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Tenía que quitársela de en medio. Más de un mes después de haber heredado la nominación presidencial del Partido Demócrata ante la retirada de Joe Biden, Kamala Harris no había dado entrevista alguna, ni conferencia de prensa. Donald Trump, que no pierde oportunidad de hablar ... frente a las cámaras, le llevaba la cuenta. Muchos coincidían ya con él en que la vicepresidenta tenía miedo a meter la pata. Tanto, que ayer se estrenó con la máxima cautela en entrevista con CNN, donde el objetivo parecía ser no dar titulares.
«¡¡Aburrida!!», escribió Trump en Truth Social, todo en mayúsculas. El expresidente trató de robarle protagonismo al contar, en una entrevista paralela con NBC, que las leyes que restringen el derecho al aborto a seis semanas desde la concepción le parecen excesivas. Además, planea forzar a las compañías de seguro a pagar por la fertilización in vitro, para escándalo del partido conservador que lidera. Ese giro al centro en su política de salud reproductiva reflejaba también el baile de la vicepresidenta en su entrevista. Después de haber defendido en el pasado poner fin a la polémica técnica del fracking para extraer gas natural, la exfiscal de California se comprometió anoche a no vetarla. Hacerlo la condenaría al fracaso en Pensilvania, el segundo estado del país más rico en gas natural, donde Biden ganó por apenas 1,2% hace cuatro años.
Así de ajustados son los resultados electorales que penden sobre la cabeza de ambos candidatos, necesitados de un desmarque, Trump juega ahora a la ofensiva, al haberse quedado atrás en las encuestas por el entusiasmo que ha traído entre los demócratas el cambio de candidato, mientras que Harris solo quiere salir ilesa de las cuitas que tiene por delante, sin meter la pata.
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Anoche, en un bar de Savannah (Georgia), otro estado bisagra en liza, se la veía seria y asustada. «Estaba sentada detrás de un gran escritorio, gigantesco, y no parecía una líder», la criticó Trump. «Seré honesto, no la veo negociando con Xi Jinping, de China, o Kim Jong Un, de Corea del Norte».
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Mercedes Gallego
J. Gómez Peña
Harris llevaba de escudero al hombre que ha elegido para su vicepresidente en las papeletas, el gobernador de Minnesota, Tim Walz, mucho más ducho que ella en el arte de batirse con la prensa, aunque tuviera que disculparse por no «usar siempre la gramática correcta», dijo como explicación a una frase que explota la oposición por haberse atribuido su participación en combate. Walz, que sirvió en la Guardia Nacional y entrenó en bases de EEUU en Italia a soldados con destino a Irak y Afganistán, nunca pisó el frente, pero de vuelta a casa argumentó que las armas de guerra como las que él «había portado» en combate, no pertenecen a las calles de Estados Unidos.
El mánager de Trump Chris la Civita, es un veterano, experto en utilizar el pasado militar de sus rivales políticos para manchar su expediente. Así hundió a John Kerry en 2004, que hasta ese momento era un histórico héroe de Vietnam. Walz, como Harris, no reconoció ningún renuncio y se defendió sacándole brillo a sus valores, con los que ambos quieren distanciarse de la pareja republicana contra la que compiten.
Ayer mismo Trump se hacía eco en las redes sociales de memes groseras con ofensivo contenido sexual sobre Harris, la primera mujer afroamericana en aspirar a la Casa Blanca, que Trump y sus partidarios retratan repetidamente en actos de sexo oral. La candidata no quiso entrar en ninguna polémica sobre raza o género y desvió la pregunta expresa en la que su interlocutora, la jefa política de CNN, Donna Bash, le pidió que respondiese a la acusación de que se ha identificado como negra por oportunismo político, según Trump. «Lo mismo de siempre», atajó. «Siguiente pregunta». Bash fue la primera sorprendida. «¿Eso es todo?».
Harris no estaba dispuesta a salirse del guion. Sus respuestas sobre el conflicto israelí palestino eran idénticas a las que repite en cada discurso. Las económicas, vaguedades del tipo «reforzar a la clase media» o «implementar una economía de oportunidades», en lo que todo el mundo coincidió, dado el interés desatado por la entrevista, fue una oportunidad perdida para exponer planes concretos y desmarcarse de la política de Biden, que los votantes asocian inevitablemente a la inflación registrada en sus tres años y medio de gobierno.
«Mis valores no han cambiado», reiteró ella una y otra vez cuando se la confrontó con sus contradicciones. Es difícil vender un cambio de futuro sin desligarse del pasado que aún es presente en la vida diaria de los electores. Con su lealtad a Biden pretende demostrar un nivel moral que la distancie de su rival, con el que, confirmó, nunca ha tenido la oportunidad de interactuar en persona.
Será el próximo día 10 cuando se vean las caras por primera vez en el debate organizado por la cadena ABC, donde Harris tendrá que practicar la cautela y buenos modales que exhibió anoche en un contexto mucho más agresivo, en el que espera que el contraste consolide su liderazgo moral. Hasta entonces espera seguir dando muestras de civismo político defendiendo incluso la incorporación de republicanos a su futuro gobierno en caso de que gane las elecciones, sin comprometerse a dar nombre alguno. «Quedan 63 días, no es bueno vender la piel del oso antes de cazarlo», reconoció ella misma.
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