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Al apocalipsis le gusta cebarse con Nueva York. Gajes de ser una ciudad de película. Desde que en 1933 King Kong se abrazase al Empire State y Charlton Heston descubriese en 1968 la estatua de la Libertad enterrada en una playa, la ciudad de los ... rascacielos ha sido favorita de la ciencia ficción, así como el escenario de los atentados del 11-S que en 2001 derribaron las Torres Gemelas en directo, el huracán 'Sandy' que en 2010 convirtió en ríos las avenidas de Manhattan, el epicentro de la pandemia en 2020 y ahora, la nube de humo que ha teñido el cielo de naranja.
«Es aterrador», resumía Betty Swift apresurando el paso con la mascarilla puesta. No hizo falta mucho para que todos la sacaran del cajón. Para los que no las tuvieran a mano, la gobernadora Kathy Hochul puso en circulación un millón de ellas en todo el Estado neoyorquino que colinda directamente con la frontera canadiense, donde 437 incendios han provocado la inmensa nube de humo que cubrió toda la zona, convirtiendo a Nueva York durante dos días en la ciudad más contaminada del mundo. En la estación de Gran Central y en la terminal de ferry de Whitehall los funcionarios las distribuían este jueves gratuitamente para quienes no tenían más remedio que salir a la calle.
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Como en la pandemia, la población aprende rápido. En poco más de un día los periódicos explicaban sesudamente por qué el cielo es azul y cuál es el efecto que los ha teñido de un espeso color anaranjado. Los purificadores de aire han salido rápidamente del trastero y todo el mundo ha aprendido lo que es el AQI -Air Quality Index-, reflejado en una página web suiza que mide los niveles de aire de las principales ciudades del mundo entre 0 y 500. Durante dos días, Nueva York se ha llevado la palma con el récord de 429 registrado en Brooklyn a la medianoche del miércoles, el más alto que se haya visto jamás en EE UU desde que en 1970 se creó la Agencia de Protección Medioambiental (EPA, por sus siglas en inglés).
A partir de 150 la calidad del aire se vuelve peligrosa para los grupos de población sensibles, pero el índice se desbocó a tal velocidad que no hubo ni tiempo de avisar a todos. «Creí que me había pillado un resfriado», contó Sara Mardenfeld aliviada. «Desde el martes empezó a dolerme la cabeza y por la noche me dieron unos golpes de tos seca que no podía parar». Los periódicos se han apresurado a preguntar a los expertos por qué ese aire cargado de partículas de ceniza tan finas que se requiere una máscara «bien ajustada y de alta calidad», provoca dolores de cabeza.
A los expertos también les ha pillado por sorpresa este pseudo apocalipsis, así que la Universidad John Hopkins, que se destacó por llevar la cuenta de muertos durante la pandemia, no ha podido dar respuesta al nuevo reto de ansiedad pública. En declaraciones al 'New York Times', el doctor Panagis Galiatsalos especulaba con que las partículas provoquen inflamación y por tanto neuralgias.
Todo parecía una reposición del 2020. Las recomendación de no salir de casa, las calles desiertas, las mascarillas por todas partes, el trabajo en remoto, las escuelas cerradas, las reglas de aparcamiento suspendidas, los espectáculos de Broadway cancelados y los asientos libres en el metro a hora punta. «Me ha sorprendido que la gente obedezca las recomendaciones tan rápido, somos una panda de borregos», decía desafiante Jonathan Klein en el metro, aún resabiado por las imposiciones de la vacuna del covid.
Es cierto que el entrenamiento de la pandemia da sus frutos, pero esta vez no se trata de un virus invisible, sino de un mal que todos se han apresurado a fotografiar en una ciudad cinematográfica. A medida que se difuminó el olor a chimenea y la espesa niebla dejó entrever los rayos del sol, empezaron a desaparecer las mascarillas de la calle, a pesar de que este jueves el nivel de calidad del aire seguía siendo peligroso para toda la población. «De algo hay que morir», se reía Mardenfeld.
Y como al mal tiempo, buena cara, tocaba verle el lado positivo. «Esto nos recordará la necesidad de proteger al planeta y cuidar el medio ambiente», decía la auxiliar clínica, que volvía a ser trabajadora esencial y no podía quedarse en casa cuando todos lo hacían. En el estado de Nueva York, solo las montañas de Adirondacks, a dos horas de Montreal y cuatro de Manhattan, se habían salvado de la insalubre calidad del aire, según explicó la gobernadora este jueves. Otro motivo más para convencer a los que iniciaron el éxodo de las ciudades durante la pandemia.
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Los turistas se resistieron a quedarse en su habitación de hotel. No habían comprado el viaje «desde hacía meses» para quedarse encerrados, protestó Sue Lee, pero muchos tuvieron que pedir la devolución del dinero para los espectáculos que habían comprado con tanto entusiasmo. Los productores de 'Hamilton' cancelaron el show con menos de dos horas de antelación, porque literalmente la nube de cenizas se les echó encima antes de que pudieran digerirla. «La salud de nuestros actores está por delante», informaron.
Hasta los zoos del Bronx, Brooklyn y Central Park cerraron sus puertas y se encargaron de meter a los animales bajo techo siempre que fue posible, asegurando que ninguno había sufrido crisis médicas, dijo la Wildlife Conservation Society. Tampoco los hospitales registraron un repunte de admisiones, aunque los servicios de urgencias estaban colapsados con gargantas irritadas y crisis asmáticas.
El «estrés medioambiental», que previsiblemente durará hasta el fin de semana y se ceba ahora con Washington DC en dirección al sur, ha desatado también una crisis de salud mental en los más pesimistas que anticipan el fin del mundo. Aunque los expertos han advertido que con el verano de sequía que se avecina, mejor acostumbrarse.
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