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Era el 12 de enero de 2010 y el reloj marcaba las 16.53 horas en Puerto Príncipe. La tierra vibró con un terremoto de magnitud 7,2 con epicentro a 14 kilómetros de la capital de Haití y las frágiles viviendas e infraestructuras de ... la isla se derrumbaron. Fue uno de los seísmos más devastadores de la historia de la humanidad de los que se tenga registro, los efectos se sintieron en países cercanos como Cuba, Jamaica y la República Dominicana.
El país más pobre de América en ese momento quedó completamente arrasado. 316.000 personas fallecieron y 350.000 resultaron heridas mientras más de 1,5 millones de haitianos perdieron sus hogares, en una ciudad que desapareció en cuestión de segundos envuelta en polvo y humo. La tragedia humanitaria fue total.
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Daniel de Lucas
Y desde entonces, a pesar de los 15 años transcurridos desde la tragedia natural, las condiciones de vida no es que no hayan mejorado, sino que, al contrario, han empeorado de forma sensible. Sobre todo la inseguridad frena cualquier intento de desarrollo en una isla donde la violencia de las pandillas mantiene a sus habitantes sumergidos en un baño de sangre. Haití está sumido en una triple crisis -política, económica y humanitaria- sin precedentes. La situación está marcada por el dominio que imponen las bandas criminales, la fuga masiva de todo aquel que puede marcharse al extranjero, el aumento de la inseguridad alimentaria, las dificultades para residir en una vivienda digna y su vulnerabilidad ante nuevos desastres naturales, con huracanes que se han cobrado decenas de vidas en los últimos años.
Pero no hay que olvidar la emergencia de la seguridad, con miles de muertos en los últimos tres lustros. Más de 5.600 personas perdieron la vida en 2024 por la violencia de las pandillas en el país, un millar más que en 2023, según datos del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos. El 85% del territorio metropolitano de la capital está bajo control de las bandas.
Haití, un país con 11,5 millones de habitantes, ya estaba empobrecido antes del temblor. Actualmente se encuentra sumido en un ciclo de pobreza extrema, con 5,4 millones de ciudadanos, la mitad de la población, que luchan por conseguir alimentos cada día. Una inestabilidad política desconocida, en la que las bandas imponen a los primeros ministros y con un vacío de poder desde el asesinato del presidente Jovenel Moïse, a quien un grupo armado asesinó a sangre fría mientras dormía en julio de 2021.
La capital todavía muestra la huella de la tragedia, con edificios reducidos a escombros. Los campos de desplazados por el temblor se han convertido en nuevos pueblos o barrios y las casas provisionales se han convertido en permanentes. Mientras, las promesas de construcción de miles de viviendas se las ha llevado el viento. En los últimos años la inseguridad ha agravado la situación. A los campamentos para víctimas del terremoto se han sumado los refugios destinados quienes huyen de sus barrios para escapar de las bandas armadas. Ya son 700.000 haitianos los que viven en estas infraestructuras.
Lejos de reconstruir las viviendas y edificios de la capital, las autoridades se han dedicado a rehabilitar inmuebles públicos que 15 años después muestran un estado digno de volver a levantarse. Los ciudadanos que han rehabilitado sus casas lo han hecho de forma rudimentaria y sin cumplir las normas, por lo que se extienden las chabolas y la construcción en barrancos y otras áreas protegidas. Esto las hace más vulnerables aún ante catástrofes naturales que, pro desgracia, son habituales en el entorno.
Quince años después de aquel fatídidco 12 de enero, el centro de Puerto Príncipe sigue arrasado, pero ahora por la violencia de las bandas y sus ataques, sus miles de muertos y heridos, incendios y saqueos. Y no tiene visos de mejorar.
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