La crisis migratoria que sufre la isla italiana de Lampedusa, adonde han llegado unos 7.000 desplazados en los últimos días desde el norte de África, no sólo supone un gigantesco drama humanitario. El aumento en las llegadas a través del Canal de Sicilia también ... provoca un severo desgaste para la primera ministra, Giorgia Meloni, ganadora de las elecciones generales de hace un año con la promesa de frenar la inmigración clandestina. Se ha topado en cambio con una realidad muy distinta: en lo que llevamos de 2023 se han producido más de 125.000 desembarcos de inmigrantes en Italia, el doble que en el mismo período de 2022, según los últimos datos del Ministerio del Interior.
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La situación que se vive estos días en Lampedusa, donde el número de indocumentados ha llegado a superar a la población local (son unos 6.000 vecinos), confirma el fracaso de la supuesta 'mano dura' de Meloni, como se ha apresurado a echarle en cara su socio de Gobierno, la Liga, abriendo así una grieta en la coalición conservadora que sostiene al Ejecutivo. «El camino diplomático no nos ha llevado a ningún sitio», criticó Andrea Crippa, 'número dos' de la Liga. Crippa pidió a Meloni que volviera a la política que ejercía el líder de este partido, Matteo Salvini, cuando era ministro del Interior durante la anterior legislatura. «Demostró que los problemas se pueden resolver con actitudes más duras», señaló. La jefa del Ejecutivo, por su parte, había considerado antes que impulsar el reparto de los migrantes por las naciones europeas se trataba de una cuestión «secundaria», pues la clave, a su juicio, está en conseguir que no zarpen las naves cargadas de desplazados desde el norte de África.
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Para intentar lograr ese objetivo, el Gobierno de Italia lleva meses tratando de fomentar la cooperación con Túnez, un Estado que sufre una profunda crisis económica y social. Es por ello que son cada vez más los subsaharianos que aprovechan el caos y el vacío de poder para zarpar desde sus costas hacia Europa, al igual que muchos tunecinos que también optan por probar suerte con la inmigración ante el colapso de su país. La mejor muestra del fracaso de la estrategia diplomática de la Unión Europea, en coordinación con Italia, para intentar estabilizar Túnez se vivió ayer, cuando el Gobierno tunecino negó la autorización para entrar en el país a una delegación de la Comisión de Asuntos Exteriores del Parlamento Europeo. El portazo llevó al eurodiputado alemán Dietmar Koester, del grupo socialista, a exigir a Bruselas «la inmediata revocación» del acuerdo firmado en julio entre la UE y la nación norteafricana, que incluye cooperación en migración.
Más allá de las polémicas políticas domésticas e internacionales, tanto los habitantes de Lampedusa como los 7.000 desplazados llegados estos días vieron cómo el colapso que vive la isla comenzaba ayer a mejorar gracias al traslado en varias embarcaciones de unos 2.000 migrantes a otras localidades italianas. La situación en el centro de acogida, no obstante, sigue siendo crítica y marcada por el dolor del fallecimiento el día anterior de Traore Mama, una pequeña de sólo 5 meses que se ahogó a poca distancia del puerto de Lampedusa al naufragar el barco con el que, junto a su madre, pretendía llegar a Europa.
«Es terrible, la última víctima inocente del Mediterráneo», lamentó Raffaela Milano, de Save The Children. «La Unión Europea y los Estados miembros tienen la obligación de cooperar y coordinarse para socorrer a las personas en dificultad en el Mediterráneo, actuando en el respeto de los principios del derecho internacional», clamó.
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