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Aficionados argentinos a las puertas del Frankfurt, en el interior del bar Cariló y en la fuente de Murrieta, antes y después de que Argentina ganase el Mundial. JUSTO RODRÍGUEZ / FERNANDO DÍAZ
Final del Mundial de Qatar

La justicia deportiva sí existe

La comunidad argentina en La Rioja sufrió durante los 120 minutos pero acabó celebrando en la fuente de Murrieta

Martín Schmitt

Logroño

Lunes, 19 de diciembre 2022, 01:00

El que escribe estas líneas no lo hace como periodista. El que apoya los dedos sobre el teclado pero narra desde el corazón lo hace como hincha de su querida Argentina, de nuestro Dios Lionel Andrés Messi Cuccittini, de las benditas manos (y ese ... pedazo de pie izquierdo en el último suspiro) del Dibu, del Fideo más espectacular, de un Mac Allister soberbio, de un Enzo y Julián tremendos, de un Otamendi líder, del otro Lionel –Scaloni– del que ni siquiera nuestro otro Dios, un tal Diego Armando, creía que era capaz de llevar a la albiceleste a lo más alto. Escribe estos párrafos un tipo que tiene los ojos llenos de lágrimas de alegría en un año maldito de despedidas muy dolorosas.

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Este orgulloso argentino llega ahora desde la fuente de Murrieta después de haber dejado la voz y el alma en el Frankfurt, ese pedazo de bar que se convirtió durante el último mes en el refugio argento, en un pedacito de Buenos Aires, de Córdoba, Jujuy, Bariloche o Gualeguachú. Lo hace después de sufrir lo que no está escrito, con las pulsaciones por las nubes pero con la piel gruesa: para ser argentino hay que saber padecer como se hizo ayer. Porque cuando todo parecía sentenciado, ¡paf!, bofetones al corazón en un par de minutos.

Vídeo. Los aficionados argentinos celebran el triunfo. TVR

El que escribe lo hace con los ojos borrosos, esquivando los dedos las lágrimas que caen por el teclado. Dicen que no existe la justicia deportiva. Desde ayer estoy convencido de que sí. El fútbol le debía al mejor de la historia el poder levantar la Copa más preciosa y poder bordar y también tatuar la tercera estrella en el corazón de la camiseta más bonita del mundo.

Este hincha viene extasiado tras ver al pequeño 10, a esa pulga hermosa, cerrar muchas bocas, de coronarse, por fin –no para este cronista, que ya lo había encumbrado hace varias temporadas– como el mejor jugador de la historia del fútbol. Se sienta este periodista a darle algo de serenidad a este relato, pero parece imposible: las lágrimas siguen brotando de unos ojos cansados. Fueron muchas finales las sufridas. Pero eso ya se acabó, como reza la canción convertida en himno, 'Muchachos'.

Este narrador va a confesar una anécdota. En el último gol, el de Gonzalo Montiel, las gafas de su amigo Miguel salieron volando y acabaron en el suelo y no pudo celebrar hasta que dieron con ellas 30 segundos más tarde. Ya no importaba. Argentina era campeona del Mundo. Messi era el mejor de todos los tiempos. El sufrimiento se había acabado, la puta madre, como se dice por allí. Por fin. Este barra brava inofensivo es feliz, está emocionado, pletórico, con el móvil lleno de mensajes sin contestar. Ya lo hará, lo promete, pero por ahora quiere seguir disfrutando de su querida Argentina y gritarle a la mufa, a esa maldita mala suerte: «¿Qué mirás, boba? Andá pa' allá».

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