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Ningún analista de Wall Street contaba ayer con que la caótica tabla de aranceles que mostró el miércoles el presidente Donald Trump llegue a establecerse, ... pero en las zonas comerciales de cada ciudad estadounidense, los ciudadanos prefieren no arriesgarse. Y ahí, en el pánico generalizado, está la vulnerabilidad de la estrategia, que el mandatario combate con una dosis de triunfalismo acorde a su realidad paralela.
«¡Esto está funcionando, aguantad, no podemos perder!», se felicitaba el viernes pese a la debacle bursátil. El presidente se prepara para aguantar el temporal, que está seguro amainará en cuanto los diferentes países se plieguen ante sus demandas y levanten por completo todos los aranceles en pie, como ha hecho preventivamente Israel. Otros, como India y Vietnam, han anunciado sus intenciones de reducir aranceles como gesto de buena voluntad, y algunos más, como México, han dejado claro que no entrarán en la guerra comercial y están listos para la negociación.
Toca hacer acopio de bienes antes de que suban los precios, pero en la maraña del comercio global, los consumidores están perdidos. En las tiendas de Lululemon, una marca de ropa deportiva canadiense de culto que en realidad vende un estilo de vida, los clientes intentaban atrapar en cada sudadera de 150 dólares lo que podría ser su última oportunidad de poseer ese futuro de bienestar con el que se identifica la marca. En los mercados, sin embargo, sus acciones subían el viernes un 7%, después de la abrupta caída del jueves. La razón, buena parte de sus prendas están fabricadas en Vietnam, a cuyo secretario general del Partido Comunista, To Lam, Trump agradeció ese día su disposición a «recortar los aranceles a CERO» si llegan a un acuerdo, escribió en Truth Social. Algo que a su juicio ocurrirá «en un futuro próximo».
Como consecuencia, Lululemon Athlectica Inc, Nike Inc, Adidas AG Skechers USA Inc., Gap Inc, Victoria's Secret Co. y otras marcas de ropa y calzado de moda que dependen de ese mercado asiático para su fabricación se recuperaron de golpe del batacazo sufrido el día anterior en el Nasdaq. Camboya, Indonesia y otros centros manufactureros de la zona tomaron nota y filtraron a los analistas de Bloomberg Intelligence que están dispuestos a seguir los pasos de Vietnam. El mundo se pliega, y a Trump puede salirle bien la jugada, si todos toman nota de quién es el amo.
En otros sectores gravemente perjudicados por los aranceles, el del mobiliario, la electrónica y la decoración del hogar, empresas como Wayfair, que opera múltiples marcas asequibles a partir de una plataforma de comercio electrónico, encabezaban la lista de las diez más devaluadas por la debacle bursátil. Gary Friedman, consejero delegado de RH (antes Restoration Hardware), suplicaba al presidente que pausase los aranceles «recíprocos» durante seis meses para dar tiempo a la negociación, sin que sus empresas tuvieran que sufrir esos vaivenes. Nada es descartable, pero la rapidez a la que se pliegan los países puede alentar a Trump a mantener la «intervención» a la que ha sometido al paciente, la economía estadounidense, cuya cura ve en los aranceles.
La partida tiene aún mucho recorrido. La mitad de la producción de Nike y el 39% de Adidas procede de Vietnam, pero las acciones de la primera marca todavía han perdido un 20% de su valor en lo que va de año, mientras que las de Lululemon acumulan más del 30%. Las cotas más bajas de Nike se remiten a noviembre de 2017, precisamente cuando Trump arremetió en su primer mandato con los aranceles. Aquello le ocasionó el índice más bajo de popularidad que haya registrado, un 33%, en comparación al 49% con el que asumió su segundo mandato en enero, pero en las últimas semanas el espectro inflacionario le ha hecho caer hasta el 43%. Si hay algo que miran los votantes es el bolsillo, y si algo preocupa a Trump es su popularidad. La apuesta es emerger de esta crisis de confianza lo antes posible para evitar daños mayores a su ego y a la economía.
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