznikov, consciente de que la fabricación de armamento no logra satisfacer la incesante demanda cuando la guerra alcanza ya este sábado su día número 500.

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La decisión del Gobierno de Joe Biden, que dijo haber consultado este «difícil» paso a los países aliados, ha evidenciado las voces discordantes que existen entre las naciones que apoyan a Ucrania en el conflicto y que ya se han escuchado en anteriores ocasiones, como en el debate en torno al envío de cazas F-16 a las fuerzas de Kiev. Las bombas de racimo, sin embargo, suponen un asunto mucho más espinoso. Tanto, que su utilización se considera un crimen de guerra y, por ello, uno de los argumentos para llevar a Rusia ante la Corte Penal Internacional. No es un armamento cualquiera: ni por la superficie que alcanza, ni por el diminuto tamaño de sus submuniciones capaces de colarse por la rendija más mínima, ni por el poder de explosión mucho tiempo después de su lanzamiento, lo que multiplica los riesgos para la población civil.

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De hecho, la Convención sobre las Municiones de Racimo sellada en 2008, y recogida por Naciones Unidas, prohíbe el uso, desarrollo, producción, adquisición, almacenamiento y transferencia de este arma que Washington no ha informado en qué cantidad suministrará a Kiev. EE UU es uno de los países que optó por quedarse fuera de este tratado internacional, igual que Ucrania y Rusia. Más de cien naciones, entre ellas España, Francia, el Reino Unido, Italia, Países Bajos, Australia o Sudáfrica, en cambio, decidieron poner coto a estas bombas que pueden ser lanzadas por la artillería o por aviación. Alemania también ratificó el documento y este viernes fue el primer Estado europeo en mostrar su rechazo al movimiento del Ejecutivo norteamericano. «He seguido los informes de los medios. Para nosotros se aplica el acuerdo de Oslo», zanjó la ministra de Exteriores germana, Annalena Baerbock. La organización Human Rights Watch (HRW) se ha mostrado asimismo en contra.

Diferente uso

La OTAN, en la que Ucrania reclama un asiento desde hace meses, se encargó este viernes de recordar que la munición de racimo se usa ya por parte de ambos bandos en Ucrania. La diferencia es que Moscú la emplea para perpetrar «una guerra de agresión y una invasión» y Kiev lo hace «para defenderse», argumentó el secretario general de la Alianza, Jens Stoltenberg, que curiosamente fue quien promovió la convención de 2008 cuando ejercía como primer ministro de Noruega. Ahora ha dejado en manos de los aliados la decisión de suministrar las polémicas bombas ya que en la organización militar no existe una posición común al respecto. Algunos socios han firmado el tratado y otros, como EE UU, siguen al margen.

El envío de bombas de racimo -el ejército norteamericano estaría hoy inmerso en una cuidada selección de su arsenal para evitar aquellas unidades con mayor margen de fallo- será la primera novedad en el armamento que recibe Ucrania desde que el Reino Unido dio luz verde a la entrega de misiles Storm Shadow. El Gobierno de Zelenski no se pronunció este viernes sobre la decisión de Estados Unidos aunque el responsable de Exteriores había puesto recientemente el foco en la capacidad armamentística de las tropas del Kremlin, que «usan tres o cuatro veces más proyectiles de artillería de diferentes calibres que nosotros».

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Una caja de Pandora con pequeños artefactos explosivos que Kiev desea utilizar contra Rusia

Utilizadas desde la Segunda Guerra Mundial, las bombas de racimo están diseñadas para causar múltiples explosiones en un radio de unos 30.000 metros cuadrados. Al igual que una caja de Pandora, un proyectil lleno de submuniciones se abre cuando está en vuelo y libera pequeñas bombas en diferentes direcciones. Una decena de artefactos explosivos, similares a una lata de refresco o con la forma de pelotas de tenis se esparcen en caída libre o dirigida -cuyo patrón de expansión depende de la altura a la que se haya abierto la ojiva- tras ser lanzados desde aire, tierra o mar. Estos artefactos pueden dispararse desde aviones, misiles, artillería, cañones navales o lanzacohetes.

Hay más de 270 tipos de armas diferentes producidas por una treintena de estados. Pese a que un centenar de países ya han prohibido su fabricación, almacenamiento y exportación, unas 76 naciones aún conservan millones de submuniciones.

Estados Unidos las empleó por última vez en 2006 contra Irak -desde entonces las ha eliminado de manera gradual-, sin embargo aún tiene una reserva de 'Municiones convencionales mejoradas de doble propósito' (DPICM, por sus siglas en inglés). Estos artefactos disparados con obuses de 155 milímetros y con 88 minibombas dentro de cada «contenedor» formarán parte del nuevo paquete estadounidense de apoyo militar enviado a Kiev.

Con la capacidad de arrasar todo a su paso, las municiones pueden perforar vehículos blindados con su carga explosiva, matar o herir de manera indiscriminada por su amplia dispersión o producir incendios si están cargadas de material inflamable. Explotan al impactar con el suelo, diseminando entonces fragmentos de metralla. Pero al igual que algunas bombas convencionales, no siempre detonan al instante. Al menos un tercio permanece sin explotar y puede ser activadas por la actividad humana hasta una década después. Esta situación desata un alto riesgo para la población civil. Entre un 10% y 40% fallan, según el Comité Internacional de la Cruz Roja. ( Por Johana Gil )

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