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Asier Quintana
Lunes, 10 de junio 2024, 00:51
«Hoy comienza el fin de la decadencia en Argentina», proclamó Javier Milei en su investidura como nuevo presidente del país sudamericano el 10 de diciembre de 2023. El jefe de La Libertad Avanza entró hace seis meses por la puerta grande en la Casa ... Rosada tras unas elecciones donde alcanzó el 56% de los votos y autoproclamado como el único candidato que podía sacar a la nación de la crisis económica. En campaña prometió realizar el ajuste «más grande y abrupto de la historia humana» para mejorar la vida de los argentinos en un futuro próximo. Y por ahora el líder ultra ha cumplido lo que dijo, al menos, en lo que a su famosa motosierra se refiere.
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En su primer medio año al frente de Argentina ha reducido los ministerios de once a ocho, ha parado la obra pública nueva, ha anunciado el despido de 50.000 funcionarios, ha recortado subsidios... Pero entre las medidas adoptadas en este tiempo destaca la devaluación del peso argentino un 50%, lo que disparó el valor del dólar y desplomó el poder adquisitivo de los ciudadanos. El Ejecutivo de Milei ha recortado en más de un 38% las pensiones, un 27% las nóminas de los empleados públicos y por encima del 60% las ayudas. De golpe y escudado en que ha recibido la peor herencia de la historia, un discurso que no ha contenido el malestar y las críticas en la calle. El «ajustazo» del presidente no ha dejado indiferente a un país que soportaba ya seis años de caída salarial y que sobrevive con un sueldo mínimo de 160 dólares. Sólo Venezuela se encuentra por debajo de esa cifra en América Latina.
La motosierra de Milei no ha sido bien recibida. Su megaproyecto para reconstruir el país, que tomó forma en el impopular DNU, el decreto de necesidad y urgencia, fue impugnado por la Justicia por la reforma laboral que contenía. La 'ley ómnibus' quedó inicialmente -en febrero- rechazada y el Gobierno tuvo que revisarla, y rebajarla respecto a las drásticas medidas que proponía en un primer momento, para ser aprobada por la Cámara de los Diputados con 142 votos a favor y 106 en contra. El documento contiene hasta 223 artículos, entre los que sobresale la delegación de poderes al presidente para actuar sin el consentimiento de los congresistas y una serie de medidas fiscales de calado. También contempla la privatización de empresas públicas (aerolíneas, energéticas e incluso la televisión y la radio públicas) así como beneficios a compañías extranjeras dispuestas a realizar inversiones millonarias en el país.
Las medidas radicales de Milei, sin embargo, no han sacado al país del coma. La inflación continúa disparada -en abril bajó al 8,8%, eso sí- y colectivos como los jubilados han perdido un 37% de poder adquisitivo. Según el Observatorio de la Deuda Social Argentina, la pobreza alcanzó al 55% de la población en el primer trimestre y el 18% de sus habitantes se encuentra en situación de indigencia. Nadie se explica cómo en este escenario el Gobierno ha decidido almacenar hasta 5.900 toneladas de comida adquiridas por anteriores gabinetes que si no se reparten entre los más necesitados caducará y acabará en la basura. «Si la gente no llegara a fin de mes, estaría muriéndose en la calle», comentó el líder ultra con escasa sensibilidad y alejado de la realidad de muchos de sus compatriotas.
Con estos números no es raro que se haya producido un terremoto social en el país, con protestas de todo tipo en las calles. En los seis meses que Milei lleva en la Casa Rosada se ha enfrentado a dos huelgas generales, la última hace un mes, y a otros tanta por parte de los docentes y de los autobuses además de paros de trenes, de empleados del sector aeronáutico... y a un centenar de manifestaciones en contra de sus recortes. Y pese a todo parece que el respaldo al presidente resiste. Según una encuesta de la consultora argentina CB, el jefe de La Libertad Avanza es el segundo mandatario más popular de América Latina, sólo por detrás del ecuatoriano Daniel Noboa. Entre sus seguidores, además, se cuentan muchos jóvenes, atraídos por su omnipresencia en las redes sociales y su lenguaje políticamente incorrecto.
En su equipo de gobierno, sin embargo, se ha encontrado con voces críticas. En enero, Guillermo Ferraro, entonces titular de Infraestructura, anunció su salida. En mayo, Nicolás Posse, el jefe de su gabinete, decidió también marcharse por «diferencia de criterios» con Milei tras ser su mano derecha.
La agenda del líder ultra ha estado en este primer semestre de mandato llena de citas internacionales. Sus viajes para promocionar el país a gigantes radicados en el extranjeros, como Meta o Tesla, son múltiples y tampoco ha parado de volar para reunirse fuera de las fronteras argentinas con políticos de su cuerda, como el expresidente de EE UU Donald Trump, la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, o el jefe de Vox, el español Santiago Abascal. Milei ha pisado en estos meses Miami, Los Ángeles o Washington en territorio norteamericano y también se ha dejado ver y oír por Suiza (en la cumbre de Davos), Israel o El Vaticano. Más cerca de casa, hace una semana, asistió a la investidura del controvertido Nayib Bukele tras su reelección como presidente de El Salvador.
Milei destaca como el dirigente argentino que más viajes ha realizado al extranjero en medio año desde el retorno de la democracia. Un récord que no debería ser negativo si no fuera porque analistas consideran que el presidente hace un uso personalista y poco profesional de la política exterior. A él no parecen importarle esa acusación y, a mediados de junio, pasará primero por Italia para participar en la cumbre del G-7, después recalará en París para visitar a Emmanuel Macron y finalmente asistirá a la Conferencia para la Paz en Ucrania que Volodímir Zelenski ha organizado en Suiza.
Sin embargo, el líder argentino no ha cuidado tanto sus relaciones con países vecinos y ha enfadado a Chile, Colombia o Brasil al acusar a sus presidentes de tener «ideas incorrectas». Otro caso es el conflicto diplomático abierto hace unas semanas con España, a donde acudió para participar en un acto de Vox. Sus palabras hacia Begoña Gómez, esposa de Pedro Sánchez, a la que tildó de «corrupta», dinamitó las relaciones entre ambas naciones hasta el punto de que el Ejecutivo español decidió retirar a su embajadora en Buenos Aires.
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