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Corresponsal. Nueva York
Viernes, 22 de enero 2021
El juicio de 'impeachment' contra Donald Trump, acusado de «incitar a la insurrección» que desató el asalto al Capitolio el pasado día 6, comenzará la segunda semana de febrero, posiblemente el martes 9. Así lo anunció ayer el portavoz de la mayoría demócrata en el ... Senado, Chuck Schumer, después de que la líder del Congreso, Nancy Pelosi, remitiera la acusación que aprobó la semana pasada la Cámara Baja con el apoyo de diez republicanos.
Schumer presentará el pliego de cargos este lunes, de manera que el martes se llevarán a cabo los trámites para dar por iniciado el procedimiento y se abrirá un plazo de dos semanas para que los equipos legales preparen sus alegaciones. Finalmente, el senador demócrata ha conseguido llegar a un acuerdo con Mitch McConnell, líder del partido conservador en la Cámara, que en principio quería demorar el 'impeachment' hasta mitad de febrero.
McConnell alegaba que eso daba al expresidente un plazo justo para organizar su defensa legal. El senador de Kentucky, que rompió con él tras tener que huir del Capitolio bajo protección policial, ha sido explícito al condenar públicamente a Trump por haber «alimentado a la masa con mentiras» sobre un presunto fraude electoral. Aun así, cree que «el presidente merece un proceso completo y justo que respete sus derechos y las cuestiones legales, constitucionales y de hechos que están en juego», dijo en un comunicado.
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Para los demócratas, en cambio, el aplazamiento no era más que un ardid para ganar tiempo. «El presidente y nuestros responsables han tenido el mismo tiempo para prepararse, y nuestros responsables están listos», advirtió Nancy Pelosi. En el partido de Biden, que controla el Senado desde el miércoles, muchos buscan un juicio sumario de no más de tres días con el que dejar atrás la divisiva presidencia del magnate, que ha llevado al país al borde de la guerra civil. No hay duda de que el primer juicio político contra un presidente que ni siquiera está ya en el cargo ahondaría esas divisiones y minaría el mensaje de reconciliación y unidad de Joe Biden.
Con todo, los demócratas creen que el verdadero error sería dejarlo correr. Primero, porque es importante dejar un registro histórico de su papel en esa insurrección, pero sobre todo porque la condena le inhabilitaría para volver a ocupar un cargo público. Ese es el principal temor de muchos, que Trump lance pronto una nueva campaña para aspirar a la presidencia en 2024 o busque otras formas de poder, desde gobernador a senador. Su nueva residencia en Palm Beach le proporciona la plataforma de Florida, donde siempre ha gozado de mucho apoyo.
Apoyo de la militancia
También lo tiene en su propio partido. Pese a que el magnate no pudo convencer a ningún juez para que alterase el resultado de las elecciones, el 70% de los republicanos se ha tragado sus acusaciones de fraude. Al dejar la Casa Blanca el miércoles, Trump disponía aún del apoyo del 98% de los republicanos que le siguen y el 81% de los que le votaron por militancia al Partido Republicano, según una encuesta de NBC. El asalto al Capitolio no afectó la opinión de la mayoría -sólo el 5% cambiaría su voto- y el 47% responsabiliza de él a los militantes de Antifa.
Para su defensa Trump no utilizará a su abogado personal Rudy Giuliani, con quien no acabó en buenos términos. En los tribunales el exalcalde de Nueva York fue el hazmerreír generalizado por sus incongruentes teorías de la conspiración y, además, demostró estar oxidado en el arte del litigio. Esta vez también podría ser llamado como testigo e incluso resultar inculpado, al haber pedido el día de autos a los manifestantes «un juicio por combate».
Según anunció en Twitter el fiel asesor de Trump Jason Miller, el expresidente ha retenido los servicios de un abogado de Carolina del Sur llamado Butch Bowers, «que goza del respeto de demócratas y republicanos». Detrás de esa representación estaría el senador Lindsey Graham, que hace lobby por el expresidente entre sus colegas.
Joe Biden ha sido el primer presidente de EE UU desde 1989 en jurar el cargo sin que el Senado le haya aprobado la nominación de su secretario de Defensa, el cargo más crítico de un país que vive con el dedo en el gatillo. Entonces el elegido de George H. Bush era John Tower, al que el Senado no pudo pasar por alto sus vicios y lucrativos negocios con Defensa. Dick Cheney le reemplazó.
En el caso de Lloyd Austin, de 67 años, su único defecto es haber servido honorablemente a su país hasta retirarse como general hace cuatro años, menos de los siete requeridos para ocupar el cargo de secretario de Defensa. Sigue los pasos de James Mattis, a quien el Senado ya eximió de esa limitación ante el temor de que Donald Trump eligiera a alguien inestable. Pero además, tiene otro problema que nadie se atreve a decir en voz alta: es negro.
Por primera vez en la historia un afroamericano ha sido elegido secretario de Defensa. El 44% de los 1,3 millones de hombres y mujeres en activo pertenecen a alguna minoría, pero ninguno de los 27 hombres blancos -y ninguna mujer- que han estado al frente de Defensa. En un país agitado por el rebrote del supremacismo que Trump alimentó, falta ver cómo aceptan sus fuerzas armadas las órdenes de un comandante negro. La víspera de la investidura de Biden el Pentágono tuvo que relevar de sus puestos a una docena de militares encargados de su seguridad a los que el FBI había detectado nexos con las milicias neonazis.
Austin fue el primer general afroamericano que lideró tropas en combate, el sexto en obtener cuatro estrellas y el único que ha dirigido la Comandancia Central. Biden se familiarizó con él en Irak, donde supervisó la retirada de tropas y dice haberle observado en diferentes cargos hasta convencerse de que es «un hombre con extraordinario talento y profunda decencia personal» en el que a menudo ha buscado consejo. De él admira su calma, su carácter, su diplomacia y su capacidad para construir relaciones con su contraparte.
Ha hecho falta una intensa labor de lobby para convencer al Senado de aprobarle una dispensa -por unanimidad- antes de confirmarle este viernes con solo dos votos en contra. Muchos lo han hecho de forma renuente, genuinamente preocupados por el creciente control militar de Defensa, cuyo alto mando está reservado a civiles como salvaguarda democrática. Los «extraordinarios retos» del momento han convencido a la mayoría de pasar por alto sus reservas.
Su mayor reto no estará sin embargo en Irak, Afganistán, Siria o Yemen, donde ha servido, sino en casa, donde la Inteligencia sitúa al terrorismo doméstico como la principal amenaza del momento.
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