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Luis Enrique (Gijón, 8 de mayo de 1970) tiende a desdoblarse. Luis, el personaje público, el que atiende a los medios de comunicación, suele ponerse a la defensiva y despliega una barrera infranqueable con la que intenta proteger a sus futbolistas del ruido exterior y ... de las críticas, pase lo que pase. Su mirada en esos momentos es recelosa, con un punto de altivez e incluso de soberbia, a la espera de recibir el primer golpe y contrarrestarlo con rapidez. Enrique, el de los entrenamientos, el que gestiona el vestuario de la selección desde hace cuatro años, es igual de pasional que Luis, pero la suspicacia desaparece de sus ojos para alumbrar una personalidad más abierta y cercana. Con la plantilla no necesita levantar muros artificiales tras los que ocultarse. Eso sí, tanto Luis como Enrique no tienen filtros cuando hablan, para lo bueno y para lo malo.
El asturiano siempre ha tenido mucho carácter, en el terreno de juego en su etapa como futbolista y después en los banquillos. Lo tuvo cuando, consolidado en la élite de la Liga, se marchó del Real Madrid al Barcelona, una operación que todavía escuece en buena parte del sector blanco y en los medios afines al club del Bernabéu. También cuando sustituyó a Pep Guardiola en el filial del Barcelona, al que condujo al ascenso. Y cuando hizo las maletas para irse a la Roma, en la que no llegó a cumplir su contrato después de una campaña gris. Más tarde llegó su 'formación' doméstica en el Celta antes de dar el salto a la Ciudad Condal en 2014. Estuvo tres campañas en la entidad azulgrana y en las dos primeras logró un sextete histórico con un juego en el que supo mezclar el 'made in Barça' con una identidad acorde a su fuerte personalidad.
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La calidad de aquella plantilla era brutal, así que él centró sus esfuerzos a enseñar a sus futbolistas la necesidad de competir con un cuchillo entre los dientes en todas las parcelas del campo. En un primer momento el gijonés tuvo que soportar las críticas mordaces de los guardianes de las esencias del 'guardiolismo', siempre agazapados a la espera de su oportunidad, pero los resultados y los títulos las enterraron. Su capacidad para hacer grupo fue una de las principales razones que llevaron a la Federación en 2018 a darle las riendas de la selección después de los consecutivos fiascos en los Mundiales de Brasil y Rusia -con la salida por la puerta de atrás de Lopetegui al desvelarse su acuerdo secreto con el Madrid- y la Eurocopa de Francia. Tocaba regeneración total porque España había iniciado una caída sin freno después de sus años dorados.
La Roja entraba en otra dimensión y sin las piezas que le habían hecho tocar el cielo antes del inicio del declive. El relevo generacional había sido muy lento por la enorme dificultad para sustituir a las estrellas que la habían llevado a lo más alto y Luis Enrique asumió la misión de abrir las puertas a los que llevaban tiempo esperando y también las ventanas a savia nueva. Una treintena de jugadores se han estrenado como internacionales absolutos con el asturiano, que se las tuvo tiesas con un amplio sector de la Prensa de la capital cuando ofreció sus primeras listas por la desaparición en una de ellas del Real Madrid y por prescindir de Sergio Ramos a pesar de estar ya en las filas del PSG. Fueron ruedas de prensas tensas, una guerra fría en la que siempre combatía Luis con la cabeza alta, desafiante. Enrique pasaba a un segundo plano.
En vísperas de un partido contra Malta, en marzo de 2019, el técnico tuvo que abandonar de urgencia la concentración porque le habían diagnosticado un cáncer a una de sus hijas. La niña, de 9 años, falleció cinco meses después. En ese periodo la selección estuvo dirigida por su segundo y mano derecha, Robert Moreno, quien mantuvo la línea de trabajo de su 'jefe'. Sin embargo, el regreso del asturiano fue turbulento porque, al parecer, el catalán reclamó mayor protagonismo en el seno de La Roja. Nunca se llegaron a saber las verdaderas razones de la traumática ruptura. Sí se conoce el valor que concede el seleccionador a la lealtad y, a su entender, su amigo la había traicionado. Fueron días muy difíciles en los que convirtió la bicicleta en su válvula de escape. A Luis Enrique le apasiona el ciclismo. En la bici, alejado del ruido, es cuando se siente libre.
Los resultados acompañaban y el extraordinario rendimiento de España en la Eurocopa de la pandemia, donde alcanzó las semifinales y cayó en la tanda de penaltis ante Italia, a la postre campeona, consolidó el ideario del técnico y su forma de entender el fútbol. Sus detractores, que son muchos, le recriminan su terquedad, su propensión a mostrarse inflexible cuando se le mete algo en la cabeza aunque la realidad parezca exponer lo contrario. Este sector le ha bautizado como 'Luis Enroque'.
SU CARRERA
Un todoterreno: Sporting (1989-91), Real Madrid (1991-96) y Barcelona (1996-2004). Acumuló numerosos títulos tanto en la Liga como en las competiciones europeas.
Sextete con el Barça: filial del Barcelona, Roma y Celta antes de llegar al Barça en 2014. Dirigió el equipo azulgrana tres temporadas y en las dos primeras logró el sextete.
Treinta debutantes: la Federación le contrata en 2018 tras la espantada de Lopetegui en el Mundial de Rusia. Llevó a España a las semifinales de la última Eurocopa.
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