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mercedes gallego
Nueva York
Lunes, 27 de junio 2022, 00:12
Es la historia de una de cada cuatro mujeres, pero para todas se convierte en un tabú. Ese oscuro secreto que solo se comparte en voz baja con amigas íntimas que, preferiblemente, hayan pasado por ello. «Estamos donde estamos porque no se habla de ello. ... La derecha cristiana ha hecho un gran trabajo en las últimas décadas estigmatizando el aborto», reconoce Blair Wallace, estratega de salud reproductiva en el departamento de Sexualidad e Igualdad de Género de la American Civil Liberties Union (ACLU) de Texas.
El viernes pasado fue un día tan oscuro como esos secretos que le gustaría extirpar del corazón de todas las mujeres que han abortado. Sacarles la culpa de las entrañas, como hicieron ellas con esas células sofocantes que amenazaban con tomar el poder de sus vidas en una metamorfosis indeseada. 'Di la palabra', reza el eslogan que ha lanzado Planned Parenthood, la mayor organización de planificación familiar en Estados Unidos.
Ya basta de paráfrasis eufemísticas para hablar de los «derechos reproductivos de la mujer». Joe Biden, el primer presidente católico desde John F. Kennedy, daba tantos rodeos para evitar la palabra que incluso existe una página web dedicada a llevarle la cuenta (www.didbidensayabortionyet.org). ¿Cómo entonces no se le va a ahogar la voz en el teléfono a cualquier mujer que tenga que pedir una cita para ello? La sociedad más puritana quiere que solo lo diga en un susurro, con sentimiento de culpa, expiando sus penas, escondiendo para siempre la deshonra en lo más profundo de su alma. Wallace quiere que lo cuenten a los cuatro vientos, que lo griten hasta que dejen de azorarse y exorcicen esos fantasmas. Solo así obtendrán la salvación.
«Dilo durante una semana seguida. Y luego, durante un mes. Y después, un año», instruye a sus hermanas activistas en un taller impartido en el marco de la cumbre de Arena, la organización nacida tras la victoria de Donald Trump en 2016 para entrenar activistas en todo el país. Toca contar lo que se ha estado guardando durante años, para personalizarlo y despertar la empatía que se le niega a los ajenos.
Un cambio histórico
Mercedes Gallego
mercedes gallego
La realidad es que «todo el mundo ama a alguien que ha tenido un aborto». Y cuando las historias empiecen a aflorar, se darán cuenta. Una especie de #MeToo que transforme el aborto en algo bueno que agradecer. Sin él, «yo no estaría hoy aquí», cuenta durante una entrevista en Arena Summit Cecile Richards, la principal activista del país y madre de tres hijos que, como las más de 300.000 mujeres que buscan abortos cada año a través de Planned Parenthood, decidió por sí misma cuándo era el momento de tenerlos.
Acaba de llegar de Dallas, donde la ha entrevistado el párroco de una iglesia que ayuda a las mujeres de Texas a viajar fuera del Estado para poder interrumpir el embarazo. El hombre ha contado su propia historia de aborto en antena, porque igual que hoy los hombres también «se embarazan», el aborto es cosa de dos. O debería serlo. Hace falta un cambio cultural que a la sociedad se le ha pasado por alto, porque el derecho al aborto se daba por hecho en EE UU, no hacía falta pelearlo.
«Quedan tiempos difíciles por delante», le acaba de decir Richards a cientos de mujeres y hombres que han acudido a Austin para prepararse. La batalla por recuperar el derecho al aborto puede durar décadas, dado que los cargos del Tribunal Supremo son vitalicios, pero empieza por una historia personal. Por desmantelar el discurso de la derecha cristiana, que ha sido capaz de enmarcarse como «pro vida», cuando ninguna mujer que aborte se manifiesta nunca en contra de la vida.
Ese movimiento eficaz también ha definido a las activistas como 'pro choice' (pro elección), pese a que muchas mujeres consideren que no tienen elección. «Elegir es optar por un cereal u otro en el desayuno», les instruye Wallace. «Abortar es una decisión que toma cada mujer».
A eso se referirán a partir de ahora, al derecho a tomar sus propias decisiones. El movimiento por el aborto será eso, un movimiento pro aborto, sin culpa ni vergüenza. Habrá que ganar muchas elecciones para asegurarse de que hay suficientes políticos pro aborto que a su vez elijan a jueces afines, cuando quiera que queden vacante los cargos vitalicios del Supremo. No hay tiempo que perder, no se puede esperar a que llegue la hora. «¿Cuándo es el mejor momento para plantar un árbol? ¿Veinte años atrás o veinte años adelante? El mejor momento es ahora», dice Wallas rotunda.
El Gobierno francés quiere inscribir el derecho al aborto en la Constitución para garantizar el derecho a la interrupción voluntaria del embarazo. La República en Marcha, el partido del presidente, Emmanuel Macron, presentará un proyecto de ley constitucional con el fin de «proteger el derecho al aborto» en Francia. Así lo anunció este domingo Aurore Bergé, jefa de filas del partido gubernamental en la Asamblea Nacional.
La primera ministra, Élisabeth Borne, confirmó a través de Twitter que el Ejecutivo apoyará «con fuerza» este proyecto de ley. «Por todas las mujeres, por los derechos humanos, debemos grabar en mármol este acervo», opinó Borne, la segunda mujer en la historia de Francia en acceder a este puesto.
Macron lamentó el viernes la decisión del Tribunal Supremo de Estados Unidos de derogar a nivel federal el derecho al aborto, que ahora dependerá de cada uno de los 50 Estados que forman ese país. «El aborto es un derecho fundamental para todas las mujeres. Se tiene que proteger», remarcó el presidente galo.
En Francia el aborto está despenalizado desde 1975 con la denominada ley Veil, que precisamente lleva el nombre de su impulsora Simone Veil, quien fuera ministra de Sanidad, presidenta del Parlamento Europeo y superviviente del Holocausto. Conforme a la legislación vigente, se puede abortar hasta las catorce semanas de embarazo.
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