Exactamente una semana después del intento de asesinato que ha sacudido la campaña electoral de Estados Unidos, Donald Trump estaba este sábado de vuelta sobre un escenario dando un mitin. No era a cielo abierto, como cuando le llovieron las balas en Butler (Pensilvania), sino ... en un pabellón deportivo de Grand Rapids, fortificado por la policía, sin tejados circundantes que controlar. Con las heridas de guerra sanadas, Trump ha cambiado la gasa en la oreja por una tirita, pero sigue siendo un héroe que electriza a las masas con una historia que no piensa soltar.
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«¡Y dicen que yo soy una amenaza para la democracia! ¡Pero si la semana pasada me comí una bala por la democracia!», contó a su público, que había hecho cinco horas de cola para arroparle. Ahora que la candidatura de su rival está en el aire, sus ataques se han expandido al partido «que habla de democracia, pero quiere arrebatarle a Joe Biden la candidatura que ganó en primarias».
El debate del pasado 27 de junio dio un vuelco al panorama electoral. Jamie Laughery, uno de los pocos afroamericanos en las gradas del Van Andel Arena, con capacidad para 12.000 personas, repleto hasta la bandera, decidió cambiar su voto por Trump en aquel debate. «Biden es demasiado viejo. Además, es un político de carrera que no ha hecho nada por el país. Es hora de jubilarlo», resuelve.
En tiempos de hastío político, la falta de experiencia se ha convertido en un activo. El nuevo converso del movimiento Make America Great Again (MAGA), era el único que no aplaudía con el puño en alto al grito de «Fight, fight, fight» que ha popularizado el atentado, pero el discurso le convencía. «Es un hombre de negocios que sabrá manejar la economía», explicaba.
La llegada de Trump trajo un ambiente festivo a esta ciudad del oeste de Michigan que el magnate eligió para volver a los escenarios y estrenarse con su nuevo vicepresidente, el senador J.D. Vance, que conecta con el sentimiento antisistema y promete luchar por la clase obrera rural abandonada por la globalización. «La única pega que le pongo es que es un chico de Ohio », objetaba Ann Isingas en la audiencia. Rivalidades futbolísticas aparte entre Michigan y Ohio, Trump le ha encargado ganarse el voto de los estados del cinturón industrial del interior de Estados Unidos al autor de Hillbilly Elegy (Elegía Rural), que solo lleva en política año y medio, pero viste con galones las cicatrices de una infancia traumática. Abandonado por su padre cuando aún era un bebé y maltratado por una madre drogadicta, que cada mes le presentaba una pareja nueva, representa la esperanza de la América rural que constituye la base de Trump. Su madre, interpretada en la ficción por Amy Adams, le acompañó con lágrimas en los ojos la semana pasada en la convención del Partido Republicano en la que aceptó la nominación para vicepresidente, con la promesa de celebrar en enero próximo en la Casa Blanca sus 10 años de sobriedad.
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Vance se salvó de la marginalidad gracias a la mano firme de su abuela, que le inculcó la mayor parte del eslogan que este sábado se leía en algunas camisetas del movimiento MAGA: «God, Guns and Trump» (Dios, Armas y Trump). A «mamaw», como la llamaba, que nunca se cansaba de ver a Arnold Swarzenegger en 'Terminator', le hubiera gustado Trump. Cuando murió le encontraron repartidas por la casa 19 armas cargadas, porque dadas sus dificultades de movilidad en sus últimos días, siempre quería tener una a mano en caso de necesitar defenderse, contó su nieto en la convención.
Vance comulga también con el proteccionismo comercial y el nacionalismo del 'America First' de Trump, al que aporta un fuerte conservadurismo social contra el aborto y las políticas de género neutro. Si algo le ocurriese al magnate de 78 años, una vez llegado a la Casa Blanca, Vance, de 39 años, podría ser el presidente más joven de la historia, superando incluso a John F. Kennedy, que tenía 43 años cuando llegó al poder. «Es lo que necesitamos, un millennial en la Casa Blanca, sangre fresca», opinaba Samantha, la madre de Adam Ames, a la que su hijo de 19 años había arrastrado hasta ese mitin.
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El magnate desbarró sobre el escenario durante casi dos horas, tal como hiciera el jueves al aceptar por tercera vez la nominación del Partido Republicano en Milwaukee. El contraste entre las críticas que ha recibido por parte de los medios establecidos y el entusiasmo de sus seguidores revela una vez más la desconexión entre los poderes fácticos y la voz de la calle. «Precisamente por eso me gusta, porque no nos da un discurso, sino que tiene una conversación con nosotros. Me siento más incluido», explicaba el joven estudiante de ciberseguridad, que votará en noviembre por primera vez, pero tan aficionado a la política que ya acudió a dos mítines de Trump en las pasadas elecciones.
Michigan es el estado donde se resquebrajó el «muro azul» de contención del Partido Demócrata, que costó la derrota de Hillary Clinton en 2016. Biden lo recuperó en 2020 por apenas 154.000 votos, procedentes mayoritariamente del cinturón metropolitano de Detroit, donde su apoyo a Israel en la invasión de Gaza le augura esta vez un pobre resultado entre la alta población musulmana.
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Se desmorona también el apoyo de los sindicatos, ejército de los demócratas, que tienen cada vez menos control sobre los trabajadores. Uno de ellos, Bryan Pannebecker, subió este sábado espontáneamente al escenario de Trump para arengar a sus compañeros de la industria automovilística a cambiar de presidente.
No es difícil añorar un pasado floreciente en el que la clase obrera podía permitirse la hipoteca sin sufrir al pagar la compra. Trump les ha convencido de que puede resucitar la gloria perdida imponiendo aranceles a los coches importados y sellando la frontera para evitar la mano de obra barata de los inmigrantes «Cuando yo esté de vuelta en la Casa Blanca, la forma de vender en Estados Unidos será fabricar en Estados Unidos con mano de obra estadounidense», prometió el magnate inmobiliario. «Somos el partido de la clase trabajadora. Quieren presentarnos como extremistas, pero soy una persona de sentido común». Su receta es simple: «Si nos jodes, te joderemos a ti», advirtió.
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