M. Pérez
Martes, 16 de julio 2024
La investigación sobre los fallos en la protección de Donald Trump durante su mitin en Butler (Pensilvania) compendia una serie de posibles deslices, pero los últimos apuntan directamente a la Policía local de esta comunidad rural. Según el Servicio Secreto, el control del edificio bajo ... desde el que disparó Thomas Matthew Crooks -un taller de equipos agrícolas- estaba a cargo de los agentes de Butler y, en opinión de su directora, Kimberly Cheatle, hasta es posible que hubiera agentes en su interior. Pero nadie se percató hasta que fue demasiado tarde de que el pistolero estaba en el tejado.
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A medida que avanzan las indagaciones se consolida un cúmulo de despistes, dejadez y descoordinación, aunque, como precisa Cheatle, «buscar a esa persona, encontrarla, identificarla y finalmente neutralizarla ocurrió en un período muy corto de tiempo, y eso lo hace muy difícil». La directora del Servicio Secreto asume que «la responsabilidad recae sobre mí», aunque ha asegurado que no dimitirá. Desde la Casa Blanca, cuyo presidente, Joe Biden, fichó a esta antigua agente especial para el cargo en 2022, nadie responde a las solicitudes de los republicanos y expertos en seguridad que exigen su cese. Cheatle debe declarar el próximo lunes ante un comité de la Cámara de Representantes.
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Además del Servicio Secreto, la seguridad del expresidente estuvo el sábado en manos de la Oficina del Sheriff del Condado de Butler, la Policía Estatal de Pensilvania y el Departamento de Policía Municipal. En el escenario del discurso, un recinto ferial llamado Butler Farm Show, había más de cien agentes experimentados, además de francotiradores en pareja con sus observadores. Sin embargo, nadie se percató de los movimientos de Crooks.
Nadie, salvo el público. Varios testigos han declarado que alertaron a la Policía entre «tres y cuatro minutos» antes del atentado. Y un nuevo vídeo en manos del FBI revela cómo algunas personas próximas al taller llaman la atención de los agentes porque un individuo repta armado por la cubierta. Ocurre exactamente 86 segundos antes de que el joven apriete el gatillo y roce la cabeza de Trump. Desde su asiento en el mitin, en la segunda fila, el sheriff del condado de Butler, Michael Slupe, escucha un «bam-bam-bam», pero piensa en la denuncia que esa misma mañana alguien ha puesto por el lanzamiento de fuegos artificiales en el pueblo.
«Había policías locales en ese edificio. Había policías locales en la zona que eran responsables del perímetro exterior del edificio», ha declarado la directora del Servicio Secreto. De ser cierto, el fallo sería de bulto. Crooks habría apoyado una escalera de mano en la fachada y trepado, para arrastrarse a continuación por el tejado sobre sus cabezas, pasando totalmente inadvertido.
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Pese a todo, el Servicio Secreto parece también comprometido. En los mítines, su personal controla el perímetro interior, en este caso el recinto ferial, mientras las patrullas locales cubren el círculo exterior más alejado del escenario. Sin embargo, antiguos miembros del departamento han explicado que los agentes especiales deberían haberse hecho cargo también del inmueble al tratarse de un enclave de «alto riesgo». Elevado, con el escenario al alcance de un riflle y a una distancia (135 metros) donde un tirador aceptable tendría pocos problemas para acertar en un hombre fornido.
Crooks nunca fue admitido en el equipo de tiro de su escuela, pero este último año pudo afinar su puntería en un campo de prácticas situado a media hora en coche de su casa de Bethel Park del que se hizo socio. Su padre disponía de más de una docena de armas. El FBI ha logrado desentrañar los secretos de su teléfono móvil para descubrir que no tenía ninguno. Con muy pocos amigos -en la escuela prefería pasar los ratos libres sumido en sus propios pensamientos-, los agentes no han visto nada en el dispositivo que arroje luz a su deseo de acabar con Trump y, quizá, consigo mismo.
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Porque, pese a que disponía de dos artefactos explosivos en su coche y debajo de su cama -no ha trascendido si listos para activarse- y que guardaba 30 rondas de munición en el vehículo, parece bastante claro que el joven sabía sus escasas posibilidades de salir vivo. Los padres continúan abrumados. Han manifestado que su hijo carecía de inclinación política. Y muchos se preguntan cómo un veinteañero estudioso y tranquilo pudo crear un plan para matar a un expresidente que hubiera tenido éxito de no ser por un giro inesperado de cabeza.
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