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M. Pérez
Martes, 6 de junio 2023
«Guerra hidráulica». El término empezó a circular de redacción en redacción una semana después de que Rusia iniciase la invasión de Ucrania. El 3 de marzo de 2022. sus tropas se toparon con un enemigo inesperado y debieron detenerse al norte de Kiev, empantanadas ... frente a la localidad de Demidov en medio de un inmenso mar de lodo. Sus pretensiones de continuar el avance hasta la capital ucraniana se hundieron tanto como cualquier intento de los vehículos blindados de circular por el barro. Las crónicas periodísticas recogieron días más tarde cómo el Gobierno de Volodímir Zelenski había estrenado la «guerra hidráulica»; en otras palabras, la utilización de enormes cantidades de agua como arma defensiva.
El gabinete ucraniano ha reconocido tardiamente que fue inevitable inundar Demodov para impedir que esta ciudad fuera capturada y facilitase el acercamiento de los invasores a Kiev. El ejército defensor, según informes internacionales, forzó el desbordamiento del río Kasplia, cuyas aguas cortaron las carreteras hacia la capital y cubrieron todo el territorio de barro y líquido hasta anegar una enorme superficie llana en la que los rusos no pudieron maniobrar. Las dificultades obligaron al invasor a fijar su posición y entrar en una fase de fuego artillero para finalmente abandonar la posición y trasladarse hacia el oblast de Donbás. El agua había ejercido de muralla para proteger el norte de Kiev.
La estrategia provocó elevados daños materiales y la evacuación de numerosos civiles, aunque el coste de la destrucción hubiera sido mucho más elevado en caso de que Demodov hubiera caído en manos de Moscú. Mandos ucranianos afirmaron tiempo después que su operación impidió un nuevo Bucha, en referencia a la masacre de civiles perpetrada en esta población por los rusos en los primeros compases de la guerra. De igual modo podrían hacerse comparaciones con Mariúpol o, más recientemente, Bajmut, devastadas hasta quedar reducidas a cenizas.
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Aunque sí se trate del objetivo principal, la efectividad de este tipo de acciones de guerra no reside solo en bloquear el paso al enemigo. El lodo y el agua también ralentizan sus movimientos y lo convierten en una presa más fácil para las balas. Además, se trata de un recurso valioso cuando se trata de frenar el ataque de los tanques. Los ríos complican el trabajo de los carros blindados y si sus cauces se ensanchan, como sucede con una inundación, terminan por volverse infranqueables.
Los rusos han probado la maldición de los cursos fluviales varias veces. En mayo de 2022, Moscú perdió en el intento de cruzar el Donets una columna de 52 tanques y una veintena de blindados, en la que se ha convertido en una de sus mayores derrotas parciales desde la Segunda Guerra Mundial. Los vehículos debían cruzar el cauce para rodear los importantes enclaves de Lisychansk y Severodonetsk. Las tropas quemaron campos y lanzaron botes de gas para crear una densa cortina de humo, pero el sonido de las pontonas que transportaban a los tanques sobre el agua fueron lo suficientemente delatoras para la artillería ucraniana, que disparó a placer sobre el convoy.
La destrucción de la presa de Kajovka parece ser el último ejemplo de guerra hidráulica entre los dos países. Moscú habría ordenado su voladura para anegar el sur de Jersón y paralizar así la contraofensiva ucraniana en una zona neurálgica del frente otorgando al barro un gran poder estratégico. Horas después del sabotaje, Kiev y los aliados occidentales todavía calibraban sus consecuencias y algunos expertos no descartan que esta acción haya desbaratado una parte fundamental de los planes de Volodímir Zelkenski. El agua tardará días en desaparecer y luego los soldados se enfrentarán al barro, sin contar con los recursos que ahora deberá dedicar el Gobierno a reconducir la catástrofe.
Durante este último año largo, los episodios de súbitas inundaciones y de ataques contra infraestructuras hidráulicas se han producido con cierta frecuencia. Por ejemplo, el desbordamiento del río Irpín en marzo del año pasado también frustó el avance de los invasores por el oeste hacia Kiev y nunca se ha llegado a aclarar públicamente si los ucranianos abrieron la compuerta de una represa o un bombardeo ruso provocó una fuga. En septiembre sí fue un ataque aéreo el que obligó a activar la alerta de inundación en la ciudad de Krivoi Rog después de que los misiles alcanzasen un embalse.
Sin embargo, muchas de estas acciones menores no están destinadas a producir catástrofes. Se limitan a destruir reservas de agua para secar canales y dejar sin suministro a las fuerzas enemigas en el frente o en enclaves especialmente estratégicos en busca de debilitarlas. Pero en mitad de todas estas intenciones son los civiles quienes sufren el peor castigo. Izium, la ciudad de los mil muertos, Kupiansk o Liman son ejemplos de la táctica sistemática del Kremlin de ordenar destruir la infraestructura de agua potable para condenar a los ucranianos a la sed.
La guerra hidráulica no es una novedad. Aparece reflejada en los manuales bélicos desde hace al menos seiscientos años. Y en la antigüedad los ejércitos también utilizaron los recursos naturales como arma.
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Las avenidas de agua provocadas han sido grandes aliadas de los militares, especialmente de aquellos que conocen bien el terreno donde se mueven. Los origenes de esta estrategia son difusos, pero numerosos historiadores le ponen fecha en el conflicto entre Holanda y los tercios españoles hacia 1585, cuando, aprovechando la túpida red de canales interiores, los holandeses empezarona utilizar la táctica de la rotura de diques como fórmula contra los invasores.
Durante el siglo pasado, la misma estrategia se utilizó con regularidad en las primeras guerras modernas. El propio Stalin la puso en práctica contra la invasión nazi. En una maniobra que puede entenderse como un antecedente de lo sucedido en Kajovka, el cruel dictador destruyó una gran represa con el fin de cortar el avance alemán al norte de Rusia. No fue la única vez que los soldados del III Reich probaron el barro soviético. De manera natural, el deshielo de primavera también dejó literalmente metidas en el fango a las tropas de Hitler, de la misma manera que sucedió con los franceses a las órdenes de Napoléon en 1812 cuando trataban de tomar el imperio ruso.
Posiblemente, el episodio más recordado en Europa por sus trágicas consecuencias civiles sucedió en mayo de 1943 en la zona occidental de Alemania. La aviación británica bombardeó las presas de Moehne y Edersee provocando una riada que mató a más de 2.000 personas, entre ellas más de un millar de trabajadores forzosos recluidos en un campo de prisioneros y cientos de vecinos de la ciudad de Neheim-Hüste. Desde el punto de vista militar, la enorme inundación destruyó numerosos puentes y vías de comunicación militares alemanas a lo largo de cincuenta kilómetros. Hoy, Mohene es un lago con un enorme atractivo turístico levantado sobre fantasmas olvidados.
A su vez, las tropas de Hitler también utilizaron la táctica de las inundaciones contra los británicos en Italia antes de la batalla de Montecasino. Y fuera de la gran guerra europea, cabe destacar otro episodio doloroso durante la segunda crisis sino-japonesa cuando Chiang Kai-sek ordenó abrir los diques del río Amarillo en 1938 para detener el avance japonés, cuyos batallones habían cosechado sucesivos éxitos en las cruciales provincias de Henan y Hubei.
La operación funcionó mal. Las previsiones saltaron por los aires y una copiosa inundación arrasó miles de aldeas sin dificultad alguna hasta el extremo de cambiar el curso del propio río. Las estimaciones más benignas apuntan a que 800.000 ciudadanos se ahogaron y varios millones tuvieron que ser evacuados, Todavía hoy se le considera el mayor acto de guerra medioambiental de la Historia. Desde este martes, a su lado figura el colpaso de la presa ucraniana de Kajovka, que el presidente Volodímir Zelenski ha calificado como uno de los peores «actos de destrucción masiva medioambiental» conocidos por la humanidad.
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