10 fotos

Teo: diez fotos escogidas (y comentadas)

Legado ·

La Casa de la Imagen escoge diez fotografías en las que Teo Martínez retrató con maestría el sentir riojano en una época convulsa de tradición y cambio

Texto: Nuria Alonso | Fotos: Teo (Archivo Casa de la Imagen) | Pies de foto: Carlos Traspaderne y Jesús Rocandio

Logroño

Domingo, 26 de mayo 2024, 19:56

Cualquiera puede mirar, pero no todos ver para contar. De ahí que la obra fotográfica de Timoteo Martínez Gorrochategui, Teo, fallecido este lunes en Logroño a los 93 años, sea tan relevante. Su legado sobrepasa el valor de un retratista de la costumbre. No ... fue un mero testigo, sino un contador de historias sin palabras, pero con discurso y mirada firmes.

Sus fotografías dibujan un momento particular que abarca mucho más. No se queda Teo sólo en el instante sino que sumerge al espectador en el detalle del acontecimiento para invitarle, como si fuera un final abierto de película, a elucubrar sobre esa historia y su posterior evolución.

Desde la Casa de la Imagen, que atesora el legado profesional de Teo, Carlos Traspaderne y Jesús Rocandio han rescatado una decena de imágenes para LA RIOJA, agasajadas con sus reveladoras explicaciones, impregnar estas páginas de merecido homenaje.

Las tomas elegidas rebosan de la cercanía y el detallismo de la obra de Teo, y dan cuenta de por qué el fotógrafo de El Cortijo, discreto y tranquilo, se erige como referente de su época e inspirador de las siguientes. Como explica Traspaderne, «la fotografía de Teo se mueve en ese contraste entre lo viejo y lo nuevo con un ojo sagaz y autodidacta, que halla paralelismos con la Escuela de Madrid o con figuras como Miserachs o Catalá Roca. Precisamente la obra de este último, que Teo conoció ya con ochenta años, le hizo exclamar, entre carcajadas: «¡Si ven el libro de este tipo van a pensar que le he copiado!».

Procesión. Clavijo, 1962.

Pocos han contado tanto retratando tan solo las espaldas de los protagonistas. Teo solía decir que él siempre se colocaba en el punto opuesto al que se disponían el resto de fotógrafos. Aquí espera a que pase la procesión hasta que llega el último pendón y, justo en ese momento, nota que el niño iba a aparecer en el fotograma, anhelante y mínimo. Y justo entonces, Teo se agacha para ver ese pendón como lo ve el niño, convirtiendo esa mirada infantil en el eje de la fotografía. Ese instinto fotográfico no se aprende: se tiene o no se tiene.

Teo (Archivo Casa de la Imagen) | Pie: C.Traspaderne / J. Rocandio

Fiesta del cigarrillo. Logroño, 1976

Teo era un tipo con retranca, como certificará cualquiera que le haya tratado. Y ese humor tan especial asoma en multitud de sus imágenes, como un chiste privado que resuena hasta volverse ensordecedor. En esta fotografía se retrata el festival del cigarrillo, en el que se repartía tabaco a convalecientes e impedidos. Si tamaño despropósito no fuera suficientemente ridículo, el flash de Teo parece congelar la mueca final del agraciado ante los aspavientos del payaso. Ese humor tan de Teo y tan español, negro, negrísimo, como un paquete de Ducados.

Teo (Archivo Casa de la Imagen) | Pie: C.Traspaderne / J. Rocandio

Carrera ciclista. Logroño, 1964.

Teo era un maestro del desconcierto, de esos encuentros fortuitos que suceden con la fugacidad del rayo. En esa fracción, con toda la información arrojada de forma tan estrepitosa que un cerebro normal no es capaz de procesarla, era donde Teo pescaba sus mejores 'presas'. Estas fotografías también son la expresión de una época de contrastes, un mundo rudimentario y arcaico que se topaba de bruces con cierta modernidad, torciendo el gesto ante lo nuevo entre la inocencia y la estupefacción, con la retina iluminada por el 'flashazo' del reportero.

Teo (Archivo Casa de la Imagen) | Pie: C.Traspaderne / J. Rocandio

Fiesta de los Gallos. Nalda, 1964.

Teo tenía una inclinación natural hacia lo etnográfico, pero no porque aquellas tradiciones le parecieran arcaicas o curiosas, sino por lo que tenían de naturales en la sociedad que fotografió. La 'Fiesta de los gallos', antes de convertirse en objeto de vitrina, como auténtica fiesta, se convierte en motivo de emoción y tensión previas con los preparativos, donde Teo busca el paso atrás, el que deja en segundo plano el motivo central para convertir a toda la sociedad de la época en protagonista, enmarcando la excusa para retratarla con el marco de ese portón.

Teo (Archivo Casa de la Imagen) | Pie: C.Traspaderne / J. Rocandio

Procesión de los Picaos. San Vicente de la Sonsierra, 1964.

Cuando Teo se dirigía a realizar los encargos para 'La Gaceta del Norte' siempre llevaba dos cámaras: la de 35 mm. para los reportajes y la Rolleiflex, de formato cuadrado, para sus fotografías. Aquí se levanta sobre la masa negra de la procesión, con unos penitentes que apenas se adivinan entre la multitud, y encaramado a una cruz del Vía Crucis y sus casi dos metros de altura espera a que todos se olviden del fotógrafo y se sumerjan en el rito, en la fe, en el acompañamiento. Todos, menos la niña que se vuelve, y el fotógrafo, avispado, presiona el disparador.

Teo (Archivo Casa de la Imagen) | Pie: C.Traspaderne / J. Rocandio

Teo, siempre al otro lado, tan al otro lado que una salida se convierte en meta. El olfato del buen fotorreportero se resume en saber cuándo apretar el botón, inmortalizar el momento exacto que lo resume todo. Teo tenía una capacidad innata para congelar el tiempo, cristalizando una época entre los estrechos márgenes del negativo con la única composición posible, que parece estudiada hasta el extremo, pero que solo es el producto del instinto reservado a los maestros de lo inmediato. «Un fotógrafo de raza», como lo definió Alberto García Alix.

Teo (Archivo Casa de la Imagen) | Pie: C.Traspaderne / J. Rocandio

Manifestación de adhesión a Franco. Logroño, 1970.

La imagen se convierte en metáfora de una época, sin necesitar el pie de foto explicativo que tanto odiaba Teo. Una buena imagen no necesita explicaciones, habla con la fuerza de estos galones bajo una gorra de plato como la opresión sin rostro que organizaba su propia exaltación con precisión castrense y anónima. No vemos caras, tan solo la expresión de un régimen totalitario. Tampoco hacen falta los rostros. Y otra vez Teo se ubica colocado donde la foto correcta no era, sino un paso atrás, para contar las bambalinas del poder que pretendía autoperpetuarse.

Teo (Archivo Casa de la Imagen) | Pie: C.Traspaderne / J. Rocandio

Muerte de Franco. Logroño, 1975.

El fin de una dictadura y el principio de la incertidumbre se sustancia en esa cola de compradores que se dan codazos por el periódico que anuncia la muerte de Franco. En sus rostros no sabemos adivinar si hay esperanza o pena por el deceso del entonces Generalísimo, es el enigma de las superficies fotográficas, de un medio que no puede penetrar en lo más íntimo. Pero es el fiel reflejo de una bisagra entre dos mundos, un momento único, y gracias al fotógrafo, imperdible. Como decía Teo, «la vida es como una película, y la fotografía es apretar el botón del 'pause'».

Teo (Archivo Casa de la Imagen) | Pie: C.Traspaderne / J. Rocandio

Farmacia. Aldeanueva de Ebro, 1971.

Teo siempre contaba cómo, tras realizar un reportaje rutinario y volviendo en taxi a la redacción, vio esta fotografía y obligó a redactor y taxista a dar la vuelta para capturarla. Ahí está toda la nostalgia de Teo, una nostalgia a futuro, porque la mayoría de estas fotografías las realizaba Teo con el único interés de atesorarlas, de saber que las tenía impresas en negativo sobre el carrete fotográfico. Es saber que pasarán los años y podrá desenrollarlos para sumergirse en las plácidas aguas del pasado, entre aquello que existió y ya no está, como esos abuelos que toman el sol del invierno.

Teo (Archivo Casa de la Imagen) | Pie: C.Traspaderne / J. Rocandio

Tendido de sol. Calahorra, 1975.

En Teo, la soledad es el instante del momento fotografiado. Sus protagonistas siempre parecen debatirse entre la melancolía o el anonimato de la masa. Ese afán de sus personajes por ser particulares, autónomos, individuales al fin y al cabo, es la búsqueda vital de su propio autor. «Yo nunca he querido ser un hombre gris», susurraba Teo a quien quisiera escucharle, y es justo lo que proclaman sus imágenes. Él, Teo, siempre estaba allí, ya sea entre esos que se erigen en protagonistas mirando a los ojos del espectador como el Antoine Doinel del final de 'Los cuatrocientos golpes' o con esa mirada, tan suya como torcida, de sus fotografías.

Teo (Archivo Casa de la Imagen) | Pie: C.Traspaderne / J. Rocandio
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