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Ensenada, el superministro que todo lo controlaba

Ensenada, el superministro que todo lo controlaba

Historia ·

El riojano Zenón de Somodevilla, marqués de la Ensenada, ocupó casi todos los cargos de poder en la época del despotismo ilustrado y sirvió a Felipe V, Fernando VI y Carlos III

Domingo, 1 de mayo 2022, 02:00

Fue Zenón de Somodevilla y Bengoechea, I marqués de la Ensenada (Hervías, 25 de abril de 1702), un estadista y político ilustrado que alcanzó los más altos cargos de la Administración a lo largo de tres reinados: Felipe V, Fernando VI y Carlos III. Mañana, precisamente, se cumplen 320 años del nacimiento del ilustre riojano.

Desde que el secretario de Estado José Patiño lo reclutara como oficial de Marina en 1720, su carreta fue meteórica. Ascendido a comisario de Marina en El Ferrol (1730), su primer aldabonazo como militar llegó con la eficaz organización de la escuadra española que debía reconquistar Nápoles para el futuro rey Carlos III de España, durante la Guerra de Sucesión de Polonia. Su excelente labor fue recompensada con el título de marqués de la Ensenada en 1736. Desde entonces, Zenón de Somodevilla ocupó los más elevados cargos de la monarquía española, llegando incluso a simultanear tres de las cuatro carteras ministeriales del Gobierno: Hacienda, Guerra y Marina e Indias. No conforme con su omnímodo poder, logró igualmente Ensenada ser designado notario de los reinos de España, lugarteniente general del Almirantazgo, superintendente de las Rentas de Millones y de Tabacos y miembro del Consejo de Estado. La llegada al trono de Fernando VI no solo consolidó su elevada posición política sino que, además, lo confirmó como secretario de la reina.

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«(El marqués de la Ensenada) Fue el motor de numerosas reformas bajo el desempeño de los ministerios de Hacienda, Guerra, Marina e Indias. En ese momento cumbre de su carrera, el padre Isla le llamó el 'secretario de todo'. Su trabajo en la Marina le convirtió en enemigo de Inglaterra; la reforma hacendística, en sospechoso para la nobleza. El catastro y la protección que dispensó a los científicos puede considerarse lo más ilustrado de su obra. Fue amigo de los jesuitas y víctima, como ellos, del absolutismo regio. Su cara más cruel la mostró con la persecución del pueblo gitano. Mujeriego, alegre, sensato y conservador, sus restos descansan en el panteón de Marinos ilustres, aunque en realidad nunca fue marino», argumenta José Luis Gómez Urdáñez, catedrático de Historia Moderna de la Universidad de La Rioja y uno de sus más recientes biógrafos.

Con todo el poder en sus manos, fortaleció Ensenada el Ejército y reconstruyó la flota, dada la inevitable confrontación que, a la larga, se preveía entre España e Inglaterra; también ejerció un fuerte impulso a la economía productiva de la península Ibérica, agilizando el comercio con las colonias americanas y reforzó la autoridad de la metrópoli sobre las Indias. De la misma forma trató de obtener mayor rendimiento a la política fiscal con la puesta en marcha de un catastro, que nada gustó a las grandes fortunas.

Pese a todos sus esfuerzos por fortalecer el papel de la monarquía y fomentar la riqueza de nación, como claro exponente del despotismo ilustrado –«todo para el pueblo, pero sin el pueblo»–, su hasta entonces intocable posición fue socavada por los intereses británicos, muy infiltrados en la Administración, y por los muchos enemigos que despertaba tan ambicioso noble entre los estamentos más privilegiados a causa de su sistema fiscal.

Caído en desgracia, Zenón de Somodevilla y Bengoechea fue desterrado a Granada y, con posterioridad, al Puerto de Santa María. Indultado por Carlos III cuando llegó al trono de España, si bien no ocupó ningún puesto de responsabilidad. Acusado de tomar parte en el motín de Esquilache (1766), sufrió nuevo destierro en Medina del Campo, donde falleció el 2 de diciembre de 1781.

El Catastro del marqués, mucho más que un simple impuesto

Cuando en 1749 el rey Fernando VI dio su plácet a los proyectos reformistas del marqués de la Ensenada, el ministro riojano promovió el arduo empeño de conformar un catastro de la riqueza que poseían las provincias de Castilla –excepto el País Vasco, que estaba exento de tributos– a fin de instaurar una contribución única, que además controlaba las actividades de todos los súbditos, también las de las clases privilegiadas, en el que cada individuo debía declarar sus propiedades, divididas en parcelas, así como su contenido o producción.

La finalidad del monarca y de su ministro no era otra que conocer la riqueza y recaudar más impuestos, pero también logró este catastro una serie de informaciones que permitían hacer una radiografía de cada provincia, de cada municipio. Habitantes, propiedades territoriales, edificios, ganados, oficios, rentas, sectores o características geográficas de cada localidad quedaban desde ese momento cuantificados por el reino, en el que sería bautizado como Catastro de Ensenada.

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