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El injusto final del conde de Superunda

El injusto final del conde de Superunda

Aventura ·

El riojano José Antonio Manso de Velasco fue gobernador de Chile y virrey de Perú, pero, marcado por la pérdida de La Habana, murió exiliado y olvidado en Priego de Córdoba

Álvaro Soto

Madrid

Domingo, 6 de diciembre 2020

Si existiera una clasificación de los españoles más injustamente tratados por su país, el conde de Superunda ocuparía un lugar destacado. José Antonio Manso de Velasco y Sánchez de Samaniego (Torrecilla en Cameros, 1688- Priego de Córdoba, 1767) fue un militar y político español que hizo una brillante carrera militar en América, primero como gobernador de Chile y después como virrey de Perú. Pero ya en sus últimos años de servicio, por una casualidad desgraciada y por el cainismo de la corte de Carlos III, acabó convertido en un villano. En 2017, en el 250 aniversario de su muerte, Priego, el pueblo cordobés en el que falleció tras un destierro cruel, trató de limpiar su biografía. En Logroño, este riojano universal da nombre a una calle en la Zona oeste.

Aristócrata y militar

Hijo de los aristócratas riojano-alaveses Diego Sáenz Manso de Velasco y Ambrosia Sánchez de Samaniego, el joven José Antonio entró en el ejército en 1705, participó en la Guerra de Sucesión de 1714 y expedicionó a Cerdeña, Ceuta, Gibraltar y Orán antes de enfrascarse en las guerras de Italia (1733-1736). Obtuvo el grado de brigadier general y el título de caballero de la Orden de Santiago y fue nombrado gobernador de Chile, cargo que ocupó desde noviembre de 1737 hasta 1744. En el país andino fundó nueve ciudades, entre ellas, San Felipe o Rancagua (donde una estatua lo recuerda), y mejoró el desarrollo urbanístico de Santiago.

Sus éxitos en la gestión de Chile animaron al rey Felipe V a designarlo virrey de Perú en 1745. Solo un año más tarde se enfrentó a una gran tragedia, el terremoto que destrozó Lima y que en Callao se convirtió en un tsunami que mató a 5.000 personas, casi toda la población. Manso de Velasco se encargó de la reconstrucción de las ciudades y tal fue su dedicación y su éxito que recibió el reconocimiento de conde de Superunda, «sobre las olas», concedido por Fernando VI.

Con 71 años, Manso de Velasco pidió regresar a España, y su deseo le fue concedido. Pero entonces se le cruzó la desgracia. En una escala del viaje de vuelta, recaló en La Habana, que estaba siendo asediada por los ingleses. Era 1761.

Como militar de mayor rango en ese momento en la isla, el conde de Superunda es nombrado presidente de la Junta Consultiva de Guerra por el gobernador de Cuba y con 74 años se pone al frente de la defensa de un territorio tan valioso, con pocos hombres y mal pertrechados. La Habana se rinde a los ingleses tras solo 67 días de batalla.

El conde de Superunda, sin apenas responsabilidad en la estrategia militar de aquella batalla, se convirtió en la cabeza de turco del fracaso cubano. Fue apresado y llevado a Cádiz, donde se las vio con la justicia. «La Corona trató de depurar las responsabilidades de los defensores de la Perla de las Antillas. El tribunal militar que juzgó al Conde lo condenó a muerte, pena que le fue conmutada por la de destierro a 40 leguas de la Corte. Después de un proceso infame, pleno de irregularidades, se dictó sentencia 'para satisfacer a la Nación, al Honor de las Armas y a la recta Administración de la Justicia de que pende la seguridad de la Monarquía', que fue ratificada por Carlos III en El Pardo el día 4 de marzo de 1765», escribe Manuel Peláez del Rosal, cronista oficial de Priego, en un artículo publicado en Diario de Córdoba. Se le despojó de sus honores y títulos, se le embargaron sus bienes y hacienda e, incluso. «le desvalijaron la ropa que llevaba puesta, desde la encomienda, espada y bastón hasta el escarpín y la camisa».

La inquina de Aranda

Pudo más la inquina que le profesaba el conde de Aranda, presidente del Consejo de Castilla con Carlos III, que sus años de leal y abnegado servicio a la Corona. «Es una víctima de la lucha de poder entre el conde de Aranda, Esquilache y el marqués de la Ensenada», explica el escritor de Priego Antonio Cano, que ha investigado la historia de Superunda. «Su final es un gran ejemplo de cómo España trata a los personajes a los que considera caídos. Cuando regresa a Madrid, todavía piensa que es alguien con cierta influencia, pero se encuentra con que todo el mundo se lanza sobre él», agrega Cano.

Acompañado por sus fieles, «sus secretarios Martín Sáenz de Tejada y Juan de Albarellos, y familia, el esclavo negro Manuel de Casta Angola y otros esclavos», cuenta Peláez del Rosal, Granada fue la primera parada de su destierro, antes de acabar en Priego. No quedan claros los motivos por los que acabó sus días en este pueblo típico cordobés de casas blancas situado en la sierra Subbética, cerca de Lucena y Cabra. Quizá por su amistad con la familia Codes, unos comerciantes de lana que algunos dicen que llegaron desde La Rioja hasta Córdoba. En Priego, el conde de Superunda todavía mueve sus influencias, principalmente la de otro riojano poderoso, el alesanquino marqués de la Ensenada, para que «le rogase al rey que le fuese reivindicado su honor y su dignidad». «También solicitó de Carlos III que se dignase de nuevo a examinar el proceso formulado contra él, pues en lo que respectaba a la pérdida de La Habana no había tenido la más leve culpa», explica Peláez del Rosal. Sin suerte. Enfermo de epilepsia y olvidado por la corte, murió en en 1767 y sus restos descansan en la iglesia de San Pedro de Priego, donde también lo recuerda una calle.

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