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Miguel Pérez
Lunes, 9 de enero 2023
A perro flaco todo son pulgas. Jair Bolsonaro ni es perro ni está flaco, pero este lunes sí parece que se le acumularon las malas pulgas. Blanco de numerosas críticas no solo desde Brasil sino de buena parte de la comunidad internacional por su tibia respuesta ... al intento de golpe de Estado puesto en marcha por sus seguidores, el exmandatario terminó el día ingresado en un hospital de Orlando (Estados Unidos) como consecuencia de un severo «dolor abdominal». A la par, analistas y tertulianos latinoamericanos consideran que la revuelta de los bolsonaristas complica el regreso de su líder a Brasil y le hace un mal favor al acrecentarse la sospecha sobre una presunta relación con la fallida asonada.
El líder ultraderechista ha sido hospitalizado en varias ocasiones aquejado de episodios de obstrucción intestinal, que los médicos vinculan al apuñalamiento sufrido en 2018 en plena campaña electoral. Fuentes próximas a su familia informaron de que su estado «no es preocupante». Pero sí añade más singularidad a un viaje a Florida que emprendió el pasado 30 de octubre y sobre el que no ha dicho palabra pese a su intensa actividad en las redes sociales. Claro que su silencio no es único. Tampoco su admirado Donald Trump, otro ultraconservador de enorme verborrea en internet, ha hecho declaración alguna sobre los disturbios de Brasilia.
«Las manifestaciones pacíficas dentro de la ley son parte de la democracia. Sin embargo, el vandalismo y las invasiones de edificios públicos como las ocurridas hoy (por el domingo), así como las practicadas por la izquierda en 2013 y 2017, escapan a la regla». Cuando todo el mundo le miraba en busca de su reacción al grave ataque vivido por los poderes institucionales de su país, Bolsonaro no defraudó. Al menos, a sus simpatizantes tradicionales. El exmandatario se limitó a condenar los «saqueos e invasiones de edificios públicos», pero no la raíz de este desmesurado capítulo de violencia que el arco político y social califica de intento de golpe de Estado.
En este primer mensaje, que tardó horas en publicar en las redes sociales, el antiguo militar dirigió su principal crítica al actual jefe de Gobierno, Luiz Inácio Lula da Silva, quien acusó a su predecesor de «estimular» la invasión del Congreso, el Palacio presidencial y el Tribunal Supremo en Brasilia. Bolsonaro afirmó que estas imputaciones son «infundadas» y recordó que durante su mandato «siempre estuve dentro de las cuatro líneas de la Constitución».
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Anje Ribera
El hombre que en septiembre de 2021 exclamó que «sólo Dios me quita del poder» continúa rechazando su derrota en las urnas dos meses después de haber perdido las elecciones presidenciales el 30 de octubre pasado. Los medios internacionales, y muy especialmente los estadounidenses, destacaban este lunes las similitudes entre su comportamiento y el del expresidente de EE UU Donald Trump. Los dos obsesionados en negar su fracaso electoral. Los dos empeñados en que han sido desalojados mediante fraudes. Los dos demorándose horas en pedir a sus seguidores el final de la violencia. Y los dos, paradójicamente, dirigiéndose a sus fieles desde Florida. Porque el exmandatario brasileño viajó allí el 30 de diciembre para ahorrarse -como ya hiciera el magnate republicano con Joe Biden- la obligación de asistir a la toma de posesión de Lula da Silva.
Bolsonaro se halla alojado en el domicilio de un conocido exluchador de artes marciales mixtas, José Aldo da Silva, retirado recientemente del circuito profesional MMA donde el dirigente ultraderechista tiene sólidos apoyos. En Florida se encuentra además el exministro de Justicia, Anderson Torres, sobre el que pesa desde el domingo una orden de arresto de la Procuraduría General de Brasil por su presunta responsabilidad en el asalto a las sedes institucionales en la plaza de los Tres Poderes.
Todas estas coincidencias han alimentado los rumores sobre la posibilidad de que Bolsonaro viajara a Florida el último día de su presidencia, en un avión de la fuerza aérea brasileña y con escolta, no solo con la intención de eludir la imposición del fajín de gobernante a Lula da Silva, sino de zafarse de cualquier acción legal que pudiera interponerse en su contra una vez desprovisto de la inmunidad como jefe de la nación. Una hipótesis que se ha vuelto muy real en el caso de Donald Trump, sometido a varias investigaciones judiciales y del Congreso de EE UU.
Solo en relación a la pandemia (el coronavirus ha matado a 695.000 personas en Brasil), una comisión del Senado considera que Bolsonaro y otros 65 altos cargos, entre ellos cuatro ministros, podrían ser acusados de «crímenes contra la humanidad», «infracción de medidas sanitarias» y otros siete delitos por su negacionismo y gestión de la epidemia. También es investigado por divulgar datos confidenciales y el 'caso de las fake news', relativo a las falsedades y amenazas vertidas sobre jueces del Supremo.
La última ocasión en que visitó Florida fue en 2020 y entonces sí se alojó en el club de Mar-a-Lago propiedad de Trump. Esta vez no ha hecho declaraciones ni ha trascendido su actividad más allá de la que él o algunos testigos han colgado en las redes sociales. Se le ha visto en compañía de sus seguidores en Orlando. También de compras en un supermercado, comiendo pollo frito en un restaurante de comida rápida y haciéndose selfies con la gente que le paraba por la calle. En este viaje le acompaña su mujer, Michelle, y se espera que se les unan sus dos hijos, si es que no han aterrizado ya en Florida.
De momento, no ha dicho cuándo regresará a Brasil o si piensa hacerlo algún día. La congresista demócrata Alexandria Ocasio-Cortez ha dicho desde Washington: «EE UU debe dejar de otorgar refugio a Bolsonaro en Florida». Por eso, ahora más que nunca, parecen resonar proféticas las palabras que el expresidente brasileño pronunció cuando dijo aquello de que solo el Altísimo le sacará del poder. «Hay tres opciones para mí: la cárcel, la muerte o la victoria».
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