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Desde el disparo que le rozó la cabeza, dejándole una herida en la oreja derecha, el magnate solo había atendido actos en recintos cerrados, más fáciles de proteger. Aparte de los cristales blindados, el líder republicano contó con una tupida red de seguridad, con francotiradores, numerosos escoltas y equipos que obstaculizaban la visión desde la distancia (como una mira telescópica) o impedían la aproximación de drones. Trump cargó, como es habitual en él, contra su exrival, Joe Biden, y su sucersora, Kamala Harris. También dijo que EE UU sería más segura con él.

El Servicio Secreto -cuya máxima responsable dimitió semanas después del tiroteo en Butler, acorralada por las críticas- recomendó al magnate que dejara de participar en actos públicos al aire libre tras el atentado frustrado. Desde entonces, Trump, de 78 años, ha participado en una decena de eventos de campaña en recintos cerrados, pero ya había declarado que no iba a renunciar a hacerlo en espacios abiertos. La prueba es el mitin de este miércoles en Asherboro donde, además de las láminas antibalas, se han reforzado el resto de medidas de seguridad.

El candidato republicano hace esta semana campaña en varios Estados clave, al tiempo que los demócratas celebran su convención nacional en Chicago para encumbrar a Harris. A ambos les queda algo más de dos meses para las elecciones, que tendrán lugar el 5 de noviembre.