Francia está viviendo una época histórica de transformación y de declive, aunque mantenga su posición internacional (cuestionada por su retroceso en África y los altercados de Nueva Caledonia) y, supuestamente, sigan vigentes los valores republicanos de libertad, igualdad y fraternidad. Su sistema político e ideológico ... ofrece una imagen de desestructuración, al igual que la sociedad civil, en la que se mezcla la descomposición del sistema anterior (izquierda y derecha clásicas) y una derechización progresiva e imparable de los ciudadanos favorecida por la precariedad, el desempleo, la desigualdad y la desconfianza en sus élites. Recordemos, que a veces las élites eligen lo peor para sus propios intereses y lo imponen a ciudadanos obnubilados por medios de comunicación arbitrarios. En realidad, el problema no es sólo político e institucional ya que Francia siempre ha tenido una fuerte actividad contestataria. El discurso del odio y de división que inunda las redes sociales emana de los problemas sociales no resueltos que exigen, para unos, el apoyo de la lucha contra la pobreza, y, para otros, reforzar la seguridad y la justicia frente al fenómeno de la inmigración y el islamismo.

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En cualquier caso, quienes sueñan con un mundo mejor están de enhorabuena, tras la durísima e inesperada derrota de la ultraderecha francesa en la segunda vuelta de las elecciones celebradas el pasado domingo. Y deben estarlo, en mayor medida, por el intento de condicionamiento de los resultados generado por la intoxicación interesada de numerosos medios y de los omnipresentes augures que nos rodean por doquier. Todo lo vaticinado se ha venido abajo y el Nuevo Frente Popular ha obtenido la mayoría en los comicios (180 diputados), seguido del partido de Macron (163) y de los desilusionados y estupefactos Marine Le Pen y Jordan Bardella (143).

El cordón sanitario ha funcionado una vez más. Desde hace cuarenta años, los distintos gobiernos de Francia se han enfrentado al imparable ascenso de las ideas de extrema derecha y de quienes las representan. Aparentemente al menos, se ha dado una lección a Europa en una época en la que en no pocas ocasiones la derecha moderada se ha unido a partidos ultranacionalistas y xenófobos. La reacción ciudadana ha desmontado los pronósticos y los ciudadanos franceses han hecho su trabajo. Ahora les toca a los ganadores de las elecciones estar a la altura y ponerse de acuerdo en un programa de gobierno que nazca del compromiso y la coalición, algo en cierta medida novedoso para las fuerzas políticas del país vecino. Veremos si están a la altura y entienden la gravedad del momento o se pierden en sus miserias y egoísmos personales.

Porque tienen que ser conscientes de que el fracaso reciente de la extrema derecha francesa no supone nada más que un paréntesis en su progresivo afianzamiento si no se solucionan los problemas de los que se nutre. Si el frente republicano no toma nota del mensaje lanzado este domingo por los franceses y los aboca al desencanto y a la frustración, el partido de Le Pen aumentará sus posibilidades de ganar las presidenciales de 2027. Intentar superar la profunda crisis de identidad del país, conseguir que desaparezca el recelo y la desconfianza hacia las élites y los poderes fácticos, superar el malestar existencial que abruma a los ciudadanos, apaciguar el debate público y recuperar la confianza para proyectarse hacia el futuro, todo ello amparado y fortalecido por una estrategia europea de refuerzo de la cohesión social y la solidaridad, son elementos imprescindibles para que esto sea posible.

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