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El Consejo de Patrimonio de la diócesis de Calahorra y La Calzada-Logroño responderá este jueves a la demanda del Ayuntamiento de Morella sobre ... el botín de guerra capturado por el bando liberal en la ciudad castellonense y donado por el general Espartero a la parroquia de Cenicero en 1840. En principio, Patrimonio tiene previsto comunicar el número de piezas que se conservan del lote entregado a la iglesia de San Martín hace 185 años, pero no tiene aún previsto entrar en el fondo de la cuestión: la devolución del tesoro.
Durante los últimos años ha surgido un debate entre las instituciones de Morella y de la diócesis de Tortosa sobre la reclamación de obras de arte expoliadas, sobre todo el 'botín de guerra' allí aprehendido en los estertores de la I Guerra Carlista (1833-1840).
Si bien el obispado tortosino, que preside monseñor Sergi Gordo Rodríguez, se mostraba partidario de negociar de manera discreta con la diócesis riojana la posible devolución de las joyas, el Consistorio morellano quería acelerar los trámites, para que las diez piezas originales pudieran formar parte de la exposición permanente de su Museo Diocesano.
De hecho el pasado 3 de febrero, según ha podido saber Diario LA RIOJA, el alcalde de Morella, Bernabé Sangüesa, remitió un escrito a la Delegación de Patrimonio Cultural del obispado calagurritano, en el que se interesaba por el estado actual del 'tesoro' y si se conservaban todas las obras entregadas en su día.
La petición fue atendida por Jesús Ignacio Merino Morga, delegado episcopal de Patrimonio de la diócesis de Calahorra y La Calzada-Logroño, además de historiador, doctor en Teología y profesor invitado de la Facultad de Teología del Norte (Burgos). Merino Morga respondió al primer edil de Morella que presentaría su solicitud al Consejo de Patrimonio lo antes posible y, a renglón seguido, el obispado le informaría. Hoy es la fecha.
El episodio se remonta al 21 de octubre de 1834, durante la I Guerra Carlista, jornada en la que Tomás Zumalacárregui, a la cabeza de 5.000 boinas rojas, hizo todo lo posible por rendir Cenicero. El general en jefe del ejército faccioso se apoderó de la entonces villa riojana, penetró, destrozó y expolió el interior de la parroquia de San Martín, pero no logró, por contra, desarmar a los setenta urbanos –voluntarios del bando liberal–, que a lo largo de 26 horas defendieron a sangre y fuego la torre de la iglesia.
Ante el temor de que el Ejército isabelino llegara al rescate, levantó Zumalacárregui el cerco y regresó a territorio propio. «Bien merecen esos valientes ser premiados, si cosa mía fuera, no echaría en olvido su heroísmo», exclamó el jefe militar carlista. Además de medallas y otras prebendas concedidas por Isabel II, décadas más tarde la gesta de los 'urbanos' quedó inmortalizada por una estatua de la libertad a escala reducida y por un bajo relieve en la propia parroquia, escultura de Dalmati-Narvaiza,
A pesar del Convenio de Vergara (1839), el general Ramón Cabrera no aceptó la paz y mantuvo la contienda fratricida, por lo que Espartero marchó a Aragón y Valencia para apagar los últimos rescoldos. La ofensiva obligó al Tigre del Maestrazgo a abandonar su plaza fuerte de Morella y a huir a Francia.
Al igual que ocurre en todas las guerras, y más en las civiles, las huestes isabelinas expoliaron lo que de valor hallaban a su paso, y así compensar las rapiñas causadas por el enemigo en sus territorios. De Morella se llevaron un lote de piezas religiosas, entre las que destacaba una custodia de un metro de alto, que cada año salía en la procesión del Corpus Christi.
El 5 de septiembre de 1840, por petición de Jacinta Martínez de Sicilia, duquesa de la Victoria y de Morella y esposa de Espartero, ordenó el general entregar las alhajas a la parroquia de San Martín, como compensación por el saqueo de Zumalacárregui.
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