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La campaña electoral de Estados Unidos tiene un nuevo estribillo. «¡Gracias, Joe!», coreaban este jueves los asistentes a la primera aparición de Kamala Harris con Joe Biden desde que éste le cediera la nominación presidencial. En teoría no era un acto de campaña, sino ... un acto oficial de la Casa Blanca, aunque ciertamente tenía el formato de un mitin y el presidente no perdió la oportunidad de atacar «al hombre contra el que ella se presenta», dijo varias veces, sin querer nombrarlo. Se trataba del anuncio de nuevos medicamentos que se beneficiarán de una ley que reduce el precio de ciertos fármacos genéricos de primera necesidad, como la insulina, a la que cada año se añadirán hasta veinte productos cuyo coste estará capado para los beneficiarios de Medicare, el seguro semipúblico para jubilados.
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Mercedes Gallego
Mercedes Gallego
«Llevo mucho tiempo esperando este momento, desde que era senador», confesó Biden al tomar el micrófono, sin perder la oportunidad de gastar una broma con lo que precisamente le ha costado la candidatura, la edad. «He servido en el Senado durante 270 años. Normalmente aparento 40, pero soy un poco más mayor». El segundo mandato al que ha renunciado iba a ser, a sus ojos, en el que se hicieran realidad sus sueños de toda una vida en política, decidido a mejorar el día a día de sus conciudadanos de clase obrera, como la familia en la que se crió. «Por fin lo estamos consiguiendo y no podemos parar ahora», pidió.
El mandatario pretendía impulsar también la candidatura de su segunda, pero le hacía flaco favor. Harris es mucho más popular y si algo la frena entre los independientes es verla como una continuidad del mismo gabinete al que culpan de la inflación y el desencanto con los políticos tradicionales como él, que llevan toda la vida cobrando del gobierno. Ajeno a ello, Biden hablaba en plural. «Kamala y yo vamos a seguir luchando para reducir el coste de los medicamentos», prometía. Como si Harris fuera su alter ego y, a la vez, su extensión para seguir en el poder desde la sombra durante cuatro años más.
La vicepresidenta expondrá este viernes en otro acto los detalles de sus propuestas económicas, que según se ha adelantado incluyen penalizar los abusos de precios en la alimentación. Lo hará en Carolina del Norte, un Estado que los demócratas no ganan desde Barack Obama, pero que vuelve a ser competitivo y fuerza a Donald Trump a defenderlo. El expresidente, frustrado por el reinicio de una batalla electoral que daba ya por ganada, convocó el jueves otra rueda de prensa -la segunda en una semana- para acaparar la atención y criticar la reaparición de Biden con Harris casi en tiempo real.
Por incómodo que fuera para la vicepresidenta reaparecer en este momento con el hombre que le ha pasado el testigo, forzado por el partido, era el momento de agradecerle el sacrificio. «Gracias, Joe», decía desde el escenario. «¡Gracias, Joe, gracias, Joe!», coreaba el público. El acto presentaba también la oportunidad de destacar su trabajo como número dos de Biden. «Estoy orgullosa de haber ejercido el voto de desempate que mandó a la mesa del presidente la ley que permitió a Medicare negociar el precio de los medicamentos. Dos años después estamos anunciando el resultado de esas negociaciones que se hicieron utilizando ese poder para rebajar el precio de medicamentos que salvan la vida», explicó.
Decenas de miles de personas habían acudido entusiasmadas a verlos juntos en lo que tenía toda la estructura de un acto de campaña y, por tanto, será criticado como tal, ya que legalmente el Gobierno no puede financiarlos. «Va a ser una presidenta como la copa de un pino», la aduló el mandatario con aires paternalistas. Sin duda echaba de menos el clamor de las masas, tras año y medio de campaña repentinamente interrumpida tras el desastre del debate presidencial que sostuvo con Trump el 27 de junio. Biden se seguía este jueves trabando, pero ya a nadie le importaba.
La cuestión ahora es estar al pie del cañón «durante los próximos tres meses». Igual que nunca pensó que fuera a perder en noviembre, tampoco lo ve como su retirada. «Cuando sea presidenta vamos a asegurarnos de que terminamos el trabajo», afirmó Biden. Harris sale corriendo con la antorcha y es ahora la encargada de cumplir los sueños de su jefe de 81 años. Solo que, a la vez, necesita alejarse de él y definir su propia agenda para que los votantes no la vean como más de lo mismo.
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