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Joe Biden El presidente estadounidense, Joe Biden, antes de partir en el Marine One rumbo a Camp David. AFP
Las seis semanas frenéticas de Biden

Las seis semanas frenéticas de Biden

Un presidente agotado se ve obligado a refugiarse en Camp David para su recuperación mientras su esposa representa a EE UU en los Juegos

Mercedes Gallego

Corresponsal. Nueva York

Sábado, 27 de julio 2024, 20:43

Cansado y derrotado, Joe Biden se subió el viernes por la tarde al helicóptero que le llevó a la residencia presidencial de Camp David, en las montañas de Catoctin (Maryland). Han sido seis semanas infernales de viajes transoceánicos, de esos que alteran el reloj biológico, numerosas cumbres y reuniones de Estado, crisis familiares y personales, con la condena de su hijo y su propia decisión de retirarse de la campaña, presiones de todo tipo, catarros y hasta covid. Ha llegado la hora de descomprimir abrazado por los árboles, lejos de la luz de los focos.

«La gente no lo sabe, pero es como una burbuja», contó George W. Bush durante una charla sobre el papel de Camp David en la vida de los presidentes de EE UU. Bush y Reagan fueron con mucho los que más utilizaron el Shangri-La creado por Franklin Roosevelt para escapar de la realidad, 150 visitas y 189 respectivamente, en comparación a las 15 de Donald Trump, el presidente que menos la ha usado desde Truman.

Una de las ventajas de esta residencia rústica de 51 hectáreas de bosque es que la prensa no tiene acceso a ella, salvo en raras ocasiones en las que se han celebrado cumbres o visitas de Estado. Es el lugar perfecto para que alguien como Biden, que acaba de pasar por uno de los momentos más duros de su vida, se desplome fuera de las miradas indiscretas. Rodeado de bosques y cabañas de madera, la finca le ofrece la oportunidad de expansionarse por los senderos, como hiciera Hillary Clinton en 2016 por las montañas de Chappaqua poco después de perder las elecciones.

No le acompaña su esposa Jill, que se encuentra en París para representar a su país en los Juegos Olímpicos. Sí su hijo, Hunter Biden, que, según fuentes de 'Político' y el 'New York Times', se ha vuelto más presente en la vida del mandatario desde que hace un mes fuera condenado por un tribunal de Delaware por haber mentido sobre sus adicciones al comprar una licencia de armas. Hunter Biden está indignado por ello y las fuentes de estos medios atribuyen a su presencia altisonante en las reuniones del presidente con sus asesores de campaña el mal clima que se fue gestando entre ellos. Para cuando Biden tomó el pasado sábado la crucial decisión de renunciar a la reelección, ya ni siquiera confiaba en ellos.

Declive físico y cognitivo

Anita Dunn, una de las veteranas, encargada de prepararle para el debate del 27 de junio, se enteró de su decisión el pasado domingo, a la vez que otros altos cargos de campaña, apenas un minutos antes de que lo colgara en las redes sociales. Las tres semanas anteriores habían estado marcadas por las continuas filtraciones de su círculo, que informaban a los medios del declive físico y cognitivo en aumento que habían observado en el presidente de 81 años.

El mandatario busca recuperar el aliento perdido entre los bosques de las montañas de Catoctin, en Maryland

«El Joe que vi no fue el tipo fantástico de 2010, ni siquiera el de 2020», confesó George Clooney

Junio empezó con un viaje a París para conmemorar el 80 aniversario del desembarco en Normandía. A la semana de volver a casa le tocó volar a Italia para la cumbre del G-7. Allí la anfitriona Giorgia Meloni tuvo que guiarlo dulcemente al verlo desorientado al final de un acto. Otros mandatarios europeos comentaron en privado la degradación que observaban en el líder estadounidense, que, aun así, voló directamente desde Roma hasta Los Ángeles atravesando nueve husos horarios con una sola parada técnica para repostar.

Ese 15 de junio le esperaba en Hollywood el acto de recaudación de fondos más importante de su campaña, con la presencia de Barack Obama y de actores como George Clooney. Un mes después la estrella contaría en 'The New York Times' que todos se quedaron impactados por el declive que observaron en el mandatario. «El Joe que vi no fue el tipo fantástico de 2010, ni siquiera el de 2020, sino el que vimos todos en el debate», confesó.

El helicóptero presidencial despega de los jardines de la Casa Blanca entre gran expectación. Reuters

Biden cumplió con la misión de batir el récord de recaudación de fondos, con 30 millones de dólares en un solo evento, que aún así dejaba insatisfecha a su campaña. Se montó de nuevo en el Air Force One y voló otras seis horas hasta Washington, donde lo esperaban para trasladarlo a esa residencia vacacional de Camp David, a veinticinco minutos de helicóptero de la Casa Blanca, para concentrarse en la preparación del primer debate contra Donald Trump.

El cansancio le dio caza. El resfriado llegó en el momento más inoportuno. El presidente perdió la voz y casi no podía hablar. Sus asesores se preocuparon. Faltaban dos días para el cara a cara con Trump. A pesar de que agendaban los entrenamientos a partir de las 11.00 horas y disfrutó de una siesta, el mandatario no podía con la preparación. Ese día dieron por terminada la jornada y lo mandaron a descansar a sus aposentos. Al siguiente, su ex jefe de gabinete, Ron Klain, y sus leales asesores Mike Donilon y Bruce Reed quisieron recuperar el tiempo perdido y le saturaron de cifras, frases y respuestas anticipadas que el octogenario, cansado y enfermo, no podía retener. «Lo embotamos, hubiera sido mejor dejarlo descansar», reconocieron a 'Politico'. «Tan pronto como le escuché la primera respuesta supe que estaba cansado y nervioso», señaló.

Su actuación fue un desastre. El mandatario decidió volver ese fin de semana a Camp David con su familia, que culpó a sus asesores y le convenció para que no tirase la toalla. Biden lo intentó. Mientras su rival descansaba triunfante en su residencia de Mar-a-Lago (Palm Beach, Florida), él se embarcó en una frenética agenda de actividades oficiales y mítines de campaña a lo largo y ancho del país para demostrar su vigor, pero no pudo apagar las críticas. «Miradme esta semana en la cumbre de la OTAN», dijo en entrevista con Lester Holt en NBC.

Con todos los ojos pendientes a su próximo traspiés, Biden pasó los siguientes cinco días departiendo con medio centenar de mandatarios de todo el mundo en una ristra interminable de bilaterales y actos oficiales que terminó ese jueves con su conferencia de prensa del año. Antes de salir al escenario ya había dado titulares inintencionados al confundir a Volodímir Zelenski con Vladímir Putin y a Kamala Harris con Trump. El resto estuvo perfectamente articulado, pero totalmente enfocado en el visible deterioro de la edad que ponía en cuestión toda su campaña. Aún así, todavía seguiría en la batalla una semana más, sin cambiar su frenética huida hacia delante, que terminó en Las Vegas con una infección de Covid, la tercera que sufre.

Resfriado y covid

El Air Force One le dejó en Delaware para que fuera a descansar a la casa de playa de seis habitaciones en Rehoboth que el presidente y su esposa compraron en 2016 por 2,5 millones de dólares. Incapacitado por el virus del covid para disfrutar de paseos en bicicleta o caminatas en la playa, y con la prensa acechándole en la puerta, su propia casa se volvió otra burbuja de la que era necesario escapar.

Las montañas de Catoctin (Maryland) le han ofrecido este fin de semana el refugio privado en la naturaleza. Biden tiene mucho que reflexionar estos días. No sólo ha traspasado el testigo a su vicepresidenta para que asuma la nominación presidencial, sino que le ha dejado la atención de las cámaras para la reunión con el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu. Con él le había salido en abril esa fuerza de hombre de Estado, capaz de liderar al mundo y frenar una hecatombe. Fue cuándo Irán atacó Israel y Netanyahu prometió reaccionar con toda su fuerza militar. «Quiero que esto te quede claro como el agua», le espetó Biden. «Si lo haces, te quedas solo», le amenazó repetidamente. Como consecuencia, Netanyahu moderó su respuesta y la crisis se salvó.

Ahora el mandatario tiene que resolver la suya personal. Ya ha salvado el partido al entregarles una nueva candidata que despierta el entusiasmo y la ilusión que las bases nunca sintieron por él. Entre los senderos de Camp David que Reagan recuperó para trotar a caballo, hoy camina Biden meditativo, repasando esos dos meses frenéticos que acabaron con su carrera y anticipando lo que hará en los últimos seis que tiene para cimentar su legado.

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