Que la sede del Mundial sea uno de los países con mayor riqueza per cápita, gracias al petróleo y el gas, es un signo de nuestro tiempo. Mientras los trabajadores foráneos contratados para construir los estadios son explotados o mueren en condiciones laborales infames, ... el dinero fluye a espuertas entre los ricos y poderosos. La consigna de Qatar es: no se preocupen, hay para todos. Rusia se gastó 14.000 millones de dólares para organizar su Mundial, pero el presupuesto de Qatar alcanza los 200.000.
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La propia FIFA ha reconocido que, entre patrocinios y derechos televisivos, ingresará 5.745 millones. Pero esas son las cuentas oficiales. Varios ejecutivos de compañías mediáticas han sido acusados de pagar comisiones ilegales y un buen número de miembros de la FIFA, de cobrar sobornos.
Los constructores también figuran entre los agraciados. ACS, la compañía de Florentino Pérez, no logró hacerse con contratos para la edificación de estadios, pero sí se adjudicó la construcción de una carretera por unos 1.200 millones de euros y el tranvía de Doha por otros 400.
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Para conseguir contratos no bastan los vínculos que las empresas logren trabar con la familia real que dirige el emirato, sino que influyen las relaciones políticas internacionales. Así, los adjudicatarios de la construcción de los estadios son frecuentemente empresas de nacionalidades aliadas de Qatar.
En 2017, un grupo de cuatro países, liderados por Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos, impusieron un bloqueo a Qatar, al que acusaron, entre otras cosas, de financiar a grupos islámicos terroristas. Qatar contratacó impulsando alianzas con Irán y Turquía y aumentando los vínculos comerciales con Estados Unidos o China. A Turquía se le permitió levantar su primera base militar en el extranjero en suelo catarí y a EE UU se le adquirió armamento y aviones de combate F-15 por miles de millones de dólares. El país norteamericano goza de acuerdos privilegiados para la compra de gas y petróleo y, a cambio, ofrece seguridad, indispensable para un Estado minúsculo de tres millones de habitantes.
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El Mundial no es más que otro contexto para pagar a los aliados y prorrogar el aumento de relevancia política y económica de Qatar en el Golfo. Solamente en la edificación de los estadios y zonas de recreo hay 8.500 millones de dólares para repartir. No extraña que algunas empresas turcas, estadounidenses y chinas se hallan llevado un buen trozo del pastel. El 'establishment' político de las grandes potencias mantiene así sus vínculos de reciprocidad con las grandes corporaciones financieras que resultan beneficiadas gracias a alianzas geopolíticas y económicas. Qatar cuida a sus socios, especialmente a los más grandes y poderosos. Así, ha anunciado que, tras el Mundial, desmantelará parte de las infraestructuras -por ejemplo, 170.000 butacas- y las donará a países en desarrollo.
Algunos de los beneficios del torneo llegan después de su celebración. Multitud de empresas hoteleras de todo el mundo han invertido su dinero, convencidas de que Qatar llevará a cabo su plan por convertir al país en un destino turístico de lujo. Se confía en que el fútbol blanqueará la imagen de una petromonarquía que, como el resto de países del Golfo, no tiene entre sus prioridades el respeto a los derechos humanos.
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Finalmente, hay un interés indirecto -casi siempre silenciado- de infinidad de empresas europeas y norteamericanas porque el Mundial sea un éxito. El fondo soberano catarí es el noveno más rico del mundo, con 450.000 millones de dólares, a través de los cuales Qatar se ha introducido en empresas icónicas. El PSG es una de ellas. Pero también participa de multinacionales como Volkswagen, Siemens, Louis Vuitton, Deutsche Bank, France Telecom y muchas más. En España ya forma parte de algunas firmas como Iberdrola, IAG e Iberia.
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