Varias personas a favor y en contra del aborto se enfrentan a las puertas de la Corte Suprema estadounidense.
Arizona | Segunda parte

Salvados por las mujeres

El referéndum sobre el aborto moviliza el voto femenino en unas elecciones en las que la alta participación favorece a los demócratas

Mercedes Gallego

Enviada especial a Fénix (Arizona)

Miércoles, 23 de octubre 2024, 00:17

Entre Fénix y Las Vegas, las autoridades que combaten el tráfico de mujeres han encontrado un lugar íntimo en los retretes de las gasolineras y bares de carretera para tenderles la mano, el único lugar en el que ningún hombre las vigila. Junto al espejo ... donde algunas escriben su nombre con barra de labios, por si nunca tienen la oportunidad de marcar ese teléfono, han aparecido otros carteles: 'De mujer a mujer: tu voto es secreto'.

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Desde 2016, los analistas sospechan que las mujeres de los 'macho MAGA' (siglas del movimiento Make America Great Again) votan a Donald Trump bajo la sombra de sus maridos, influidas o sometidas por ellos. Algunas no se atreven a llevarles la contraria. Otras, simplemente, beben los vientos por sus esposos. Y muchas se sienten económica y emocionalmente dependientes. Las elecciones del 5 de noviembre son distintas, porque lo que está en las papeletas va más allá de un candidato electoral. Se juegan el derecho a decidir sobre su propio cuerpo.

«Soy vuestro protector», les dijo Trump el mes pasado en un mitin en Indiana. «Como presidente, estaréis felices, saludables, libres (sic). Ya no estaréis pensando en el aborto». Si lo que pretendía era tranquilizar al colectivo, logró lo contrario. Más que consuelo, sonaba como la voz de un proxeneta, especialmente viniendo de un hombre condenado a pagar cinco millones de dólares por abuso sexual que se jactaba de meterles mano cuando le da la gana. La mayoría de las mujeres negras e hispanas nunca ha creído en él. Las blancas de suburbios residenciales empiezan a pensar que tal vez no sea su «protector».

En las anteriores elecciones, el líder republicano ganó un 7% más de mujeres blancas, pero hoy, según una encuesta de CNN, solo lidera en ese grupo clave por la mínima, un 1%. Mientras tanto, el 52% de las mujeres confía en Kamala Harris para manejar el tema del aborto, frente al 31% que lo hace por Trump. Esa brecha es todavía mayor en Arizona, pese a que el magnate lleva una ligera ventaja en la intención de voto.

De los diez Estados que someterán a referendo la cuestión del aborto el 5 de noviembre, Arizona y Nevada forman parte de los siete decisivos para las elecciones. Los activistas que luchan por restaurar ese derecho en Arizona confían en que muchas mujeres se atrevan a desmarcarse de sus parejas para defender su derecho más fundamental y, de camino, marquen la cruz por la que podría convertirse en la primera presidenta de Estados Unidos. La motivación para redimir a su género en el confesionario de las urnas nunca ha sido más alta.

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«Cuando tocamos a las puertas es el tema número uno, el que más interesa a los votantes», dice Cathy Nichols, directora ejecutiva de Arizona List, una organización progresista que ayuda a impulsar a «mujeres que jamás soñaron con ganar unas elecciones».

Ley de 1864 resucitada

Desde el Consejo Escolar hasta el Senado de Arizona, la lista de Nichols viste de progresismo femenino las instancias de poder. Hace un año sus voluntarias sacaron músculo al recoger 820.000 firmas para poner en las papeletas una enmienda a la Constitución estatal que garantiza el derecho al aborto hasta la viabilidad del feto, frente a las quince semanas actuales. Y eso ya es mucho más de lo que permitía la ley de 1864, que los republicanos resucitaron tras la decisión del Supremo de anular la jurisprudencia de Roe versus Wade, que protegía la interrupción del embarazo en todo el país. Con la coartada federalista, Trump defiende que cada Estado tome su propia postura. Harris opina que la salud reproductiva «no puede depender de tu código postal».

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Trump se autoproclamó «protector» de la mujer, pero la mayoría de negras e hispanas y cada vez más blancas no creen en él

Aprobada casi medio siglo antes de que Arizona entrase a formar parte de la Unión, cuando todavía el indio Gerónimo y sus apaches luchaban por igual contra mexicanos y colonos, aquel vestigio del puritanismo prohibía aquí la interrupción del embarazo incluso en casos de violación o incesto, castigando a quien lo facilitase. El caos legal que siguió provocó el cierre de seis de las nueve clínicas del Estado. Todavía las mujeres que necesitan abortar después de las quince semanas deben volar a California o Nuevo México para no desangrarse a las puertas de un hospital, como le pasó a la propia senadora estatal Eva Bursh, que compartió su experiencia en el hemiciclo, desatando una ola de testimonios públicos a lo #MeToo.

En su contraofensiva, los republicanos han sobrecargado las papeletas de noviembre con trece referendos para diluir, por pura confusión, la proposición 139 sobre el aborto. El folleto electoral parece ya un listín telefónico, de esos que nadie menor de 40 años ha llegado a conocer.

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Votantes saturados

A estas alturas de la campaña, los habitantes de los Estados bisagra están saturados. El teléfono no deja de sonar, con voluntarios abnegados que piden un minuto de su tiempo para convencerles de que éstas son «las elecciones más importantes de sus vidas». Los buzones están llenos, las vallas publicitarias parpadean sin cesar y, cuando suena el timbre, un domingo por la mañana, es alguien que quiere asegurarse de que acudirán a las urnas. «Les decimos que cuanto antes manden su voto, antes dejamos de molestarlo», bromea Annie Radillo, organizadora de campo de Arizona List.

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Armada con una aplicación que muestra a los demócratas o independientes que no han votado aún, recorre las calles con la urgencia de quien sabe que la contienda está en empate técnico. «Ya dormiremos cuando estemos muertos», comenta en los mítines el gobernador de Minesota Tim Walz, candidato a vicepresidente con Harris.

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El voto anticipado está disponible en Arizona desde el 7 de octubre, pero a Walz ni muerto le apoyaría Leslie Swiderski, un milenial de 31 años, cuyo cuerpo tatuado de arriba a abajo hace honor a su profesión, la de los tatuajes. En el suelo del porche, bajo un sillón, yace el libreto tipo listín telefónico que se ha estudiado de principio a fin. Piensa votar a favor de la proposición 139, «el resto es basura», ha concluido, incluyendo la elección a presidente.

El 5 de noviembre no solo está en juego la Casa Blanca, sino el derecho de las estadounidenses a decidir sobre su cuerpo

El Partido Demócrata perdió su apoyo para siempre en 2016, cuando maniobró para excluir de la nominación presidencial al senador Bernie Sanders. El bombardeo de Gaza y Beirut ha terminado por dilapidar su fe. «Ya nadie es humanitario de verdad, todos son unos falsos», lamenta. Si su abstención favorece a Trump, «ellos se lo han buscado», responde con rabia nihilista. «Así el sistema se derrumbará antes». Su mujer, Bailey O'Hara, de 29 años, escucha en silencio. Aunque está indignada con la complicidad del Gobierno de Joe Biden en lo que considera el genocidio palestino, le importa mucho la proposición 139, pero no dice nada. Decidirá a solas el 5 de noviembre, día de su cumpleaños, en el confesionario de las urnas.

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