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José Carlos Carabias
Enviado especial a Berlín
Lunes, 17 de junio 2024, 00:14
En el mundo cosmopolita de la UEFA y sus tentáculos en la Eurocopa 2024, traductores, aplicaciones con canales en varios idiomas, un ejército de personas con auriculares, ruedas de prensa en inglés, alemán o croata, aparece en la sala de prensa el jugador más destacado ... del estreno de España en el torneo y luce con orgullo el acento de su pueblo andaluz, Los Palacios, la localidad española con mayor densidad de internacionales de la historia. Son 38.000 habitantes y cuentan con tres hombres habituales en la selección, Jesús Navas, Gavi y Fabián Ruiz.
De allí proviene el protagonista que brilla a estas horas en la selección, de la raíz del fútbol en la calle, el juego alejado de los métodos y las academias que unifican pensamientos y controles de balón. Fabián procede de un mundo pretérito, a la antigua, de los parques al aire libre que oxigenan su ciudad, el Parque de los Hermanamientos, el de las Marismas, el del Puente Verde.
El centrocampista del PSG ya ha recorrido mundo a sus 28 años, del Betis al Elche, del equipo sevillano al Nápoles, de Italia al gigante Paris Saint-Germain, varios torneos con la selección española, campeón de la Eurocopa sub-21, de la Liga de Naciones, cientos de aeropuertos por el mundo, vida de futbolista de élite… Pero hay algo que siempre vuelve a su cabeza, la tierra, el origen, los parques.
El año pasado, después de conquistar la Nations League, los tres futbolistas internacionales de Los Palacios fueron agasajados por el ayuntamiento de su pueblo. Recibieron su peso convertido en tomates. Un intercambio cultural de una población a 30 kilómetros de Sevilla dedicada casi en exclusiva a la agricultura, al cultivo de tomates y sandías como producto principal, también a la uva y al arroz de la marisma.
Hablar de Fabián Ruiz es referirse a su madre, Chari, a quien el autor del segundo gol ante Croacia le dedica cada minuto de su vida, cada tanto, emoción o pensamiento. «Sin ella no hubiese sido posible llegar donde he llegado porque era muy difícil hacer el sacrificio que ella hacía estando sola, sacar a tres hijos adelante, cada uno con sus estudios y sus cosas, llevarme todos los días a entrenar después de trabajar sin apenas comer, dormir, con un salario que no le daba para todo. Y lo logró», declaró en una entrevista a Efe.
Manuel Batalla, técnico de fútbol base en el equipo de la Liara en Los Palacios, dio el chivatazo al Betis hace un par de décadas y el equipo verdiblanco lo reclutó en edad benjamín. Fabián no fue solo al barrio de Heliópolis. Con ocho o nueve años se llevó con él a su madre, Chari, limpiadora de profesión. El Betis la contrató para el mantenimiento de las instalaciones de su ciudad deportiva. Allí ha trabajado durante catorce años.
El sentimiento de pertenencia al pueblo nunca lo ha abandonado. Fabián Ruiz fichó por el Nápoles entrenado por Ancelotti porque el hijo de este, Davide, se casó con una sevillana y se puso al día respecto a los equipos de la capital después de ver muchos partidos del Betis y el Sevilla. Fabián emigró a Italia con los Ancelotti y lo pasó mal en la ciudad del Vesubio: no hablaba idiomas, había cambiado de país, vivía en otra cultura, echaba de menos sus orígenes, a su familia, a sus amigos, a la gente que le había rodeado toda su vida.
En los parques de Los Palacios los capitanes siempre se pedían al niño de siete años que jugaba como los ángeles y se atrevía con los adultos. «Aprendes rápido al jugar con gente más grande, me hice fuerte, me quité el miedo de pequeño cuando te enfrentas a gente mayor. Me lo quité gracias a la calle porque jugaba con gente de todas las edades, hasta de 30 años. Iba a la pista a jugar y aprendía mucho de la picardía de los más grandes».
El fútbol que se está perdiendo por el presunto progreso de la abundancia, del deporte en modo restaurante con estrellas Michelín según dice Tebas, lo tiene grapado de base Fabián Ruiz. Estuvo muchos años jugando en las pistas, en los parques, en los campos según dicta el criterio de la calle, del más fuerte, de las piernas magulladas y rasguños en las rodillas, del aprendizaje sobre el terreno. En vez de eso, ahora se ven niños con móviles que no hablan entre ellos. Es el signo de los tiempos.
En Italia lo compararon con Fernando Redondo, aquel elegante centrocampista argentino del Real Madrid. Zurdo, corpulento, de amplio radio de acción. Aunque él quería ser como los ídolos de su infancia en el Betis, Joaquín, Capi… Su progresión lo llevó a fichar por el PSG, en la cúpula del estrellato compartió vestuario y mesa con Neymar, Mbappé y Messi. «Al principio impresiona, pero luego ves que son personas normales».
Después de su imponente partido en Berlín, amplio despliegue acompañado de fina técnica, una asistencia a Morata y un gol, Luis de la Fuente aseguró que «si Fabián no se llamara Fabián, tendría otro reconocimiento por parte de los medios». El protagonista aceptó el elogio de buen grado -«me gustaría agradecer al míster que piense así sobre mi forma de jugar»-, pero no se volvió loco en la respuesta: «Nunca he pensado que me perjudique mi nombre. Yo me limito a hacer mi trabajo y de lo que pase fuera no puedo ocuparme. Siempre intento hacerlo lo mejor posible, tanto en mi club como en la selección y para mí representa un orgullo jugar para mi país».
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