El reloj se detendrá este jueves en la frontera entre México y Estados Unidos para anunciar que el Título 42 ha finalizado. Miles de migrantes aguardan a que sean las diez de la noche frente al muro de metal que divide a ambos países para ... lanzarse hacia el país norteamericano en búsqueda de una vida mejor. Regresar no es una opción y entregarse a las autoridades despierta más temor que el riesgo de ser detenido en el intento de cruzar.
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El rostro de la migración masiva que se cuece en el norte del país azteca está marcado por la esperanza y la desolación. A pocas horas de que se abra por fin la puerta, que EE UU ha impuesto para cortar las alas de los extranjeros que intentan entrar irregularmente, la avalancha de personas se multiplica cada minuto que pasa. Este jueves terminará la vigencia de la ley establecida por el expresidente norteamericano, Donald Trump, que permitía expulsar a los ilegales justo en el momento de pisar suelo estadounidense, con la justificación de frenar la expansión del covid.
«Si no podemos cruzar, esperaremos aquí. Quizá el Gobierno haga algo por nosotros, pero no regresaremos». Así resumió su destino el haitiano Phanord Renel al diario 'Los Angeles Times'. Al igual que él, unos 35.000 migrantes han emprendido este año el viaje hacia Estados Unidos con el mismo propósito.
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Mercedes Gallego
Todos especulan que el caos reinará desde la madrugada del viernes, pero lo cierto es que la crisis lleva meses formándose a lo largo de todo Centroamérica. Humanizar la detención de las personas sin papeles, que ya hacen kilométricas filas a la espera de la supuesta apertura de puertas, será una tarea casi imposible. Del otro lado los esperan 24.000 militares, unos 400 voluntarios y varios helicópteros que sobrevuelan el territorio para repeler a los indocumentados.
El río Bravo, frontera natural entre México y Estados Unidos, se ha cubierto durante las últimas semanas de cientos de barcos improvisados con miles de extranjeros provenientes de Latinoamérica, la mayoría de Venezuela, Haití y África.
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La confusión, los rumores y las falsas expectativas de que será más fácil entrar y gestionar un permiso temporal para permanecer en el país han provocado que las calles, los desiertos, las montañas y los ríos ubicados entre la ciudad de El Paso (Texas) y Ciudad Juárez (Chihuahua) se conviertan en el refugio temporal de 10.000 personas, entre los que hay cientos de menores. Casi el doble de lo que se registraba el año anterior en la considerada «zona cero» de la migración.
Pese a que el Título 8 reemplazará al 42, los migrantes ya podrán presentar de nuevo solicitudes de asilo tramitadas por la vía judicial, un proceso que se puede demorar años. Aunque se enfrentan a ser encarcelados, además de deportados con la prohibición de volver a intentar entrar durante los tres años siguientes, los extranjeros prefieren arriesgarse. Algunos lo han dejado todo atrás: familia, propiedades o lo poco que tenían para lanzarse hacia el vacío. La caída en picado ya la han padecido unos cuantos desesperados que decidieron escabullirse entre las pequeñas rendijas de la gran muralla, pero han sido detenidos 'in fragant'.
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«Llevó más de tres veces aquí. Voy a seguir insistiendo», dijo Rubén, de Venezuela, que ha esperado durante cinco meses en Ciudad Juárez y ahora hace fila tras la Puerta 42 del muro fronterizo. «Muchos ya consideramos entrar por las zonas ilegales porque no habrá otra forma», comentó Rubén al diario 'El sol de México'.
«Se puede entrar, pero no se sabe cómo van a salir». Esta frase se ha convertido en el mantra de Vanessa Villegas, una madre venezolana que emprendió su viaje a EE UU con sus cuatro hijos. Las difíciles condiciones que vivió con su familia en su país se han extendido por la selva del Darién -ubicada entre Colombia y Panamá- hasta un centro de migración en el norte de Guatemala y después en México. Ahora que está a un paso de su destino, vuelve a pensar en que tal vez podría cruzar la frontera, pero nada asegura que salga victoriosa en su expedición. «Para una madre migrante no es opción dormir. Hemos visto cómo a la gente que se queda dormida le han robado el agua o la comida. Ha habido golpes por ello. Tampoco duermo, porque escuchamos que entre los campamentos hay maras y que ya se han robado niños», relata a 'El sol de México' mientras espera a que caiga la noche de este jueves.
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Otros han optado por dejarse convencer tras leer los pasquines que fueron repartidos por la patrulla fronteriza en El Paso para que se entreguen a las autoridades y así gestionar su ingreso legal. Daniel Mena, un migrante venezolano, se negaba a pasar por la estación provisional por temor a ser deportado. Horas más tarde se decidió a intentarlo, aseguró al 'Periódico de México'. Jessica Montiel fue otra de las personas a la que los rumores de que será más fácil entrar a partir del viernes no convencieron del todo. «No sé qué creer, muchos dicen que sí nos recibirán, pero la verdad me da miedo que me regresen a mí y a mi niño Luis», expresó al 'Diario de El Paso'. Al final optó por la vía legal.
En los últimos seis meses, el Instituto Nacional de Migración de México (INM) ha entregado permisos a más de 80.000 extranjeros que provienen de 100 países de todo el mundo, los mismos que han seguido su camino lícito hacia territorio norteamericano. Nacionalidades nunca antes registradas aparecen ahora en los datos del INM: Kirguistán, Burkina Faso, Sri Lanka, Djibouti, Estonia, Islas Reunión y Eritrea.
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Colocar nombre a los migrantes desvela la tragedia de quienes buscan una vida mejor. Escapando de las carencias que hay en sus países de origen, las familias ven a Estados Unidos como la solución a todos sus problemas. Pero la verdadera crisis sólo está a punto de comenzar.
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