«Y cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.» El microrrelato de Augusto Monterroso es la metáfora perfecta para lo que ha ocurrido en los últimos días en EE UU, el momento en el que los estadounidenses despertaron de tres años de letargo solo para ... descubrir que la pesadilla de Donald Trump sigue ahí y está a punto de devorarlos.
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Nunca antes un candidato estadounidense ha tenido tan claro el camino a la victoria. A menos de un mes de que se deposite el primer sufragio en los caucus de Iowa el 15 de enero para elegir al nominado del Partido Republicano, todo el mundo, incluyendo a sus rivales, acepta su inevitabilidad. Su índice de aprobación entre los republicanos es del 81%. La media diaria de encuestas que publica fivethirtyeight.com le otorga el 60% del voto, a una distancia insalvable de su siguiente competidor, el gobernador de Florida Ron DeSantis, que tiene un 12,6%.
Como recordaba el columnista de 'The Washington Post' Bob Kagan hace una semana, «deberíamos dejar de fingir, una dictadura de Trump es cada vez más inevitable». El tiempo para creer en un futuro feliz en el que el monstruo se desvanezca, se agota. A medida que el expresidente demuestre en las urnas su liderazgo, el partido, los donantes y hasta los medios de comunicación se plegarán fortaleciendo su poder. «Salvo que ocurra un milagro, Trump será pronto el presunto nominado presidencial del Partido Republicano», zanjó Kagan en un artículo que ha despertado a la opinión pública y ha aterrado a muchos.
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Mercedes Gallego
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Los juicios en marcha solo le favorecerán, porque le darán una atención mediática imposible de comprar y encajarán perfectamente con su estrategia de presentarse como una víctima de persecución política, impulsada por el gobierno de un rival que tiene miedo de batirse nuevamente contra él. Las encuestas reflejan que solo un 6% de los conservadores que le apoyan están dispuestos a cambiar de opinión si resulta condenado en los tribunales. «Como presunto nominado, tendrá al aparato del partido a su disposición. ¿Van los líderes republicanos a apoyarle, pero no en sus casos legales?», preguntaba retóricamente. Cuando el electorado conservador oiga repetidamente a sus respetables líderes deslegitimar los casos, el porcentaje de quienes ahora dicen que no le votaría si sale condenado disminuirá aún más.
Nada indica que quienes a estas alturas no encuentran en él nada que le incapacite para gobernar vean la luz durante la campaña. Imposible decir que no está cualificado para el cargo, cuando ya gobernó cuatro años sin que la inflación se disparase, Rusia invadiese Ucrania, Hamás desencadenase una guerra atroz y el número de inmigrantes que cruza la frontera ilegalmente batiese récords. Guste o no, salvo algo imprevisible que nadie puede anticipar, las elecciones de 2024 en EE UU serán un 'rematch' de dos presidentes en edad de estar jubilados, cada uno con sus logros y errores a cuestas. Y como todo indica que los demócratas estarán más divididos que los republicanos, los medios ya han empezado a desgranar lo que será la segunda venida de Trump a la Casa Blanca.
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Hasta hay nombres para su gabinete. Se sabe que serán leales probados. No de los que rinden pleitesía a Lincoln o a Reagan, sino de los negacionistas capaces de defender públicamente que a Trump le robaron la victoria en 2020. Fuentes de la web política Axios aseguran que la campaña de Trump maneja para los puestos de más poder a su asesor en migración Stephen Miller, al senador de Ohio JD. Vance, al expresentador de Fox Tucker Carlson, al general Michael Flynn e incluso a su anterior arquitecto electoral Steve Bannon.
Su primera tarea será la de purgar a los funcionarios de gobierno reemplazando con sus leales a 50.000 de ellos en puestos de responsabilidad, para que se encarguen de controlar a los que tienen debajo. Esa purga continuaría con una cacería de críticos en el Ejecutivo y en los medios de comunicación, a los que Trump amenaza en sus discursos con meter en la cárcel. Continuaría con una redada masiva de inmigrantes a los que promete deportar o encerrar en campos de concentración, lanzar al Ejército en la frontera para combatir a los carteles e invocar la Ley de Insurrección para decretar toques de queda y detener a los manifestantes si sus protestas se vuelven violentas. Su promesa de arrancar de raíz a esas «plagas» de «comunistas, marxistas, vándalos y radicales de izquierda» que han infectado el país «para destruir a EE UU y al sueño americano» servirá de coartada para sus acciones gubernamentales.
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La guerra de Ucrania la acabará «el primer día», porque sentará a Volodímir Zelenski a la mesa y le obligará a negociar la paz, so pena de cancelar toda la ayuda que recibe, lo que de facto entregaría la victoria a Rusia. Putin es uno de esos dictadores que aguarda con impaciencia las elecciones de noviembre en EE UU. Como hiciera en su primer mandato, Trump, alérgico a «los globalistas», se retirará del papel de policía del mundo y preferirá negociar mano a mano -aranceles sobre la mesa- con los líderes afines. Siempre con una visión pragmática y mercantil, alejándose la noción tradicional de defender la democracia en el mundo. Será un aliado aún más fiel de Israel, que forzará el reconocimiento de los países árabes, como hiciera con los Acuerdos de Abraham.
A nivel doméstico acabará con los tiroteos escolares al convertir las aulas en fortalezas con un policía armado en cada colegio. «Si EE UU tiene 40.000 millones de dólares para mandar a Ucrania, también los tiene para hacer lo que sea necesario para mantener seguros a los niños», dijo tras la matanza de Uvalde en Texas. Su promesa más innovadora será la construcción de diez 'Ciudades de la Libertad' (Freedom Cities) en suelo público, que «rehabilitarán la imaginación de los estadounidenses y brindarán a cientos de miles de jóvenes y familias trabajadoras una nueva oportunidad para ser dueños de su vivienda y alcanzar el sueño americano».
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Su pelea contra el 'Deep State' empieza por vengarse de quienes han facilitado su encausamiento judicial. Con la designación de miles de jueces federales y de los tribunales de apelaciones, se blindará de las demandas, que ya sabe cómo manejar. «¿No va a ser un dictador, verdad?», le preguntó en Fox su amigo y presentador estrella de la ultraderecha, Sean Hannity, para que tuviera la oportunidad de transmitir calma. «¡Excepto por el primer día!», redobló él, «en el que voy a cerrar la frontera y perforar, perforar, perforar (pozos petrolíferos)». Nadie podrá decir que no lo había avisado.
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