Secciones
Servicios
Destacamos
Hay noticias que son como un cuento. Que se cuentan como un cuento.
Érase una vez un duende. Un alma buena, que habitaba al fondo de un callejón, un empedrado pasadizo en medio de la nada, bautizado misteriosamente como la calle de Enmedio. A ... cuya empinada cuesta se accede luego de cruzar un señorial puente, atravesar el delicado caserío donde triunfa un silencio granítico, de castellano viejo, y salvar un haz de intrincadas callejuelas auxiliados por el teléfono móvil. Allí, emparedado entre el granate y el blanco de los encalados muros, érase que se era Luis Fernández, ángel tutelar de La Casa del Burro. Protagonista de esta historia; perdón, de este cuento. Que saluda con la mano libre a los viajeros, apaga el móvil con la otra e invita a pasar, al calor de la chimenea. Un humo incandescente trepa hasta las atalayas de las desnudas colinas, el vacío mundo de La Rioja interior que algunos valientes se han animado a repoblar. A llenar de magia la tierra desnuda, envasada al amor de la lumbre creadora cuyo fuego aviva con una fe indesmayable. Una tierra tan incandescente como el humo que empapa las ropas entre risas de anfitriones y visitantes. Luis hace las presentaciones y toma asiento en una sala cuadriculada con vistas hacia el infinito a través de unas hermosas ventanas que disponen de su propia historia: resulta que nacieron en el madrileño Centro de Arte Reina Sofía. Cómo llegaron hasta aquí es otra de las lecciones que recibirán los viajeros. Que desenfundan cámaras y grabadoras y se disponen a construir un relato. Perdón, un cuento.
Érase una vez... Érase una vez Luis Fernández (Tenerife, 1965), de profesión, «músico principalmente». Reímos cuando dispara ese adverbio, que no interrumpe su presentación. Luego de «más de cinco décadas» habitando el mundo de la cultura (Resumen: «Voy aprendiendo cosas de la vida y de las personas que me voy encontrando, de la gente interesante y creativa»), este mago de las corcheas, sin antecedentes artísticos en su familia («Sí que había una gran afición a la música, sobre todo por parte de mi padre: mi primer recuerdo musical tiene que ver con la Semana Santa, cuando iba con él a las procesiones pero nos poníamos a escuchar a la banda porque en realidad íbamos detrás de la música») que desde entonces, desde que vestía pantalón corto, puede decirse que sigue haciendo lo mismo: perseguir. Perseguir cuanto el azar de la vida le va regalando.
Así que persiguiendo su destino llegó a Madrid «de causalidad» y acabó por enrolarse en la banda que acompañaba a Ana Belén y Víctor Manuel para salir de gira con ellos y... De nuevo, el azar: «Conocí a una artista, Rosa Casado, que fue mi pareja durante muchos años. Ella había participado con otras personas en la tarea de reconstruir Peroblasco, recuperando las casas y adecentando el pueblo. Venía gente de todas las partes del mundo al campo de trabajo y así llegué yo, como un visitante más a este sitio tan fantástico». En efecto: algunas historias son un cuento. Y ésta dispone incluso de su propia casa al final del bosque, ese desamparado bosque a la intemperie que anida en el valle del Cidacos, donde Luis felizmente encalló: «Fue algo progresivo. Veníamos mucho, pasábamos aquí acampados junto al río o en casas de amigos de la zona. Todo ese maremágnum de cosas nos fue llevando a tener una vivienda, recuperar otra de las ruinas, crear una sala para nuestras creaciones e invitar a nuestros amigos a que participaran de este espacio».
Peroblasco, pueblo con alma. Población perteneciente a Munilla, ubicada en el valle del Cidacos, muy próxima a Arnedillo. Según el INE, tenía 11 habitantes en el 2017. Alberga la sede de la asociación cultural La Casa del Burro, con una programación estable desde el 2009, que puede consultarse en http://www.casadelburro.com/ Un foco cultural impulsado por Luis Fernández, con el comprometido apoyo de Susana Landáburu, Ramiro Palacios y Bruno Parra.
Como se ve, ya hemos llegado hasta la casita del cuento. Que es en realidad La Casa del Burro. Mucho más, bastante más que una vivienda, según se deduce de las palabras de Luis. Esta coqueta sala, festoneada por maderas y ladrillos y abierta a la inmensidad del paisaje tan rico en cruda poesía que rodea Peroblasco, acoge desde hace años un misterio. Uno de los misterios peor guardados de La Rioja. Mediante un precario y semiclandestino sistema de avisos (vulgo, lista de correo electrónico), Luis y compañía fueron alistando para su causa (la batalla contra la despoblación, en todas sus facetas: empezando por la despoblación de almas y espíritus) a un ejército de conspiradores con el común propósito de dotar de un sentido superior a este santuario, por donde han desfilado los miembros de esa cofradía que Luis insiste en llamar «nuestros amigos». «El concepto», rememora, «era invitarles a que mostraran sus trabajos». Hace ahora de aquella aventura unos diez años, «la época de mayor impacto de la crisis en el trabajo artístico», añade.
Ojo: porque fue entonces cuando apareció el temible ogro del cuento. «La cultura musical ya se había resentido por la decadencia de la industria del disco, pero llegó la crisis, la subida del IVA, y se devastó todo. Tenemos muchos amigos muy creativos, a quienes les costaba mucho, como a nosotros mismos, mostrar sus trabajos». De la necesidad, virtud. Todos a Peroblasco. Porque esa precaria coyuntura para la creación cultural se transformó en el puchero de este Merlín insular en la excusa perfecta: invitaría a sus amistades «para que conectaran con un público de esta zona que estaba, como muchas otras de España, necesitado de tener vida. No sólo económica. También cultural». Primera moraleja: «Creo que la sala ha cubierto un pequeño huequecito en todo el valle que puede servir incluso para fijar población, que es el gran problema de esta zona». Ocurrió en efecto que al reclamo de La Casa del Burro aterrizaron por Peroblasco todos esos «amigos y amigos de amigos», músicos sobre todo, pero también actores. ¿Algún ejemplo? Nuestro duende combate una oleada de rubor, pero finalmente acaba citando a Pedro Guerra, Luis Pastor, Javier Álvarez, Andreas Prittwitz o Marcela Ferrari. «Son tal vez los más renombrados, pero todos los que han pasado por aquí son importantes para nosotros. Todos nos han enriquecido».
El telón está a punto de caer. Relata Luis el tramo final de este cuento ensimismado con el rumor de su propia voz, mientras detalla cómo funciona este hermoso tinglado: «La gente se apunta, aparca a la entrada del pueblo y luego espera afuera a que abramos la puerta. Viene tranquilamente, charlando todos mientras caminan... Es gente muy respetuosa. A mí me gusta salir a saludar al público, darle la mano, invitar a que entren... Y cuando termina el espectáculo, nos despedimos también así, charlando con los artistas, compartiendo su experiencia... Y nosotros vivimos esos días con ellos, comiendo y cenando en la casa, aprovechando que les damos alojamiento».
Un cuento con final feliz: «He tenido crisis respecto a la Casa del Burro, porque a veces funcionan los espectáculos y a veces no, pero siempre he salido reforzado de cómo vive esta experiencia nuestro público: me emociona porque me lo agradecen muy intensamente. Y también me anima que los artistas siempre quieren repetir. Eso de compartir su creación como pocas veces lo hacen también a ellos les emociona. Siento que el público y los artistas me transmiten esa misma emoción». Segunda moraleja: «Pienso que estas paredes se impregnan de una energía muy especial. Algo pasa aquí que quienes vienen salen recargados de energía. Yo creo que tiene que ver con ese contacto extraño que se establece por la cercanía entre el artista y su público. Esa emoción que se acentúa tanto». ¿Moraleja final? Luis respira hondo y cavila: «Estamos en un periodo de crisis en La Casa del Burro. Crisis en el sentido de cambio. Queremos hacer residencias artísticas, que los artistas puedan grabar o componer aquí. Y ya ha empezado a desfilar gente muy interesante. Una artista brasileño, unos bailarines chilenos, unos performers británicos... Queremos explorar esa vía, que conozcan a artistas locales e intercambien ideas. Que se enriquezcan mutuamente».
Los viajeros recogen sus bártulos y enfilan el camino de vuelta. Es noche cerrada. Chisporrotean las bombillas de cada casa, que iluminan precariamente el adoquinado. Juegan unos niños medio a oscuras, diminutos duendes también ellos. Unas mujeres hablan en voz queda junto a un zaguán. Es sencillo acertar con el coche porque nos ayudan las iluminadoras palabras de Luis. Su despedida arrojando luz: «La Casa del Burro es de las mejores cosas que me han pasado nunca».
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Fallece un hombre tras caer al río con su tractor en un pueblo de Segovia
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.