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Corresponsal. Nueva York
Jueves, 21 de enero 2021, 23:45
Fue como si vinieran los Reyes Magos y hubieran leído la carta. En su primer día de gobierno el presidente Joe Biden pidió la reincorporación a los Acuerdos de París contra el cambio climático, restituyó su adhesión a la Organización Mundial de la Salud, ... ordenó una moratoria de cien días para las deportaciones de inmigrantes, congeló la deuda estudiantil y redujo los intereses a cero, ordenó a su portavoz que aplicase la transparencia y la verdad a todos los comunicados de la Casa Blanca, exigió el uso de la mascarilla en los edificios gubernamentales, prometió cien millones de vacunas y pidió a los miles de nuevos empleados que tendrá en la Casa Blanca que le digan todo lo que no quiera oír.
Sin embargo, los Reyes Magos no encontraron ni polvorones ni copita de anís esperándoles. El equipo de transición de Biden tenía miedo de lo que se encontraría tras cuatro años de gobierno del caos, pero lo que más le preocupaba este jueves es lo que no encontró: un plan para distribuir la vacuna del covid-19, que tanto ansía la población. Estados como Nueva York dejaron este jueves de dar cita para la vacuna, al estar a punto de agotar las dosis inicialmente recibidas. El Gobierno de Trump, tras aceptar la derrota, había quemado sus últimos días en el poder mano sobre mano.
El de Biden dedicó su primer día completo en el cargo a agilizar esa pieza clave de la revitalización económica y social del país, con la promesa de que utilizará todo su poder ejecutivo para hacerlo realidad, además de involucrarse personalmente en las negociaciones con el Congreso. Para eso traía bajo el brazo un plan de 200 páginas llamado 'Estrategia Nacional para la Respuesta al covid-19 y la Preparación para la Pandemia'. Un plan «basado en datos científicos, no en ideas políticas», remarcó. A eso añadió este jueves mismo una docena de órdenes ejecutivas, adicionales a las 17 que firmó la víspera apenas entró en el Despacho Oval.
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Mercedes Gallego
Allí le esperaba, eso sí, una carta personal del presidente Trump, quien cumplió con esa tradición de una forma «gentil y generosa», contó Biden sin querer dar detalles. Su portavoz indicó que no la hará pública hasta que hable con el firmante, algo que ni siquiera se sabe si ocurrirá.
El nuevo presidente decepcionó a los conspiracionistas que auguraban que se aprovecharían las tropas desplegadas en Washington para implantar un estado policial y militar que cerrase todo el país, les confinase en casa y les obligase a llevar la mascarilla por las calles. En lugar de eso, Biden ha conminado a sus compatriotas a que se pongan la mascarilla voluntariamente durante cien días, «algo que funciona mejor que las vacunas, porque las vacunas llevan tiempo», explicó.
En esos cien días pretende distribuir cien millones de vacunas, que se producirán aceleradamente al redirigir la industria mediante la activación de la ley de guerra, y se aplicarán a través de cien cadenas farmacéuticas que ha reclutado. «Cuanto más gente se vacune, antes podremos dejar esta pandemia atrás», les animó.
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El despliegue de la Guardia Nacional en las calles de Washington no era, como decían los tétricos videos de WhatsApp, la antesala de un golpe de Estado con el que «la izquierda radical» impondría la ley marcial, les arrebataría sus armas, su libertad y su preciada Constitución. Los seguidores de QAnon se sintieron traicionados por Trump, según recogieron las fuentes de Inteligencia.
En el otro lado del espectro social, los que se quedaron en casa atemorizados por las amenazas de atentados terroristas y la estricta seguridad se fueron relajando de la mano de Tom Hanks, Bruce Springsteen y los propios expresidentes de ambos partidos, que conversaron amenamente sobre la democracia en el Lincoln Memorial. Todo virtual, claro está. Para cuando retumbaron los fuegos artificiales en el National Mall, con el obelisco de fondo, algunos de los capitalinos que habían acabado el día bailando frente a la tele salieron a la calle a ver las luces de colores reflejadas en los edificios. «¡Yeah, este ha sido un buen día!», reía Aisha Derricott en el lobby de su hotel, donde compartía cervezas con los pocos huéspedes que le quedaban.
Docenas de reservas habían sido canceladas en el último minuto, y no le importaba, porque ya sabía bien quiénes eran los ausentes. El día 6 volvieron del asalto al Capitolio borrachos de euforia, exhibiendo las toallas del Congreso y los objetos personales de los legisladores como trofeos de su osadía. El personal del hotel, todos afroamericanos, interactuaban con esos supremacistas blancos sin saber cómo reaccionar, tensos y atemorizados. Un amigo policía al que la manager llamó en pleno toque de queda le pidió que aguantase como pudiera mientras no se pusieran violentos, porque las fuerzas del orden estaban «completamente desbordadas».
El jueves esperaba una horda similar o peor, pero en lugar de eso se quedó con el silencio tétrico de las calles vacías y el ruido de los helicópteros en un hotel al que solo habían llegado periodistas. «¡Yeah, hoy ha sido un buen día!», bailaba en el lobby. Y mañana también, le hubiera contestado Joan Manuel Serrat.
Si la estrategia de Biden funciona y el Congreso aprueba su plan de 1,9 billones de dólares, los turistas volverán a inundar las calles y llenarán pronto su hotel. Al menos los nacionales, a los que obligará a llevar mascarilla en los transportes interestatales, porque a los viajeros procedentes del extranjero les obligarán a presentar una prueba de PCR negativa y hacer cuarentena.
El covid-19 ha dejado ya en EEUU más muertos que la II Guerra Mundial. Con todas las películas que se ha llevado el Desembarco en Normandía y el Soldado Ryan, las 400.000 víctimas de la pandemia no habían recibido un homenaje nacional hasta el martes, cuando el nuevo presidente electo llegó a Washington. «Estamos en una emergencia nacional y esta vez la vamos a tratar como lo que es», prometió Biden este jueves. «La historia nos pedirá cuentas, porque la salud del país está juego».
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