Un ciclista pasa por delante de un edificio arrasado hace unas semanas por 'Helene' en Asheville. EFE
Carolina del Norte primera parte

El fantasma del fraude electoral

En las montañas de Carolina del Norte, devastadas hace unas semanas por el huracán Helene, los seguidores de Donald Trump se preparan para defender al magnate

Mercedes Gallego

Enviada especial a Asheville (Carolina del Norte)

Sábado, 2 de noviembre 2024, 00:25

Todo ocurrió en un abrir y cerrar de ojos. «Estaba mirando por mi ventana a las 9:15 de la mañana y, de pronto, un enorme muro de agua se abalanzó sobre mi casa y la aplastó por completo». El agua subió hasta los alféizares ... de las ventanas, destruyó los pilares, y lo inundó todo. Eso ocurrió el pasado 29 de septiembre, cuando, por primera vez en más de un siglo, un huracán de proporciones bíblicas, Helene, devastó las montañas de Carolina del Norte con tres días de lluvias torrenciales y cinco tornados. Un mes después, Ada Khoury está sentada junto al colegio de votación de Marshall, repartiendo pegatinas de Donald Trump a sus vecinos y asegurándose de que todos van a votar.

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Los analistas se preguntaban cómo sería posible celebrar elecciones en una zona de catástrofe, sin agua potable y con tejados arrancados de cuajo. Superpuesta sobre el mapa electoral, la trayectoria del huracán parece un castigo para los condados que votaron por Trump en 2020, donde ganó en 26 de los 29 afectados. Uno de cada cuatro sufragios recogidos en todo el estado procedía de estas zonas, donde en los anteriores comicios acudieron a las urnas millón y medio de personas. ¿Cómo podían pensar ahora en votar aquellos que habían perdido su casa, su coche o incluso un ser querido? Ada y sus vecinos encarnan la resiliencia de sus montañas y la determinación del movimiento Make America Great Again (MAGA).

«Llévate una pegatina para el coche, que la vea todo el mundo», le pide a su vecino, Geoff Gill, que ha acompañado a su madre a votar en silla de ruedas, con la pierna entablillada y el brazo en cabestrillo. «No te preocupes, he puesto frente a mi casa la pancarta más grande que te imagines», la tranquiliza. Geoff habla perfecto español, lo aprendido en sus años mozos durante una larga estancia en Chile al final del Gobierno de Pinochet. «Era una dictadura de ultraderecha, pero mucho mejor que la de izquierdas que tenían antes», opina. «De aquello aprendí a estar orgulloso del gran país que tenemos aquí».

A Ada la rescataron sus amigos «patriotas» lanzándole una cuerda que ella ató a un árbol para trepar. Pasó dos noches en un albergue, hasta que salió de allí a pie para encontrarse en la carretera con su madre, en cuya granja vive desde entonces, mientras intenta reconstruir lo que quedó de su casa. Más de cien personas perdieron la vida y los vecinos sospechan que fueron muchos más. Aún siguen apareciendo cadáveres. Las inundaciones se llevaron por delante las casas, con habitantes dentro, y las escupieron convertidas en pilas de escombros que todavía se amontonan a ambos lados de la carretera.

«Lo dice la Constitución»

Los colegios electorales ya no existen. Los votantes no viven en sus casas. Algunos, ni siquiera en el mismo estado. Todos tienen en la cabeza cosas más importantes, como conseguir agua potable, reclamar al seguro, reabrir sus negocios, reconstruir sus viviendas. Y aun así, las colas son interminables. «Ve y asegúrate de que votas, chico, nos va a hacer falta para que no nos roben otra vez las elecciones», le dice Ada a Dereck Coats, un camionero de 40 años, que está preparado para defender la victoria de Trump con las armas si fuera necesario. «Lo dice la Constitución, ¿no?», justifica él.

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El dato

15 escaños electorales

de los 270 que se necesitan al menos para ser proclamado presidente, se reparten en el estado de Carolina del Norte. En 2020 los republicanos ganaron las elecciones aquí por 74.483 votos. Trump logró 2.758.775 apoyos (49,9%) y Biden Biden 2.684.292 (48,6%)

Expresamente, no, pero muchos interpretan que de la Segunda Enmienda Constitucional sobre el derecho a portar armas emana también una dependencia histórica de las milicias para la defensa nacional. En ese texto se apoya la creencia de que «una milicia bien regulada» de ciudadanos soldados es esencial para proteger la libertad y el orden, «siendo necesaria para la seguridad de un Estado libre», dice la Carta Magna.

Dereck está listo para cumplir con su deber. «Cuando la tiranía se convierte en ley, la resistencia se convierte en tu obligación», reza la camiseta con dos rifles cruzados de barras y estrellas. «Avísame, yo voy contigo», se apresta Ada. Luego, lo piensa y recapacita. «Ten cuidado dónde dices esas cosas, chico, nunca se sabe quién está escuchando».

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En su contexto

  • Población. 10,8 millones de habitantes tiene Carolina del Norte. Es el noveno estado más poblado de la Unión.

  • Principales ciudades. Charlotte con 911.311 habitantes, Raleigh (capital) con 482.295, Greensboro (302.296), Durham (296.186) y Winston-Salem (252.975).

  • Siete de cada diez residentes son blancos aunque la diversidad es cada vez mayor, con la llegada de migrantes de India, el sudeste asiático o América Latina.

  • Tasa de paro. Es de 3,8%, ligeramente por debajo de la media nacional, que está en el 4,1%. En cuanto al PIB, es el undécimo estado de la Unión.

  • Ropa y muebles Carolina del Norte es referente económico de la Unión por su industria textil, la mayor del país, y la producción de muebles aunque la deslocalización ha restado fuerza a ambos sectores.

A sus 60 años, con el colmillo más afilado que el ímpetu del «chico» de 40, la psiquiatra de piel de elefante teme que todo sea una trampa. «El Gobierno quiere que haya disturbios para declarar el estado de sitio y suspender la Constitución y nuestros derechos. Quiere que seamos nosotros los que empecemos. Ya nos están llamando insurgentes y terroristas domésticos».

El chico y sus amigos lo tienen claro. Esta es la última oportunidad que le dan al sistema. «Si nos roban las elecciones otra vez, habrá una guerra civil», vaticina. En las redes sociales ya está viendo señales de que habrá fraude. Le llegan noticias de que está yendo a las urnas «más gente que personas vivas hay» y ciertamente la participación es tan desbordante como el muro de agua que engulló la cabaña de Ada en Reems Creek. En el vecino estado de Georgia han votado ya por adelantado casi cuatro millones de personas, cuando el total de los sufragios en 2020 no llegó a cinco. En Carolina del Norte, donde Barack Obama ha sido el único demócrata que ha ganado desde 1974, el pasado miércoles ya habían votado 3,36 millones de personas, más del 43% de todos los electores registrados.

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La sorpresa es que el 49% eran republicanos, frente al 45% de demócratas, un mal augurio para Kamala Harris, ya que los demócratas suelen preferir el voto anticipado y por correo. En 2020, durante las votaciones de la pandemia, se aconsejaba aprovechar este sistema para dispersar las aglomeraciones que podían contribuir a propagar el covid. Los escépticos del virus desdeñaron la recomendación y desconfiaban de que sus votos fueran a estar bien custodiados, por lo que cuando comenzó el recuento en la noche electoral, Joe Biden recibió un empujón que le puso por delante de Donald Trump. El magnate no se lo creyó. En su fiesta de la Casa Blanca ya se celebraba la victoria. «Estábamos por delante en Carolina del Norte por un gran margen, un número tremendo de votos, y todavía lo estamos por muchos, pero no tantos, porque de repente están encontrando más papeletas. Es un sistema corrupto», acusó entonces desde Washington.

Sus palabras resonaron con fuerza en estos cerros de los Apalaches, donde nadie se fía del Gobierno federal. «No le necesitamos, la gente de las montañas sabemos cuidar de nosotros mismos». Ahí donde el eco de los árboles susurra historias de resistencia, los Hill Billy forjan con orgullo la suya propia. Ya no cultivan tabaco. Las plantaciones han desaparecido y han dejado paso al turismo o la industria de servicios, pero siguen aferrados a sus rifles, presumiendo de una autosuficiencia innata para desafiar las adversidades. El huracán Helene les ha dado la oportunidad de poner a prueba esa filosofía de vida. Las redes sociales, de explicar lo inexplicable.

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Teorías conspiratorias

«¿Cuándo has visto tú que un huracán coja fuerza en las montañas?», cuestiona Nancy Khoury, que se turna con su hija el puesto trumpista del colegio electoral de Marshall. «Y luego dicen que la ingeniería meteorológica no existe, ¡venga ya, si se usa desde los años 40! ¿Cómo crees que han traído la lluvia en Dubái?». Lo único que le descuadra es que Helene también se ha llevado por delante la ciudad de Asheville, un bastión demócrata en medio de esas montañas trumpistas, cuyo condado ha sufrido el mayor número de muertos. Debió ser un daño colateral, entiende.

Los analistas cuestionaban cómo sería posible votar en una zona de catástrofe, sin agua potable y con tejados arrancados

«Si nos roban las elecciones otra vez habrá una guerra civil», advierte Dereck Coats, un camionero de 40 años

En las nuevas urnas implementadas en la Universidad de Carolina del Norte, hasta la alcaldesa de Asheville, Esther Manheimer, hace cola para votar. «Soy judía. También dicen que los judíos lo hemos provocado», se resigna. Y, en justicia, admite, «todo esto ha sido muy confuso para la gente de aquí, porque nunca nadie había visto nada parecido». El anterior precedente data de 1916. La incapacidad de la mente para explicar lo increíble obliga a encontrar respuestas en la sospecha. Alan Wyatt, comisionado del condado de Madison, viene hablando de un amigo que ha perdido a once familiares. Craig, director farmacéutico, eleva el luto con otro a quien se le han muerto 17 en Fairview. Ada y su madre los escuchan a todos. La desconfianza aumenta. «La gente no ve lo que está pasando, ha perdido cualquier pensamiento crítico», concluye, tan resignada como la regidora. Y en eso, por fin, los Hill Billy rurales y sus vecinos progresistas de Asheville coinciden.

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