Messi ya puede descansar en paz
El crack necesitó dar su mejor versión y superar una agonía para coronarse por fin
Jon Agiriano
Domingo, 18 de diciembre 2022
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Jon Agiriano
Domingo, 18 de diciembre 2022
Debía estar escrito en alguna parte: Leo Messi sería campeón del mundo, sí, pero en su última oportunidad y de una manera agónica, tras una auténtica tortura física y mental como la que vivió ayer Argentina desde que Francia, muy inferior hasta entonces, le remontó ... de manera sorprendente un 2-0 en apenas dos minutos, entre el 80 y el 82. Luego llegaría la prórroga y Messi tuvo que ver cómo, tras marcar un gol que parecía definitivo en el minuto 108, los franceses volvían a empatar con un penalti de fortuna –el balón golpeó en el codo de Montiel– en el minuto 117. En ese momento, muchos pensamos que la historia estaba escrita, sí, pero en sentido contrario a los deseos del capitán argentino, como una tragedia. Sólo cuando el 'Dibu Martínez', en el último respiro, sacó a Kolo Muani un balón milagroso con el pie que pudo valer el título, volvió la duda sobre cuál era el destino de Messi. ¿Y si se trataba de que sólo se podría coronar con el mayor sufrimiento posible, obligado a ganar tres veces el mismo partido, la última en la tanda de penaltis?
Pues sí, así fue. El mejor futbolista del siglo XXI, y quizás de todos los tiempos, ha hecho en Qatar todos los méritos para lograr ese gran título que le faltaba y que ya le permitirá descansar en paz. Es imposible no imaginar la enorme sensación de plenitud, de absoluta paz interior, que tuvo que sentir el rosarino cuando Montiel marcó el penalti decisivo. Ya no le queda ninguna espina que quitarse. Y además debe sentirse inmensamente satisfecho, ya que ha liderado a su selección jugando a un nivel impresionante y supo ser decisivo en la final con dos goles y marcando su penalti en la tanda.
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Pío García Juanma Mallo
La influencia de Messi ha sido enorme en un equipo que ha contado con un extraordinario arquitecto insospechado: Lionel Scaloni. El exjugador del Deportivo llegó a la albiceleste con uno de los perfiles más bajos que se recordaban en Argentina. De hecho, no había entrenado a ningún equipo. Ayudante de Sampaoli en el Mundial de Rusia, nadie daba un peso por él cuando accedió al cargo de forma interina tras la renuncia del técnico del Sevilla. Pues bien, cuatro años después Scaloni ya es una leyenda, el autor de una selección histórica que ha sido capaz de encadenar la Copa América y el Mundial, la primera ganando a Brasil en Maracaná y la segunda a los vigentes campeones del mundo. Ni más ni menos.
Los argentinos no merecieron tanto sufrimiento. Se podrá decir que ganarle sin pasarlo mal a una selección con los jugadores que tiene Francia, comenzando por el devastador Mbappé, autor ayer de un 'hat trick', es científicamente imposible. Puede ser verdad. 'Les bleus' parecen tener soluciones para todos los partidos, incluidos los patéticos, como el que disputaron ayer hasta el minuto 79. Pero la superioridad argentina en la final fue indiscutible. Sencillamente, fueron mejores. Ganaron por juego y por espíritu a una Francia cuyo único mérito en realidad fue redimirse con dos goles en la recta final en los que ya no confiaban ni Macron ni Deschamps. Por cierto, el seleccionador francés salió muy tocado de un partido en el que Scaloni le dio un baño en todos los conceptos.
La imagen de la selección francesa comenzó a provocar desconcierto desde el arranque. A los cinco minutos, pensamos que 'les bleus' habían salido fríos pero que lo tenían todo controlado, aunque es cierto que Di María, la gran apuesta de Scaloni, ya daba algunos problemas por su flanco. A los diez, quien más quien menos empezó a sospechar que el equipo de Deschamps se estaba pasando de soberbio y especulativo. Pasado el minuto veinte, cuando Dembelé hizo un penalti tonto a Di María y Messi firmó el 1-0, lo de Francia, que no daba dos pases seguidos y era superada por una Argentina mucho más pujante y precisa, ya comenzó a parecer un disparate. Al descanso, más de uno se preguntó si los campeones estaban afectados por el virus del camello o algún tipo de estupefaciente.
Desaparecidos
Griezmann no estaba y apenas apareció en toda la tarde, lo que contribuyó al desplome de su equipo. Mbappé era una figura decorativa –sólo apareció a partir del minuto 78–, lo mismo que Giroud, que fue sustituido en el 40 junto con un Dembelé en estado catatónico. Theo Hernández, por su parte, tampoco daba una a derechas. Y Tchouameni ni la olía. Los campeones del mundo, sencillamente, hacían el ridículo y la albiceleste, cada vez más grande, les descosió con un segundo gol soberbio, un contragolpe exacto y fulminante que, a partir de ahora, quedará fijado en lo más alto del imaginario colectivo de su país, tan sólo por detrás del gol de Maradona a Inglaterra.
Aquello fue una acción individual. La de ayer, una colectiva. La cosa tiene su simbolismo. Scaloni ha unido con nudos marineros a un grupo de futbolistas que, más allá de la calidad de sus integrantes, impresiona por su compromiso, por su actitud, su entrega volcánica, su desesperado deseo de ganar. Viéndoles ante una Francia que salió contemplativa, como una marquesa melancólica, daba la impresión de que hasta los más jóvenes pupilos de Scaloni se sentían como Messi, convencidos de que la ayer era la última oportunidad de sus vidas de ser campeones del mundo. Pocas veces se ha visto una selección con tanta voluntad de consagrarse.
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