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Una veintena de soldados rusos habría muerto por «envenenamiento» en Melitópol, según informó este viernes el Estado Mayor ucraniano. El síndrome tóxico procedería de una «sustancia desconocida» que posiblemente ingirieron las víctimas, pertenecientes a una de las unidades que mantienen bajo control de Moscú este ... distrito del sureste de la exrepública soviética. Los hechos reavivan uno de los temores profundos de las tropas rusas a fallecer a causa de los alimentos que les entregan los ucranianos o que ellos mismos requisan en almacenes y despensas. Desde el comienzo de la guerra, el propio Kremlin ha denunciado unos 500 casos registrados sobre todo en zonas conquistadas en los primeros meses de la contienda bélica.
«Los invasores continúan sufriendo bajas, incluso fuera de combate», señala el comunicado del Estado Mayor, en el que se explica que el episodio ocurrió el pasado 24 de abril. Sin embargo, no aporta detalles sobre si hubo otros afectados que debieron ser trasladados al hospital. El presunto ataque encubierto reverdece en cualquier caso la leyenda de que Melitópol no es el mejor sitio para aceptar alimentos si eres el invasor. Pueblo ocupado desde el segundo día de la guerra y conocido por sus extensos cultivos, los agricultores regaron sus cerezos con veneno cuando empezaron a cargarse de fruta en primavera.
Decenas de soldados rusos que comieron las cerezas de los árboles sufrieron una grave intoxicación en lo que el entonces alcalde, Ivan Fedorov, calificó de «el último capítulo de resistencia partisana en Melitópol». También se han reportado casos de militares rusos fallecidos o enfermos tras beber licores fabricados por los vecinos de la región. Y otros más dramáticos, como el fusilamiento en noviembre de ocho personas sorprendidas cuando envenenaban el vodka de un regimiento.
El recurso a este tipo de acciones en muy antiguo. La historia lo describe como una táctica en batallas donde se envenenaban los pozos de agua para masacrar a los animales del enemigo y a éste mismo si no andaba espabilado. Conocido y deplorado por la comunidad internacional ha sido el uso de agentes tóxicos en la guerra de Vietnam. Y en 1942 un grupo de científicos aliados llegó a pensar en fabricar alimentos radioactivos para envenenar a centenares de miles de soldados japoneses y alemanes. El plan, por supuesto, nunca se ejecutó. No había suficiente material nuclear para tantos víveres ni posibilidad de entregarlos a los militares sin antes causar un reguero de destrucción atómica por el camino.
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La estrategia de eliminar a alguien con isótopos u otro terrible veneno tampoco le es desconocida al Kremlin, especialmente desde la Guerra Fría hasta el 'caso Navalni' o el asesinato en 2006 del exespía ruso Alexander Litvinenko con una dosis de polonio 210 vertida en su taza de te durante una reunión con otros dos antiguos agentes secretos en un hotel de Londres.
Cabe recordar cómo en marzo de 2022 las alertas se desataron cuando el magnate ruso, Roman Abramovich, y dos miembros ucranianos de su comitiva regresaron de Moscú, donde habían intentado negociar la paz, con síntomas de enfermedad. Kiev culpó al Kremlin mientras Estados Unidos desmintió que se tratara de un envenenamiento y lo atribuyó a «factores ambientales». Pero lo cierto es que en la siguiente mesa para la paz de Estambul, el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, prefirió evitar los apretones de manos y nadie de la delegación ucraniana bebió o probó el bufé.
El miedo es libre. El de las unidades rusas a morir asesinadas por una lata de carne viene desde la pasada primavera, cuando empezaron a conocerse, los primeros casos. Entonces, los invasores todavía obligaban a cocinar para ellos a muchos mayores y mujeres ucranianas, los que quedaban en los pueblos después de que los maridos e hijos marcharan al frente.
En abril se produjo el caso más conocido cuando dos soldados murieron, otros 28 acabaron en el hospital en estado grave y más de 400 resultaron con una intoxicación etílica descomunal tras haber aceptado los pasteles y las bebidas que les entregaron los habitantes de Izium. Tanto unos como otros habían sido adulterados.
El Ministerio de Defensa ruso califica normalmente estos casos como ajenos al combate, sobre todo con el alcohol, pero el pasado agosto presentó una queja contra Kiev, a cuyo Gobierno acusó de utilizar elementos químicos en la guerra. El Derecho Internacional no acepta este tipo de tácticas y las organizaciones pacifistas tampoco, entre otros motivos por el riesgo para la población civil y los niños. El Kremlin adujo entonces que Ucrania había envenenado a un grupo de soldados suyos acantonados en Zaporoyia con la toxina causante del botulismo. Kiev replicó que los enfermos habrían comido carne caducada.
Precisamente el rumor de que las tropas locales diseminan allí donde se retiran latas de conservas en mal estado para que las encuentren los rusos o que algunos residentes envenenan los víveres de sus despensas con cianuro, raticida o productos de limpieza antes de huir de las ciudades a punto de ser ocupadas han aumentado las cautelas entre las tropas del Kremlin. En las primeras semanas de guerra acostumbraban a saquear todo lo que encontraban a su paso. Las últimas retiradas en zonas como Jersón han permitido descubrir que dejaban atrás raciones ucranianas pese a sufrir auténticos problemas para abastecerse de productos rusos.
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