Dicen que la primera dama, Jill Biden, fue una de las más indignadas por el 'mobbing' que sufrió su marido para renunciar a la candidatura. Pero no ha tardado mucho en encontrar una causa más importante que su propio legado y el partido para sobreponerse ... a la reelección interrupta.
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A bordo del autobús azul de la Lucha por los Derechos Reproductivos se ha recorrido en Arizona ciudades tan remotas como Yuma, donde ya no hay ni reos en la prisión territorial que se asoma al río Colorado, a 11 kilómetros de la frontera con México. «Nadie va allí», observa con admiración Marisol García, una profesora sindical de Phoenix que se ha lanzado a la campaña.
Ahora parece que hay abortos buenos y malos. Como el de Hadley Duvall, una joven de 22 años de la Kentucky rural, que se ha subido al autobús para contar que su padrastro la violó y dejó embarazada a los 12, cuando su cuerpo ni siquiera estaba preparado para llevar a buen término la gestación. O el de Kaitlyn Joshua, de Batton Rouge, que peregrinó desangrándose por los hospitales de Luisiana, mientras perdía la alegría de ser madre. ¿Quién cuestiona en estos casos una intervención médica?
Cathi Harrod, presidenta del Center for Arizona Policy, es de las que piensan que los demócratas «mienten», porque la atención sanitaria está disponible «cuando la madre corre peligro». Pero la ginecóloga Mia Turro asegura que las cosas no son siempre blanco o negro. «¿Cuánto tiene que esperar un médico para poder decir que la muerte de la mujer es inminente e inevitable? ¿Y si en esa espera el daño acaba con las posibilidades de que vuelva a quedarse embarazada?».
Aborto es también ese procedimiento por el que un profesional extraerá el feto, incluso cerca de los nueve meses de gestación, si tiene malformaciones que le impidan sobrevivir y amenacen la salud reproductiva de la madre. ¿O debe esperar una mujer a la que se le ha roto la placenta a que el bebé muera en sus entrañas para que los médicos intervengan? Las interrupciones de embarazos pasadas las 24 semanas representan menos del 1%, pero esos casos aislados alimentan los bulos de que hay mujeres sin escrúpulos que matan a sus hijos horas antes de nacer.
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Los abortos en la última etapa de gestación son tan complicados y caros que los realiza todo un equipo médico. En 41 de los 50 Estados de la Unión están prohibidos. «¡Aborto también es asistencia sanitaria!», defiende Jill Biden. Entre las apenas 200 personas del público, algunas mujeres de su generación visten camisetas con mensajes que resuenan en los oídos de muchas que por su edad nunca pasarán ya por ese procedimiento: «No me puedo creer que todavía tenga que pelear por esto», rebufan.
Las generaciones pasadas y futuras se dan la mano en el activismo que ha de salvar a las mujeres de ayer y de hoy. «Tengo una hija, nadie sabe lo que va a pasar. No quiero que decidan por ella. Lucharé para que tenga todas las opciones», promete desde el escenario el actor de 'Breaking bad' Bryan Cranston, otro extraño aliado que acompaña a la primera dama en la cruzada de sus vidas.
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