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J.A.L.
PEROBLASCO.
Sábado, 29 de diciembre 2018, 13:33
El viento bate las escarpadas lomas donde tal vez sólo habitan el olvido y la memoria, mientras Luis Fernández posa paciente para la cámara, mirada enhiesta, un punto desafiante, hacia el horizonte que acecha Peroblasco. Luego, juguetea con el piano y cartografía a continuación ese territorio emocional que ahora explora mientras lo inunda de poesía. Porque es más que un paisaje físico. También es un universo moral. O, por decirlo en las palabras de Esther Pascual, periodista y vecina de Peroblasco, el rincón «más cosmopolita de La Rioja». «Tengo la sensación de que con el tiempo hay cosas que han tomado más fuerza de la que tenían cuando era joven», explica Luis. «Por ejemplo, la economía. Ahora aparece por todos los lados de nuestras vidas y sin embargo hay iniciativas como la nuestra que van por otro lado».
Se refiere a las actividades programadas por La Casa del Burro, «que no son iniciativas lucrativas». «Pretenden enriquecer a la gente de otra manera. Yo he visto transformaciones maravillosas: niños que venían por aquí, que ahora son adultos, y a quienes yo sé que esta experiencia les ha enriquecido; se nota más en ellos porque la transformación es más grande». Y agrega: «Aquí se alimenta una parte de la persona que es insustituible, inalienable».
Luis Pastor, Marcela Ferrari, Pedro Guerra y Andreas Prittwitz
Cuatro de los artistas que han actuado en La Casa del Burro a lo largo de los últimos años.
Suena sutil una pieza de Keith Jarret desde el teclado que los dedos de Luis recorren con mimo, como si recogiera azafrán, mientras evoca sus viajes iniciáticos con Ana Belén y Víctor Manuel («Aquella primera gira con ellos por España y América, que fue espectacular, no estaba en mis planes. Me marcó mucho, me impresionó para siempre») y se detiene luego en la narración de otras experiencias musicales, «como un trabajo que hice con quince percusionistas de todo el mundo, reunidos para compartir un proyecto común». «Me dejó completamente agotado», prosigue, «pero cuando pasa el tiempo y recuerdo aquella experiencia, todo lo que conseguimos, reconozco que fue de las cosas más intensas que me han pasado en mi vida. Acabamos en Mali, fue algo apoteósico, interesantísimo, genial».
Y debió ser agotador, en efecto. Pero Luis se encoge de hombros. Le quita importancia al esfuerzo que exigió aquel proyecto. «El artista siempre elige su camino», alega. Y concluye: «Esto no es un trabajo heroico en ese primer momento, cuando te decantas por él. Lo heroico es mantenerse. Mantenerse sobre todo en un país como el nuestro, donde no se fomenta tanto la cultura como en otros. Nos falta entender que la creación artística es una cosa importantísima. Llevar al conjunto de la población la idea de que desarrollando actividades creativas, vamos a ser más libres. Mejores personas. Que comprenden mejor el mundo y van a tener más capacidad de comunicarse. Porque en el fondo la cultura es una vía de comunicación».
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