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El tercer aniversario del atentado del Estado Islámico en el aeropuerto de Kabul el lunes presentó a Donald Trump con la oportunidad de atacar a su rival en política exterior y mostrarse como un defensor de las tropas. Solo que las leyes federales prohíben utilizar ... la sección 60 del cementerio de Arlington, donde reposan los héroes de las guerras de Irak y Afganistán, para actos de campaña o relacionados con actividades electorales.
El magnate encontró la fórmula de burlarla con la invitación de familiares de tres de los caídos en aquel atentado, que le devolvieron la cortesía de haber sido invitados a hablar en la convención del Partido Republicano de Milwaukee, en la que fue coronado candidato el mes pasado. Los funcionarios del cementerio de Arlington vigilaban cuidadosamente para evitar que traspasase los límites. En cuanto le vieron posando con el pulgar alzado en una foto que acabaría en las redes sociales, intervinieron.
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La reacción de su campaña fue la habitual. Según la descripción que hizo uno de estos funcionarios al diario 'The Washington Post', los hombres de Trump le insultaron y empujaron negándose a interrumpir la sesión fotográfica. El cementerio de Arlington ha confirmado en un comunicado que se produjo un altercado y se ha presentado una queja contra ellos, algo que la campaña del candidato republicano niega. El director de comunicación de Trump, Steven Cheung, insiste en que puede demostrar esa «difamación» con vídeo del enfrentamiento.
En su defensa redobló los insultos al acusar al funcionario que les interpeló de estar «mentalmente enfermo», lo que incluso de haber sido cierto no le eximiría del cumplimiento de la normativa. «Es una desgracia que un individuo despreciable intentase impedir físicamente que el equipo del presidente Trump le acompañase en ese acto solemne», dijo su jefe de campaña, Chris LaCivita en un comunicado con erratas.
La relación de Trump con los caídos es especialmente ambivalente. En su primera campaña el magnate ofendió la memoria de uno de los principales héroes de guerra estadounidenses, el difunto senador John McCain, excandidato presidencial que pasara seis años como prisionero en Vietnam, al negar que fuese un héroe de guerra por haber sido capturado. «Prefiero a la gente que no la cogen, ¿vale? Odio decirlo», dijo en un acto. Su ex jefe de gabinete, el general John Kelly, ha contado que el magnate se negaba a acudir a cementerios y conmemoraciones militares porque consideraba a los caídos «tontos» y «perdedores«. Eso se vio ratificado recientemente cuando comparó la Medalla Presidencial de la Libertad, que entregó a la donante de su campaña Miriam Adelson, mucho mejor que la Medalla de Honor que otorga el Congreso, generalmente «a soldados que están hechos polvo porque les han dado muchas veces, o están muertos».
El magnate dio seguimiento el lunes a su «photo opportunity» en Arlington con un discurso ante la Guardia Nacional de Detroit, en el que prometió una subida salarial para las tropas, mejor equipamiento y «guardarle siempre las espaldas». Si bien nadie cuestiona la desoladora imagen que transmitió el Gobierno de Biden con la acelerada retirada de Afganistán en agosto de 2021, en la que evacuó a más de 120.000 personas en 10 días, fue el gobierno de Donald Trump, el que negoció los acuerdos de Doha, que marcaron la fecha de salida en el calendario que Joe Biden se encontró al llegar a la Casa Blanca.
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