El aluvión de reproches que Viktor Orbán ha recibido en la última semana por sus viajes sorpresa a Rusia y China no ha hecho reflexionar al primer ministro húngaro sobre la conveniencia de actuar por su cuenta mientras ocupa la presidencia rotatoria del Consejo de ... la UE. Al contrario, el rapapolvo comunitario parece haber aumentado sus ganas de desafiar al bloque. El líder ultranacionalista ha lanzado su último órdago desde Estados Unidos, donde esta semana participaba en la cumbre por el 75 aniversario de la OTAN y decidía citarse a su término con Donald Trump.
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La reunión, según fuentes diplomáticas, se celebraría en Florida -el mismo lugar en que ambos se conocieron el pasado marzo-, aunque el Gobierno de Budapest eludió este jueves confirmar el encuentro. Tampoco avisó de que el mandatario se iba a ver con los presidentes ruso, Vladímir Putin, y chino, Xi Jinping, en una controvertida gira que inició nada más acceder el 1 de julio a la presidencia de turno del Consejo de la UE y que el propio Orbán justificó en su preocupación por el impacto negativo de la guerra de Ucrania en la economía europea. O al menos eso trató de explicar a los líderes comunitarios a través de una carta donde defendía su particular «misión de paz» en vista del revuelo causado por esta agenda paralela.
La cita con Trump no va a ayudar a calmar los ánimos en la UE en torno al verso libre de Orbán que, según la cadena Bloomberg, habría decidido volar hacia Florida nada más finalizar la cumbre de la OTAN en Washington. Allí se le ha visto aislado en más de una ocasión durante las conversaciones informales o en la cena de gala que el presidente de EE UU, Joe Biden, ofreció el miércoles en la Casa Blanca. El primer ministro magiar está mucho más cerca del magnate que de los aliados en lo que a la organización militar se refiere, ya que ambos coinciden en su escepticismo sobre la Alianza y también en sus reticencias hacia la ayuda a Ucrania. Los dos, a su manera, han boicoteado su suministro: el estadounidense a través de los republicanos en el Congreso y el húngaro con un veto a un paquete económico europeo que costó meses que aceptara levantar.
La sintonía entre Orbán y Trump es evidente. Ambos se conocieron a principios de año en Mar-a-Lago, el club privado y residencia del empresario en Florida, donde el expresidente elogió al dirigente magiar, al que llamó «jefe». El mandatario europeo le ha devuelto el halago en público y sostiene de él que es «un hombre de honor» que antepone su país a todo lo demás, algo que casa a la perfección con su discurso ultranacionalista y antiinmigración. Su amistad no gusta en el seno de la UE, que antes de este encuentro ya había dado varios toques de atención al húngaro por viajar a Kiev, Moscú y Pekín sin previo aviso. «Hay un profundo malestar», reconoció Josep Borrell, jefe de la diplomacia europea.
El propio Orbán, antes de que trascendiera su escapada para verse con Trump, definió su presencia en Washington como la cuarta escala de su «misión de paz». En las instituciones comunitarias no consideran que sus últimas reuniones sirvan precisamente para acabar con la invasión rusa y denuncian que sólo contribuyen a la «confusión» sobre la postura europea en el escenario internacional, donde temen que se tomen estos encuentros como un acto oficial del dirigente populista en su papel de presidente de turno del Consejo de la UE. Tal es el hartazgo que ha generado en las escasas dos semanas que lleva en el cargo que los ministros de Exteriores de los Veintisiete abordarán la polémica gira el día 22.
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