La campaña bajo la solana de julio se queda a oscuras. Es decir, sin encuestas publicables, lo que incentivará la curiosidad periodística sobre los tracking que manejan los partidos y obligará a detectar los imperceptibles movimientos en el electorado en los mohínes de los líderes, ... el cambio de un verbo en un discurso o el comentario que se escuche entre los vecinos de ascensor. Está siendo una campaña tan desvaída y tan extenuante a la vez que el titular de día se lo lleva Alberto Núñez Feijóo por haberse enredado con que su partido siempre avaló la subida de las pensiones conforme al IPC, una aseveración taxativa que no responde con fidelidad a los hechos. El líder del PP, que en una entrevista con este periódico ironizó con que si ve venir la bala de una pregunta con intención procura esquivarla, no anticipó el lunes el proyectil que le reventó una de esas jornadas que los estrategas de campaña preparan con mimo: foto en el simbólico Faro de la Moncloa y mitin vespertino en Barcelona.
Miente más que habla, clama toda la izquierda, que trata de deslegitimar a Feijóo desde su debate con Pedro Sánchez pintándolo como alguien con dificultades para matrimoniar con la verdad. Aunque uno de los hallazgos dialécticos de esta carrera hacia el 23-J sea esa respuesta del presidente de que él no miente, solo cambia de opinión en función de las circunstancias.
Cogiéndole el pie, habrá que convenir que esta no es una campaña para socios. No, desde luego, para los que han acompañado al presidente en el devenir de esta convulsa legislatura. El bipartidismo nunca ha tenido clemencia, ni siquiera en los peores momentos en los que el PSOE venía amenazada su centenaria historia por las airosas expectativas de aquel Podemos hoy relegado en la caravana electoral de Yolanda Díaz; ni tampoco cuando Albert Rivera estuvo a punto de llevarse por delante al PP acogotado de Pablo Casado. Las dos grandes siglas del país conservan su instinto de poder y lo están afinando cuando se lo juegan todo ante este 23-J. Así que el candidato a la reelección, que precisa hasta el último voto pensando en él y en el 'día después' del PSOE, va a morder a los votantes de Yolanda Díaz mientras sigue compartiendo con ella los Consejos de Ministros.
ANDER AZPIROZ | ÁLEX SÁNCHEZ | SARA I. BELLED
Hoy es martes y el presidente dará el salto de Bruselas a San Sebastián para intentar conquistar un segundo escaño en Guipúzcoa a costa del de Unidas Podemos que se afana en retener Sumar. No es campaña para socios. Tampoco para una ERC que intenta atemorizar a quien sigue en la Moncloa y a quien aspira a llegar a ella enarbolando la bandera independentista junto a Bildu en Barcelona, mientras combate el miedo a una fuga de voto útil hacia ese Sánchez empeñado en renegar de sus incómodos aliados. Y de que siga necesitándolos si tiene opción de continuar en el Gobierno.
No es campaña para Vox, aunque parezca acaparar todos los dilemas y pueda acabar logrando su objetivo de domeñar a Feijóo. El líder del PP se siente tan seguro de sí mismo que ya no disimula la OPA sobre los socios con los que ha pactado pero de los que no quiere saber, hasta el punto de pedir a sus votantes, sin miramientos, que «vuelvan a casa» porque solo así se garantiza la derogación del 'sanchismo'. El domingo por la noche habrá evaluación de daños a varias bandas entre quienes orbitan en torno al bipartidismo. Y puede que solo salga bien parado Bildu.