El nivel del agua comenzó a bajar en el Dniéper y los ríos próximos como el Inhurets. En la calle Capitán Agienko de Barativka, la familia Kirimov cuenta los minutos para poder entrar en su casa y comenzar las reparaciones. Esta era la mejor zona ... de un pueblo situado a las puertas de Jersón y a menos de 40 kilómetros de Nova Kajovka, pero la rotura de la presa la ha convertido en una pesadilla. «Rezo para que baje el nivel del agua con la mayor rapidez posible y, sobre todo, rezo para que termine la guerra cuanto antes, esa es la mejor ayuda que nos pueden dar, el final de la guerra», afirma con rotundidad Natalia Kirimova.
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Está acompañada de su hijo Víctor y desde la distancia contemplan la marca en la puerta del garaje que confirma la bajada del río. «En cuanto se pueda entrar me voy a poner manos a la obra con el suelo y paredes. Esta casa es todo lo que tenemos y vamos a recuperarla como sea», asegura el joven.
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Mikel Ayestaran
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En Barativka, localidad de la provincia de Mikolaev que antes de la guerra tenía un millar de habitantes, piden el final de la guerra bajo el sonido constante de fuertes explosiones. El frente está muy próximo, aunque desde la destrucción de la presa las líneas ya no están tan marcadas como antes. Aviones de combate ucranianos sobrevuelan la zona a baja altura. Los vecinos ni se inmutan. Sus ojos están en las casas que ha devorado el río.
Aquí no les hizo falta escuchar las palabras de Volodímir Zelenski porque están casi en esa zona roja que separa a rusos de ucranianos. El presidente aprovechó la visita del primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, para anunciar que «se están llevando a cabo acciones defensivas y de contraofensiva en Ucrania, pero no diré en detalle en qué etapa se encuentran». Zelenski pidió asimismo a los periodistas que siguieron la rueda de prensa conjunta que le dijeran a Vladímir Putin que «todos los comandantes de las fuerzas ucranianas son optimistas» respecto a la esperada contraofensiva.
Además del frente sur, el informe diario del Ministerio de Defensa de Rusia reveló que «hay una gran intensificación de los combates en Zaporiyia y en el frente de Donetsk», donde Kiev aseguró haber avanzado en puntos como Bajmut.
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La línea entre perderlo todo o no es muy delgada. En el caso de Natalia Plaksina sólo dos metros han salvado su casa de la subida del Inhulets. Es un milagro. Prepara café para sus vecinos de la calle Capitán Agienko que no han tenido tanta suerte y repite que «la prioridad es que baje el agua para poder ayudar cuanto antes a todos a reparar los daños. Queremos que todos vuelvan porque juntos superamos los largos meses de la ocupación y juntos superaremos esta desgracia. Cuando salieron los rusos pensábamos que había pasado lo peor, pero no sabíamos que luego nos esperaba una inundación así», explica Natalia.
En esta casa se cocina gracias a las bombonas de gas, funciona la electricidad, hay teléfono y dos veces por semana acuden a la plaza principal a llenar bidones con agua potable que traen en camiones. «Vivimos al día, imposible hacer planes en esta situación, la incertidumbre es enorme. Y no quiero ni pensar en los problemas que nos esperan cuando baje el agua por culpa de la contaminación», asegura Natalia, que vive por y para su nieta Masha. La niña tiene 3 años y sus padres, enfermeros en el hospital central de Jersón, la enviaron al pueblo al comienzo de la ocupación. Sus ojos azules y melena rubia son luz en medio del lodazal.
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La falta de agua potable es uno de los graves problemas de los que alertó el subsecretario general de la ONU, Martin Griffiths, quien elevó a unas 700.000, el número de personas que necesitan agua potable. El responsable del organismo internacional también señaló que teme que las inundaciones en esta parte de Ucrania que alberga grandes superficies de cultivo afecten a la producción y exportación de cereal y lleven a una subida de los precios de los alimentos en todo el mundo.
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Rafael M. Mañueco
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Mientras los mandatarios tratan de analizar las graves consecuencias de la rotura de la presa, a la pequeña Masha, como a todos los niños de Barativka, le preocupa saber cuándo podrán bañarse de nuevo en el río. Su abuela no le ha explicado qué ha pasado ni que será muy difícil que vuelva a darse un chapuzón por culpa de la contaminación. La pequeña estaba feliz los primeros días por ver el agua tan cerca de la huerta de su casa, pero pronto vio cómo la tristeza se apoderó de su calle. Entonces tomó una decisión: intentar hacer retroceder las aguas a base de pedradas.
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Las tira con más alma que fuerza, caen como gotas en el enorme río, pero parece que el Capitán Agienko, como buen héroe de la Segunda Guerra Mundial, le echa un cable para que centímetro a centímetro el río baje de nivel.
Las autoridades ucranianas denunciaron ayer que al menos tres personas murieron y otras 26 resultaron heridas a causa de un ataque ruso perpetrado la noche del sábado con cohetes y aviones no tripulados en zonas residenciales de la provincia de Odesa, en el sur del país. La Administración Militar Regional precisó que los bombardeos fueron llevados a cabo por drones kamikaze Shahed-136 y Shahed-131, de fabricación iraní.
Aunque la Fuerza Aérea ucraniana dijo haber destruido todos los aparatos no tripulados, los restos de éstos cayeron en un edificio residencial de gran altura y provocaron un incendio. «Desafortunamente, hay víctimas entre la población civil», indicaron los funcionarios al detallar que el fuego pudo ser extinguido y señalar que entre los heridos hay tres niños en pronóstico reservado.
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