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Hace una semana, al filo de la medianoche, la intensísima velada electoral retransmitió una de las sacudidas políticas de mayor voltaje registrada este 28-M que desembocará en el 23-J. Acompañado de sus triunfantes candidatos, un exultante Arnaldo Otegi recitó los puntos del País ... Vasco y Navarra donde EH Bildu ha salido victoriosa de la cita con las urnas, un mapa que –él mismo quiso enfatizarlo– tiñe con sus colores hasta Oyón. La referencia geográfica era intencionada. La localidad alavesa se sitúa a apenas tres kilómetros de Logroño, donde está la cárcel en la que Otegi purgó seis años de condena por intentar reconstruir la ilegalizada Batasuna cuando los tambores de paz empezaban a retumbar.
El líder del independentismo vasco que durante medio siglo encadenó su ejecutoria y su destino a las pistolas de ETA y que hoy, en la Euskadi de la libertad y el bienestar, ambiciona arrebatar el palacio de Ajuria Enea al PNV fue excarcelado el 1 de marzo de 2016. La fecha merece un recordatorio porque también esconde su paradoja. Aquel día de invierno, y mientras Otegi recibía a las puertas de la cárcel el homenaje de los suyos casi con honores de lehendakari, un Pedro Sánchez aún sin apenas canas trataba de convencer al Congreso, en vano, de que le invistiera presidente sostenido en su insuficiente pacto con Ciudadanos.
Siete años después de aquella jornada, ETA está disuelta en el infierno de la historia, sus cada vez menos presos se hallan reagrupados en cárceles vascas y navarras y EH Bildu –la coalición en la que la marca preeminente es Sortu, heredera de la izquierda abertzale clásica– acaba de redondear este 28-M una metaformosis que la barniza de respetabilidad gracias a su inesperado protagonismo en la supervivencia del Gobierno de España. Hoy, siete años después de que la casualidad uniera su imagen a la de Otegi en las portadas de los periódicos, Sánchez paga severamente en las urnas sus lazos con la formación independentista y Cs se extingue.
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El escrutinio del 28-M no permite concluir que Euskadi se asome ya a un nuevo ciclo político en el que Otegi, previsible candidato a lehendakari ya entrado en la sesentena y con su inhabilitación cumplida, consume la pretensión marxista de «asaltar el cielo» desbancando del poder al PNV. Pero las elecciones del domingo, en las que EH Bildu se ha erigido en el único socio de Sánchez en rentabilizar su posición –los peneuvistas se han dejado 80.000 votos con respecto a 2019 y Esquerra, 300.000–, describen una corriente de fondo que premia por hacer la paz a quienes antes hicieron la guerra, sin que Otegi y los suyos hayan llegado a apostatar de la trayectoria de ETA y con su militancia interiorizando con naturalidad, salvo una oposición minoritaria, que se entreguen ahora a lo que despreciaron –jugar en Madrid– durante años.
Una corriente que atrae hacia EH Bildu a nuevas hornadas de electores que no cargan ya con la mochila de la violencia –muchos jóvenes, al margen del sentido de su voto, desconocen quién fue Miguel Ángel Blanco– y que carecen de una pedagogía de Estado pactada por el PSOE y el PP sobre las políticas de memoria. Que asienta a los de Otegi como la referencia de la izquierda social, feminista y ecologista que aspira a administrar el poder institucional evitando ahora «los aspavientos» independentistas para no espantar. Y que estrecha la hegemonía de un PNV que sufre, por primera vez, el desgaste de la gestión.
En su estreno hace 12 años, casi con lo puesto tras su agónica legalización por el Constitucional, la entonces Bildu conquistó la Diputación guipuzcoana y el Ayuntamiento de San Sebastián surfeando la ola favorable del cese definitivo de ETA y porque el PNV le cedió el paso, persuadido de que dejarle gestionar las cosas del comer actuaría de vacuna para el futuro. Y así fue, tras un empecinamiento con el reciclaje de las basuras de cuya torpeza ya avisó Otegi a los suyos desde la cárcel. Aquel carrete le ha durado a los peneuvistas hasta este 28-M. Con las consecuencias del terror metabolizadas ya por buena parte de la sociedad vasca, la inclusión de 44 exetarras en las listas denunciada por Covite no ha erosionado a la coalición abertzale. Ha sumado 17.000 sufragios más en el País Vasco, ha vuelto a ser primera fuerza en Guipúzcoa y por primera vez en la muy simbólica Vitoria y pretende seguir haciendo valer su peso en Navarra.
Es más, cabe deducir incluso que el electorado ha valorado la forzosa renuncia de los siete candidatos condenados por asesinato y que Otegi y los suyos han extraído savia de una campaña que durante días pasó por ellos con la derecha explotando el filón de la controvertida estrategia de pactos del presidente. Se ha hecho tan evidente este 28-M que esos acuerdos provocan urticaria hasta a sus propios votantes que Sánchez afronta este 23-J como si EH Bildu no existiera. Mientras, la coalición se apresta a continuar dando la campanada electoral, armada con el argumento de que el PNV se alía con el PSE y se apoya en la derecha para impedirla gobernar.
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