La noche del terremoto, Malika sintió las primeras contracciones. Tuvieron que salir de casa con lo puesto y no pudieron volver a entrar. Cuando llegaron las primeras ambulancias le evacuaron a Marrakech, donde pocas horas después dio a luz a Imran. En medio de la ... desolación y la muerte, este pequeño de 4 kilogramos es la esperanza y la vida. Viven en una tienda de plástico en uno de los campos improvisados levantados en Amizmiz. Es un horno bajo el sol del Atlas, que pronto será un frigorífico en cuanto bajen las temperaturas. Malika se recupera de la cesárea y apenas se levanta de su colchoneta. Un médico debía acudir a realizarle la cura pertinente, pero nadie ha aparecido.
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El cuarto hijo de este matrimonio ha llegado tras el mayor terremoto que ha sufrido Marruecos en el último siglo y su padre, Mohamed, dice que espera que sea «médico, juez o presidente del Gobierno, que sea feliz y tenga una larga vida». Ha perdido su casa y su trabajo como panadero, «pero gracias a Alá estamos todos vivos y tenemos a Imran con nosotros, todo es voluntad de Alá», asegura mientras se seca el sudor con un paño. Tienen una pequeña cuna, han recibido pañales y una olla exprés que han colocado dentro de la tienda. Malika necesita ir al servicio a menudo, pero en estos campos no hay servicios.
El niño duerme y duerme bajo una sábana que se levanta cada vez que un vecino acude. Aquí nadie da el pésame, se viene a dar la enhorabuena a la familia.
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«La tienda es un horno, pero el bebé está estupendo y la madre es una mujer dura», explica Sheimah el Bejjaji, enfermera catalana de origen marroquí que ha viajado al terremoto a trabajar como voluntaria. Le acompaña Beatriz Gutiérrez, enfermera de urgencias de atención primaria en Barcelona, quien ha aprovechado sus días libres en el trabajo para acudir a las faldas del Atlas y prestar ayuda a quienes más lo necesitan.
Vieron un anuncio de Instagram sobre la necesidad de personal sanitario, se apuntaron y a las pocas horas estaban camino de Amizmiz con un cargamento de medicinas que compraron gracias a las aportaciones a través de Bizum que recibieron. «En tiempo récord recibimos 1.300 euros, compramos tensiómetros, pomadas… y nos pusimos en marcha», recuerda Sheimah, emocionada por el apoyo recibido y el recibimiento que les han brindado en Marruecos.
En lugar de esperar a que alguna ONG les llamara y ante las exigencias de permisos por parte de Marruecos a las distintas organizaciones y gobiernos que ofrecieron su ayuda, «decidimos hacerlo por nuestra cuenta y ahora estamos aquí junto a otros que han optado por esta misma vía, muchos somos marroquíes de la diáspora, sobre todo franceses», explica Sheimah. Llegaron con la idea de atender problemas de golpes y contusiones, pero pasadas 24 horas se han dado cuenta de que «la cronicidad, pacientes diabéticos, hipertensos… necesitan una continuidad y hay una gran falta en este sentido».
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Las dos enfermeras, en compañía de más voluntarios llegados de Francia, han montado un punto de referencia sanitario en el acceso al pueblo y su tienda se ha convertido en uno de los lugares más concurridos. «Muchos siguen en estado de shock y sólo necesitan hablar, que les tomes la tensión, que noten que alguien les escuche», dice Beatriz.
Las carreteras de las faldas del Atlas se han convertido en un ir y venir constante de ambulancias y furgonetas y coches de organizaciones locales, internacionales y de voluntarios llegados desde todos los puntos de Marruecos. Ante la pasividad y el desorden del Gobierno en los primeros días, la respuesta de la sociedad marroquí y de la diáspora no tiene precedentes, según varios periodistas locales consultados. El país se ha volcado en el envío de ayuda a las víctimas de este terremoto que ha golpeado a gente humilde de las montañas.
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La cifra de muertos supera los 2.900, no para de crecer según se consigue llegar a nuevas aldeas que permanecían aisladas. En mitad de este enorme cementerio en el que se ha convertido la provincia de Al Haouz, la más afectada por el temblor, hay una tienda que es un oasis de vida. El pequeño Imran arroja una luz que el terremoto no logró apagar.
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