La relación entre Estados Unidos y China debería estar en el centro de los análisis que hacen los gobiernos y las empresas desde Europa. Pero nuestro continente sigue mirándose en exceso a sí mismo y no levanta la vista para seguir con atención el devenir ... de la rivalidad entre Washington y Pekín a pesar de que es un asunto trascendental para nuestro futuro. Cada una de estas dos superpotencias entiende que la otra es incompatible con sus ambiciones hegemónicas. Al igual que en la primera guerra fría, necesitamos encontrar el modo de gestionar la competencia global que divide el hemisferio norte en dos mitades de modo que no evolucione hacia un conflicto abierto. El éxito de la modernización china ha tenido lugar en paralelo a una influencia cada vez mayor en muchos países de Asia, África e Iberoamérica, donde la gran potencia asiática ofrece financiación y apoyo, con un modelo de desarrollo sin instituciones democráticas ni derechos humanos.

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Hace unos días el líder chino y el presidente estadounidense hablaron por teléfono. Una conversación larga que no se producía desde hace dos años. Enseguida se pusieron de relieve las grandes diferencias en asuntos económicos y en el terreno de la tecnología, el ámbito decisivo de esta rivalidad. También se destacaron las posiciones enfrentadas en lo que se refiere a la invasión rusa de Ucrania. El apoyo chino a Moscú se mantiene inalterable a través de la importación de energía y la fabricación de un relato pro-ruso que tiene impacto en muchos países del llamado sur global.

Pero lo importante es que tuvo lugar la conversación telefónica y que a esta le sigan muchos más contactos. Desde que el pasado mes de noviembre Joe Biden y Xi Xinping se encontraron en San Francisco hay un cierto espíritu de distensión que favorece la gestión de las diferencias e incluso la cooperación en algunos asuntos de interés común. Entre estos se encuentran la lucha contra el cambio climático o el freno a Vladímir Putin cuando amenaza con utilizar armas nucleares contra Ucrania.

La relación entre Estados Unidos y China va a atravesar un momento difícil en los próximos meses, las elecciones norteamericanas el próximo 5 de noviembre. Si Donald Trump vuelve a la Casa Blanca el gigante asiático podrá acelerar su proyección global. Aprovechará el repliegue del que hace bandera el magnate neoyorkino y su disposición a recompensar a Putin con un plan de paz para Ucrania en veinticuatro horas. Habrá que estar entonces muy pendientes de Taiwán, el transparente objeto del deseo de Xi Xinping.

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