El que escribe estas líneas no lo hace como periodista. El que apoya los dedos sobre el teclado pero narra desde el corazón lo hace como hincha de su querida Argentina, de nuestro Dios Lionel Andrés Messi Cuccittini, de las benditas manos (y ese ... pedazo de pie izquierdo en el último suspiro) del Dibu, del Fideo más espectacular, de un Mac Allister soberbio, de un Enzo y Julián tremendos, de un Otamendi líder, del otro Lionel –Scaloni– del que ni siquiera nuestro otro Dios, un tal Diego Armando, creía que era capaz de llevar a la albiceleste a lo más alto. Escribe estos párrafos un tipo que tiene los ojos llenos de lágrimas de alegría en un año maldito de despedidas muy dolorosas.
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Este orgulloso argentino llega ahora desde la fuente de Murrieta después de haber dejado la voz y el alma en el Frankfurt, ese pedazo de bar que se convirtió durante el último mes en el refugio argento, en un pedacito de Buenos Aires, de Córdoba, Jujuy, Bariloche o Gualeguachú. Lo hace después de sufrir lo que no está escrito, con las pulsaciones por las nubes pero con la piel gruesa: para ser argentino hay que saber padecer como se hizo ayer. Porque cuando todo parecía sentenciado, ¡paf!, bofetones al corazón en un par de minutos.
El que escribe lo hace con los ojos borrosos, esquivando los dedos las lágrimas que caen por el teclado. Dicen que no existe la justicia deportiva. Desde ayer estoy convencido de que sí. El fútbol le debía al mejor de la historia el poder levantar la Copa más preciosa y poder bordar y también tatuar la tercera estrella en el corazón de la camiseta más bonita del mundo.
Este hincha viene extasiado tras ver al pequeño 10, a esa pulga hermosa, cerrar muchas bocas, de coronarse, por fin –no para este cronista, que ya lo había encumbrado hace varias temporadas– como el mejor jugador de la historia del fútbol. Se sienta este periodista a darle algo de serenidad a este relato, pero parece imposible: las lágrimas siguen brotando de unos ojos cansados. Fueron muchas finales las sufridas. Pero eso ya se acabó, como reza la canción convertida en himno, 'Muchachos'.
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