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Entró como se fue, entre una multitud de flashes de los móviles de los fieles que ayer se congregaron en la concatedral de La Redonda ... en la última de las despedidas del obispo de la Diócesis de Calahorra y La Calzada-Logroño, Carlos Manuel Escribano (Carballo, 1964).
En semanas anteriores, monseñor Escribano trasladó su adiós desde las otras dos cabeceras de la Diócesis riojana: Santo Domingo de la Calzada y Calahorra. Ayer hizo lo propio en Logroño, antes de que el próximo día 21 tome posesión del cargo de arzobispo de Zaragoza.
Escribano tomó las riendas de la Iglesia en La Rioja en junio del 2016. Cuatro años y medio después, le espera un nuevo destino. «Aunque es poco tiempo para un ministerio episcopal, doy gracias al Señor por estos años en La Rioja», confesó emocionado al inicio de la homilía y rodeado por los miembros del Cabildo de La Redonda y seminaristas. Atentos a sus palabras, un templo con su aforo permitido al completo y con presencia de varios integrantes de la Corporación municipal, encabezada por el alcalde, Pablo Hermoso de Mendoza.
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El obispo tiró de memoria para glosar su paso por esta región, del que se siente «orgulloso». «Muchos recuerdos se han agolpado en mi mente desde que el anuncio del nuncio me trajo a La Rioja: sus fiestas populares; las celebraciones de la confirmación; las visitas pastorales, que por las circunstancias sanitarias no he podido culminar como me hubiera gustado; los encuentros con familias y enfermos y la misión diocesana Euntes», enumeró.
Precisamente, en esta última celebración hizo hincapié como principal legado de su ministerio episcopal en la región. Y es que se refirió a aquel evento que abarrotó la plaza de toros en noviembre del 2018 y sacó en procesión por las calles de Logroño a las imágenes más veneradas en las localidades riojanas como «una síntesis perfecta entre fe y cultura, que hizo redescubrirnos como discípulos misioneros».
«Esa misión dibujó un horizonte de trabajo impresionante para llegar a la gente y anunciar el Evangelio», apuntó; por lo que llamó a los laicos a sumar sus fuerzas en este propósito. «Sois actores principales en la evangelización».
Las palabras con más carga sentimental las dirigió cuando recordó «a los que han muerto en esta pandemia o están combatiendo el enfermedad del COVID-19; así como aquellos que sufren los efectos de la crisis económica y social derivada de ella». Por eso, y haciéndose eco de las palabras del Papa, instó a «poner la mirada en lo esencial, derribar las barreras de la indiferencia y afrontar esta compleja situación desde la unidad». Y es que lamentó que «la pandemia está generando sufrimiento y pobreza».
Monseñor Escribano se despidió encomendándose a la Virgen de la Esperanza, San Emeterio y San Celedonio y a Santo Domingo de la Calzada. «Ellos me han acompañado y les pido que me sigan protegiendo», señaló.
Y a todos los riojanos les dijo que «tenéis un amigo en Zaragoza y allí tenéis vuestra casa». Los fieles se lo agradecieron con un sonoro aplauso.
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