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La aspiración de José Ignacio Goirigolzarri (Bilbao, 1954) siempre fue ser un número uno con funciones de número uno. Así desembarcó hace ya cuatro años en la presidencia de la nueva entidad entre CaixaBank y Bankia. Y bajo esa premisa ha realizado los movimientos profesionales ... que ha protagonizado durante su vida de banquero. 'Goiri', como le conoce el sector financiero, nunca había aceptado un cargo maniatado. Las quinielas siempre apostaron por su deseo de liderar la banca en España. Lo hizo, pero finalmente tuvo que convivir con un poder más limitado de lo deseado.
La vida de este bilbaino, formado en Deusto y vinculado a la banca desde joven, está repleta de fusiones. Desde 2001, en que completó la de Banco Bilbao Vizcaya y Argentaria; tanto le curtió que ya se veía como presidente de BBVA para suceder a Francisco González. Pero en 2009, su 'jefe' decidió permanecer en el poder y ese movimiento le revolvió. No quería seguir siendo el 'número dos' para toda la vida. Y abandonó de forma repentina la corporación. Portazo.
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José María Camarero
Tras un breve paréntesis en el que buena parte de la banca le daba por finiquitado laboralmente, volvió a tomar las riendas de otra entidad repleta de fusiones sin completar: Bankia, un puzzle de cajas de ahorros cuya gestión ha marcado la última década de su carrera.Cuando accedió a una de las Torres KIO de Madrid, donde se encuentra la sede de Bankia, Goirigolzarri ya se percató de que, o ejercía como presidente en toda su extensión o acabaría como florero, su mayor temor profesional. Cada vez que le llegaba algún documento interno con el membrete de alguna de la decena de cajas integradas en Bankia -una especie de símbolo del reino de taifas que conformaban la corporación- él reaccionaba desechándolo. «Somos una entidad», recordaba a los gestores. Impuso una nueva cultura. Porque se jugaba, como habitualmente recuerda, el dinero del Estado: 22.000 millones en ayudas para salvar al banco.
En 2011, un año antes de acceder al cargo, el que por entonces era presidente de Bankia, Rodrigo Rato, le ofreció la presidencia. Lo rechazó. No quería ese tipo de tutelas. Y tuvieron que transcurrir varios meses, amén de la intervención del entonces ministro Luis de Guindos, para que asumiera el cargo. «Lo hice por responsabilidad», insiste.
El camino no ha sido precisamente de rosas: ajustes en redes y personal, la integración de BMN de por medio y la sombra de la devolución de las ayudas siempre encima de su cabeza, con la losa de la 'banca pública'. «No conozco ningún caso de banca pública que sea sostenible». Es la frase que no se cansa de repetir cada vez que algún político insinuaba la conversión de Bankia en una entidad 100% nacionalizada.
Su carácter afable y la capacidad de aglutinar equipos motivados han hecho ganar a Goirigolzarri elogios de uno y otro lado del ring político: dos Gobiernos de signo distinto han gestionado el poder accionarial del grupo sin que ningún cliente o inversor haya notado el más mínimo cambio.
Él mismo moderó su desembarco en la cúpula de CaixaBank sin aspiraciones de poder. Desde el inicio de la nueva entidad, que formalizó la fusión en marzo de 2021, insistió en que sería Gortázar, el consejero delegado, quien asumía el mando ejecutivo. En estos años ha asumido funciones más vinculadas con la comunicación y la representación institucional que las ligadas al día a día de la entidad.
Eso sí, siempre con un mensaje de tranquilidad de cara a los clentes, al mercado y al poder político. «Es la mejor contribución que podemos hacer a la recuperación socioeconómica», ha insistido Goirigolzarri desde que acude anualmente a las juntas de accionistas y a la presentación anual de resultados.
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