La fiesta explotó. Muchos sin mascarilla ni distanciamiento social. Los aficionados colmaron Murrieta, aunque no hubiese agua. El desenfreno ganó a la razón con el ascenso de la UD Logroñés. Los penaltis parados por Miño dsuperaron al control policial y tras rubricarse el ascenso ... blanquirrojo, los aficionados fueron llegando a Murrieta. Con alegría pero con cierta timidez, al principio. Y cuando voló la primera bengala ya la fiesta traspasó las calles y la fuente se llenó de alegría. Y descuido.
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La afición blanquirroja había vivido una noche dentro de una montaña rusa de emociones. No es excusa. Comenzó con euforia el encuentro en los bares de la ciudad aunque duró poco para una afición que comenzó el partido con mascarilla y manteniendo, más o menos, la distancia social. El júbilo y la ilusión quedaron opacadas por el tempranero gol del Castellón, apenas cruzado el primer cuarto de hora de encuentro. Y encima obra de un riojano, Lapeña. Los bares de la ciudad en los que ofrecían el choque completaron rápidamente sus aforos. «En horas llenamos los cincuenta sitios del bar», comentó Villa, propietario de un Toscana que vivía con nervios el inicio del encuentro. Entre esos aficionados el médico José Luis González, y el golfista profesional Miguel Evangelio, que optó por ver el partido junto a una amplia cuadrilla.
La ocasión que desperdició Ander Vitoria antes del tanto castellonense a punto estuvo de hacer delirar a los aficionados reunidos en La Góndola, donde Juli y Carlos intentaban atender a todos sus clientes. Bares completamente teñidos de blanco y rojo, como era de esperar.
Cascajos fue uno de los barrios, junto con La Guindalera y el Casco Antiguo de la capital, donde más gente se reunió a ver el trascendental partido. 'Donde Fede', templo blanquirrojo por antonomasia, el gol de Lapeña se sufrió como nunca. Pero el empate de Andy, en el 83 y a través de una pena máxima, hizo delirar a todo el Casco Viejo y a una Laurel, a pocos metros de allí, bastante ajena al encuentro disputado en La Rosaleda. Ya habían encendido los ánimos de los blanquirrojos cuando el árbitro no dio por válido el gol fantasma de Rubén Martínez, que la retransmisión mostró cómo el balón botó claramente dentro de la portería del conjunto albinegro.
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Un desahogo, el tanto de Andy, para los aficionados que eligieron el Bar Tucumán y el Planeta Eñe del parque Gallarza, donde antes del gol del granadino pudieron verse rostros de desesperación e incluso alguna lágrima. Porque la UD Logroñés, a mil kilómetros de distancia, transmitía ilusión. El gol calmó los ánimos de los hinchas, que soñaban con algo grande, que no pararon de cantar desde ese minuto 83.
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La tonta expulsión de Ousama hizo levantar los decibelios de los más animados, ya sin mascarilla, olvidándose algunos de la pandemia que está cebándose con España en forma de rebrotes. Eso sí, los camareros les pedían por favor que la utilizasen correctamente. Pero a medida que pasaban los minutos, nada calmaba los ánimos.
Los cánticos intentaron maquillar los nervios. Los minutos se consumían a la misma velocidad que las cervezas. La prórroga llegó como un regalo para la UD Logroñés y sus miles de hinchas, que no ganaban para sustos. «Qué partido se están cascando», expresaba un aficionado a las puertas del Planeta Eñe a modo de protesta.
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Si el mundo blanquirrojo había sufrido durante los 120 minutos que duró el encuentro, faltaba los peor: los penaltis. El tobogán de emociones continuaba, las pulsaciones seguían a mil. Comenzaba entonces la ruleta rusa de los penaltis.
Del suspense, con las emociones a flor de piel, al delirio por culpa de las paradas de Miño, convertido en héroe en la noche malagueña, parando dos penas máximas a Gálvez y César Díaz para dar el ascenso al Logroñés. La ciudad deliró y disfrutó. Con pocas mascarillas y escasa distancia social, llenando Murrieta como precisamente nadie quería. Un ascenso como el de este sábado es histórico. Hay que esperar no tener que lamentar los excesos en plena pandemia.
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