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Combatiendo José Antonio Manso de Velasco y Sánchez de Samaniego, futuro conde de Superunda, en la plaza norteafricana de Orán, coincidió con su paisano Zenón de Somodevilla, futuro marqués de la Ensenada, con quien entablaría una estrecha amistad política. Ambos quedaron integrados en el círculo ... de poder político riojano gracias a la cofradía de Nuestra Señora de la Valvanera. Décadas más tarde, Superunda y Ensenada cayeron en desgracia y sufrirían exilio interior, pero siempre veneraron a la actual patrona de La Rioja.
Aun siendo Manso de Velasco hombre piadoso, como vicepatrón de los derechos de la Corona sobre la Iglesia, y como virrey de Perú, procedió el camerano a intervenir en nombramientos de canónigos, inventarios del tesoro catedralicio o beneficios de curatos y canonjías. De inmediato se topó con Pedro Antonio Barroeta, arzobispo de Lima y también riojano (Ezcaray). Las disputas entre ambos por cualquier tema baladí fueron envenenando la relación, que culminó cuando Barroeta fue enviado al Obispado de Granada. Un enemigo más.
De regreso a la metrópoli y tras la derrota circunstancial ante los ingleses, que le tocó en La Habana nunca pensó Superunda que, a sus 74 años, este baldón le costaría la poca vida que le quedaba.
Y es que como afirma el historiador Francisco Sánchez-Blanco, entre la nobleza española solo «prosperan aquellos personajes que hacen alarde de disciplina y vasallaje ante la persona del rey y no los que defienden las metas genéricas de una monarquía ilustrada».
Así lo explica José Luis Gómez Urdáñez, catedrático de Historia Moderna de la Universidad de La Rioja: «En el caso del conde de Superunda, castigado por el conde de Aranda, se aparecían los más bajos instintos de una clase nacida para mantener los privilegios y transmitirlos, cada vez más resentida. Y entre esos privilegios estaba la autoridad y su exhibición mediante el castigo ejemplar, que es lo que iba a hacer un conde de Aranda, jefe del ejército y perdedor en la guerra de Portugal, contra el conde de Superunda, que pasaba por La Habana en un momento... desafortunado. El juicio contra Manso de Velasco fue cruel y desagradable, con el torrecillano muy anciano y enfermo y con Aranda queriendo ganar méritos ante el rey. Poco más tarde llegarían el motín de Esquilache y la expulsión de los Jesuitas, capítulos en los que Aranda también usó su autoridad para atesorar más poder.
Condenado al exilio y desposeído de sus bienes, Superunda se refugió en Priego de Córdoba, donde solo esperaba una muerte digna. En su testamento deja ropa blanca, la cama con su colgadura de seda de China, una caja de oro de tabaco; pocos objetos de oro y plata y «los papeles que tocan a mi persona» los llevó su sobrino Diego, marqués de Bermudo, a la casa solariega de Laguardia.
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