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Caroline Conejero
Nueva York
Viernes, 31 de marzo 2023, 20:59
Casi inmediatamente después de su reunión en Moscú con Vladímir Putin, el presidente chino, Xi Jinping, hizo pública su invitación a Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán a la «primera cumbre China-Asia Central» prevista para mayo. Con ello, Xi no solo desairó al líder ... ruso, sino que también reveló los confines de la «asociación sin límites» con Moscú forjada hace un año al comienzo de la guerra de Ucrania. Aunque la relación continuará, la guerra ha aumentado la dependencia de Putin de China, convirtiéndolo en el socio más débil.
En su primera cumbre conjunta con los jefes de las exrepúblicas soviéticas, Pekín tratará de impulsar su influencia en el patio trasero de Rusia, en un intento de aprovechar una oportunidad de crecimiento al detectar el vacío dejado por un Putin debilitado por la guerra. Se trata de una región estratégicamente ubicada y rica en minerales, gas y petróleo que ha estado bajo el dominio de Moscú desde mediados del siglo XIX, y donde ahora Turquía y las potencias occidentales buscan también reforzar su influencia. El propio secretario de Estado, Antony Blinken, realizó una visita oficial a la zona el pasado febrero.
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Pekín corteja a los aliados tradicionales de Moscú, tanto política como económicamente, con proyectos de obra pública como el gigantesco plan de infraestructura vial, ferroviaria y portuaria diseñado como una reencarnación moderna de la Ruta de la Seda a través de Asia Central. Aunque en las declaraciones a los medios de comunicación durante la reunión en Moscú ambos mandatarios hablaron de un mayor crecimiento de las exportaciones de gas ruso a China, Xi no mencionó explícitamente en sus comentarios el gasoducto Poder de Siberia 2 a través del territorio de Mongolia, que sería el sustituto de la línea Nord Stream 2, ya desaparecida, que suministraba gas a Europa.
En lo referente a Ucrania, China, que desea el fin del conflicto más de lo que quiere una victoria rusa, ha tratado de convencer al Kremlin de lo desastrosa que podría ser cualquier tipo de escalada nuclear (incluido el bombardeo de centrales nucleares civiles), así como cualquier forma de propagación del conflicto que llevara a una guerra abierta de la OTAN.
Como la gran fábrica de producción del mundo y principal potencia exportadora global que es, China está deseosa de retornar al crecimiento prepandémico, tras tres años de lucha contra el Covid-19 y de ralentización financiera. En su nueva visión de crecimiento económico, planteada en la inauguración de su tercer mandato presidencial sin precedentes a principios de mes, Xi se ha comprometido a un desarrollo que en gran parte depende de detener el proceso de «desglobalización» de la economía mundial que se ha acelerado en los últimos años. El ambicioso papel que el mandatario busca para su país en el planeta implica que una gran economía es indisoluble de una mayor influencia de Pekín en los asuntos internacionales.
En su nuevo papel de intermediario global, Xi ha ofrecido un plan de paz para terminar la guerra de Ucrania, que, aunque insatisfactorio, prueba que Pekín no ve el conflicto como un mero asunto «interno» de Rusia, y por otro lado, revela su preocupación por el efecto de la guerra en la economía global. La invasión no favorece a los negocios. Este principio ha funcionado bien en el acuerdo alcanzado con la mediación de Pekín a principios de mes entre Arabia Saudita e Irán, que de momento ha logrado el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre los dos archienemigos, y con ello, el fin de su despiadada guerra en Yemen.
Ha sido ésta una gran ofensiva diplomática en todos los frentes, que sin duda impulsará nuevos acuerdos con otros actores en la región, incluido Israel en el futuro, y que generará pronto nuevas líneas de cooperación económica. Para el gigante asiático, significa además extender su comercio con el mundo árabe -el socio más importante de cuantos tiene-, además de su poder energético, financiero y marítimo.
La reconciliación amplía los contactos diplomáticos de China en la región del Golfo y propulsa su ascenso como actor diplomático y estratégico, al tiempo que desplaza a Europa y EEUU del papel de predominio en Oriente Medio que han ocupado en el último siglo. Una victoria diplomática para Pekín al tiempo que asesta un golpe a Washington en una zona que Estados Unidos ha considerado durante mucho tiempo parte del dominio de su influencia.
La voluntad de China de reordenación del orden global coincide con un momento de agotamiento del modelo del Estado liberal occidental y la pujanza del modelo autocrático. En este reordenamiento, muchas de las alianzas con el gigante asiático se basan en gran parte en una animosidad compartida contra Estados Unidos, y por otra parte, en un deseo de construir un mundo multipolar.
Con el creciente poder económico y militar chino, la coexistencia con Occidente ha dado paso a la confrontación con EE UU y sus aliados, que por su parte se movilizan en reducir la dependencia del gigante asiático, agravada durante la pandemia, al tiempo que tratan de contrarrestar con inversiones propias los importantes proyectos de infraestructura chinos en el mundo. Un ejemplo: en los últimos meses, la Administración de Joe Biden ha limitado drásticamente la exportación de chips de alta tecnología a Pekín.
Pero las bajas proyecciones de crecimiento económico de China (5% anual) revelan cuánto necesita su Gobierno de Occidente como mercado y fuente de inversión, e, incluso, de conocimiento tecnológico a pesar el progreso de las últimas décadas.
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