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mercedes gallego
Domingo, 26 de junio 2022, 00:14
Bienvenidos a Texas, el estado donde resulta más fácil comprarse un rifle de asalto que abortar. Hace diez meses su gobernador decidió prohibir la interrupción del embarazo más allá de las seis semanas, condenando a miles de texanas a viajar cientos de kilómetros en busca de clínicas donde ser sometidas a un aborto, en Oklahoma, Nuevo México o incluso México. Este gran estado de más de 28 millones de habitantes es el laboratorio perfecto para explorar las consecuencias de la demoledora sentencia del Tribunal Supremo que el pasado viernes acabó con el derecho constitucional al aborto al anular el precedente de 'Roe contra Wade', vigente desde hace 49 años. Veintiséis estados se aprestan, al igual que Texas, a prohibirlo totalmente.
«Cualquiera que tenga útero en EE UU sabe que la autonomía de su cuerpo está siendo atacada», denuncia Alexis Bay, cofundadora del centro Frontera, que ayuda a las mujeres del sur de Texas a financiar el viaje al aborto fuera del estado «mientras sea legalmente posible». Para muchas, en Texas ya no lo es. Desde septiembre del año pasado, solo las que logren completar la destrucción del feto mes y medio después de su concepción pueden hacerlo legalmente, pero el acoso a clínicas y médicos ha dejado tan pocas en pie que la cita más próxima puede tardar tres meses.
Como las españolas que viajaban a Londres durante el franquismo, las texanas que puedan pagarse al menos la gasolina y soportar las arcadas emprenden el doloroso camino hacia Nuevo México, donde el aborto es libre pero no fácil. Las clínicas de los estados vecinos están desbordadas y se preparan para una avalancha peor tras anular el Tribunal Supremo la doctrina Roe contra Wade. Se calcula que ese derecho desaparecerá en 26 estados, lo que afectará a 40 millones de mujeres en edad reproductiva, el 58% del total.
En Oklahoma, el estado que recibía a las texanas del norte, se registró desde septiembre un incremento de 2.500%, según Planned Parenthood, pero el gobierno republicano les acaba de cortar el paso. Ya no queda ninguna clínica abierta. Desde el 25 de mayo Oklahoma se ha convertido en el primer estado de la Unión en prohibir por completo el aborto, so pena de diez años de cárcel, salvo en casos de violación, incesto o peligro para la madre. Supuestos que Texas no reconoce.
«Nosotras vivimos desde hace tiempo en el mundo post Roe versus Wade», afirma la cofundadora de Frontera, que en abril sufragó los costes legales de Lizelle Herrera, la primera mujer detenida por un aborto espontáneo, tras ser denunciada anónimamente por algún miembro del personal sanitario que atendió su hemorragia. No es casualidad que Jane Roe, el seudónimo legal que protegía a la demandante de Roe contra Wade (Norma McCorvey), viviese en Texas y fuese madre soltera de dos hijos, violada, abusada y marginada. Todo empieza en Texas, pero nunca acaba en Texas.
Una arboleda serena que separa la Clínica de Salud Femenina Austin del ruido infernal de la Interestatal 35 atraviesa la ciudad como una daga de asfalto. El personal ha hecho todo lo posible por crear un espacio acogedor que suavice la experiencia del aborto, pero el infierno sigue por dentro. Sobre la hierba verde hay dos hombres en sendas mesas de picnic y una mujer deshecha en lágrimas, sola sentada en la escalera. Una amiga le manda fuerzas por el teléfono para dar el último paso. El hombre más joven se escabulle hacia la puerta por la que salen las pacientes. El otro responde amablemente pero da un brinco al oír la palabra aborto. «¡Eso es un crimen, yo estoy en contra!», se manifiesta Joel escandalizado. «¡No tenía ni idea de que eso es lo que se hacía ahí dentro!».
Está allí porque un amigo le ha pedido el favor de que vaya a recoger a su hija de 17 años «al salir del médico». No se le ocurrió preguntar qué le pasa. «Yo llevo seis meses con una chica y ya se lo he dicho, no quiero más hijos, que sepas que un hijo no ata a nadie». A ningún hombre, quiere decir. «Yo, con darte 200 o 300 dólares al mes, me lavo las manos, ¡y a ver qué tú haces con eso en este país!», dice el cubano.
Los preservativos no le gustan. Una vasectomía, ni se le pasa por la cabeza, aunque se le informe de que puede ser reversible. «¿Y por qué iba a hacer yo eso, si es responsabilidad suya?». El ya tiene dos hijas con otras mujeres y no le conviene «pagar más», pero le ha lanzado una advertencia a su novia: «Como te quedes embarazada no voy a dejar que te lo saques, tú veras cómo le haces». Tampoco le pregunta si toma anticonceptivos. «Yo no voy a estar detrás de ella, ese es su problema. Si en seis meses que llevamos juntos no ha salido embarazada, será que los toma».
La SB 8 y otras leyes de Texas, que desde el 2009 empezaron a restringir el aborto e inspiraron a otros estados, empodera a personas como Joel para que denuncien a quienes hayan «ayudado o sido cómplice» de un aborto y obtengan recompensas de 10.000 dólares si logran probarlo. Desde la recepcionista de la clínica hasta el conductor de Uber pueden ser detenidos por complicidad. También el propio Joel, que iba a recoger a la hija de su amigo. Para la mujer que aborte, la pena es aún mayor. A Lizelle Herrera, de 26 años, el sheriff del condado de Starr, en el Valle del Rio Grande, la detuvo en abril acusada de asesinato «por haber causado intencionadamente la muerte de un individuo mediante un aborto autoinducido», decidió el juez, quien le impuso una fianza de medio millón de dólares. Los cargos han sido retirados al demostrarse, con la ayuda de Frontera, que fue un aborto espontáneo. Pero, ¿y si no lo hubiera sido?
La chica de los ojos vidriosos, bañada en lágrimas, ha logrado enterarse a tiempo, tomar la decisión en menos de seis semanas desde el momento de la concepción, conseguir cita y superar el ultrasonido sin registrar actividad celular en las células cardiacas –la engañosa prueba del 'latido'–. Con eso le lleva ventaja a la mayoría de las que sufren embarazos no deseados. Desde septiembre pasado, el número de abortos en Texas ha caído a la mitad, prohibiéndose incluso recibir pastillas de progesterona que interrumpan la gestación, pero se calcula que solo el 10% de las que lo buscaban han tenido que seguir adelante con el embarazo, porque la mayoría ha peregrinado fuera del estado por el 'camino del aborto'. Quedan, como suele ocurrir, las que más lo hubieran necesitado. Aquellas que pertenecen a las clases económicas más desfavorecidas.
Una de cada cuatro mujeres aborta a lo largo de su vida fértil, según el Instituto Guttmacher. Las blancas representan el 39%, a pesar de ser el 60% de la población. El 75% vive por debajo del umbral de la pobreza y casi el 60% ya tiene hijos.
A poca distancia de la Clínica de Salud Femenina Austin, un matrimonio que sólo habla árabe espera sentado en el bordillo bajo un arbusto, frente a una clínica de Planned Parenthood. No es posible comunicarse con ellos, no hablan ni una palabra de inglés. Sólo apuntan a la puerta cerrada que tienen en frente. Es lunes. Se les recuerda que esa clínica no abre hasta el sábado. El marido se encoge de hombros con una sonrisa amable. Tienen consigo el hatillo y toda la paciencia para pasarse allí el resto de la semana, junto a ese nudo infernal de carreteras que representa la intersección de sus vidas en un país hostil. El termómetro marca 42 grados. No hay más que oficinas cerradas y plantas industriales a su alrededor. Ni un coche en el aparcamiento. A saber cómo llegaron hasta allí.
Austin es una burbuja de progresismo en Texas, situado a 500 kilómetros de McAllen, la ciudad fronteriza donde se acaban las opciones para las indocumentadas. Además de encontrarse con la mentalidad de hombres como Joel, les acecha la guardia fronteriza por las carreteras. La aventura de un aborto privado fuera del estado puede costar entre 12.000 y 15.000 dólares. Si además consiguen días libres, sin perder el empleo, y encuentran una cuidadora para los hijos que ya tengan, será difícil que ninguna patrulla les pare a lo largo de las 15 horas mínimas hasta Albuquerque (Nuevo México). Sus opciones son maternidad forzada o arriesgarse a la deportación. El sueño americano se aleja.
Quienes cruzan la frontera en dirección contraria en busca de soluciones para un embarazo indeseado se encuentran en México con un floreciente mercado de abortos clandestinos y píldoras que prometen inducirlo, algunas con inquietantes hemorragias para las que no se puede buscar ayuda médica, so pena de cárcel. Aunque el Supremo de México camina en sentido opuesto al de EE UU y despenalizó el aborto el año pasado, en la práctica las clínicas legales más cercanas están en la Ciudad de México, a mil kilómetros de distancia. El desierto es vasto.
Y esto solo es el principio: «No es solo el aborto. Deshacer el derecho a la intimidad sobre el que se basa Roe vs Wade tendrá implicaciones para los matrimonios del mismo género, el uso de anticonceptivos, los derechos del colectivo LGTBQ y muchas otras cosas. Estamos en el centro de una agenda política que revertirá décadas de progresos», explica Bay. El camino es hacia atrás, la nostalgia política de un tiempo al que pocas mujeres quieren regresar.
Lo que pasa en Texas no se queda en Texas. «Las mujeres de EE UU se despertaron el viernes con la noticia de que seis jueces les han arrebatado su derecho al aborto», anticipa Cecile Richards, de 65 años, que además de haber nacido en Texas es la principal activista del país por los derechos reproductivos, fundadora del grupo Supermajority, inspirado en la marcha del millón de mujeres, forma parte del consejo de dirección de la Fundación Ford y fue presidenta de la organización de planificación familiar Planned Parenthood.
Lleva décadas advirtiendo de que el fundamentalismo religioso ha infiltrado el Partido Republicano «y vienen a por nuestros derechos». Como resultado de la sentencia de Roe contra Wade de hace 49 años que el Supremo acaba de derogar, el número de embarazos en EE UU cayó un 44% y el aborto se convirtió en un procedimiento más seguro que sacarse una muela.
Ni ella misma pensó que los conservadores de su país fueran a llegar tan lejos. Texas ha sido un laboratorio para demostrar que se puede arrebatar a las mujeres el derecho a moldear su propia vida. «No hemos llegado hasta aquí porque hayamos perdido al pueblo estadounidense, sino porque el Partido Republicano ha permitido que un grupo de votantes lo controle, y no les importa más que su reelección», explica. Las encuestas señalan que el 70% de los estadounidenses cree que las mujeres, y no los políticos, deben decidir sobre sus cuerpos. Ese es el grupo de opinión que intenta movilizar.
Para quienes miren a EE UU sorprendidos de ese paso atrás, Richards les advierte que esta película «se estrenará próximamente cerca de ti».
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